Salir de la burbuja

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Miguel Ángel Parra González.

Tras la publicación a mediados de 2021 del libro Memorias de un ex nazi, de David Saavedra,
proliferaron las entrevistas al autor, desde el programa de Jordi Évole hasta varios canales de YouTube. En ellas, repasa su recorrido a lo largo de 20 años en el movimiento neonazi, donde ha participado en diversos grupúsculos, siendo el más reconocido de ellos Alianza Nacional. Más allá de la salsa que aporta para aquellos que estamos en la lucha política y hemos trabajado en el campo del antifascismo, con multitud de detalles sobre el universo NS, la particularidad de David reside en añadir un análisis del proceso de radicalización en sí mismo, siendo secundario hacia qué espectro se da, sino analizando en qué coordenadas mentales se mueve una persona que está radicalizándose, qué circunstancias o hechos permiten que se refuerce, y qué se podría hacer para evitarlo y no se está haciendo.

Un término que recoge David en las entrevistas y en su libro es el de la burbuja. La burbuja
sirve para definir ese campo en el que se mueve la persona radicalizada, tejiendo una red de confianza con la que compartir conocimientos e inquietudes sin verse en la necesidad de confrontar constantemente ideas de forma agotadora y seleccionando cuidadosamente las fuentes de información. La burbuja aporta a la persona radicalizada una zona de confort, un colchón social en el que desenvolverse sin miedo a las consecuencias de los propios pensamientos. Ello contribuye a que la mente active con mayor facilidad los sesgos, en especial el sesgo de confirmación, con el cual únicamente se aceptan como válidos aquellos inputs recibidos que encajen con nuestro pensamiento predefinido. Que el mensaje recibido tenga lógica, que supere un esquema básico de premisas o una simple regla de tres es secundario. Si viene de una persona de confianza de dentro de la burbuja o refuerza la explicación del mundo que queremos dar por buena, ya es aceptado e integrado a nuestra batería argumentativa y hace más sólida la idea.

Pero recordemos que, como se ha dicho anteriormente, el proceso de radicalización no es
exclusivo del nazismo o la extrema derecha. Cualquier pensamiento político, religioso, nacionalista o en general, cualquier cosmovisión, puede ser la base de una radicalización cuando se da un cúmulo de circunstancias. Por supuesto, la posibilidad de entrar en una burbuja es muy importante dentro de dicho proceso. La burbuja ni siquiera por definición tiene por qué ser pequeña. Puede abarcar a un pequeño grupo de personas o bien formar un amplio club social. Las diferencias se dan más bien en las consecuencias personales a la hora de formar parte de ellas; mientras que en las burbujas pequeñas es más fácil salir o que éstas se disuelvan acabando sus miembros integrados en corrientes de pensamiento más globales o siendo librepensadores, permitiéndoles una mejora en sus relaciones sociales, las burbujas más grandes tenderán a una mayor resistencia en el tiempo, por lo arraigadas que están en la sociedad, así como la dificultad en salir de ellas por la gran facilidad que aportan a la hora de encontrar referentes sociales y mediáticos que avalen su pensamiento base. Todo ello contando con el apoyo de grandes medios de comunicación y unas redes sociales casi omnipresentes cuyos algoritmos facilitan que recibamos en mayor medida las publicaciones que van a gustarnos más por el patrón que mostramos en nuestras reacciones y ampliando la sensación de que el mundo se mueve en nuestra onda.

Existen burbujas de diferente dimensión en la izquierda y la derecha, ampliamente hablando. Existen burbujas nacionalsocialistas, frikifachas, conservadoras, liberales, progresistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas, feministas, queer, religiosas y otras correspondientes a su gran variedad de intersecciones. También las hay dando cobertura a todo el repertorio de tribus urbanas y clubes sociales: por ejemplo, en el mundo de la caza o el movimiento animalista, tomando como base un clásico antagonismo.

Con decir todo esto, no vengo a referirme a que por el mero hecho de generar una burbuja, un movimiento deje de tener razón en sus planteamientos. Se puede tener razón en la base de un pensamiento y caer en un esquema mental que conduzca únicamente a conocer y compartir conocimientos que vayan en dichas coordenadas. Todos los casos de creación de una burbuja son preocupantes, pero lo son especialmente los que tienen que ver con la izquierda o las organizaciones revolucionarias. Viviendo tiempos en los que la idea de la superación del capitalismo y la construcción de un sistema político y económico socialista viven sus horas más bajas, una de las principales tareas que se han de fijar desde estas organizaciones es la de romper las barreras que impiden hacer llegar una conciencia de clase a la mayoría de la clase trabajadora. El utilizar fuera de los ámbitos académicos o de los documentos analíticos internos un argot propio en las comunicaciones hacia el exterior es a la vez síntoma y agravante de la enfermedad. El no ser capaces de respetar al rival político aunque esté en las antípodas de nuestro pensamiento o disponerse a un debate con él, represente la ideología que represente, aún cuando se disfrace en una aparente lealtad a una causa, se llama infantilismo y esconde un miedo a no tener capacidad de desenvolverse en marcos ajenos. El poner red flags -utilizando el anglicismo de moda en las redes sociales- a la gente por tener un pensamiento antagónico y evitar relacionarse fuera de la burbuja, puede significar un aviso de que estamos inmersos en ella.

Y, por supuesto, el hecho de que entre personas, corrientes y organizaciones que desde fuera pueden parecer pertenecientes a un mismo movimiento o compartir un mismo objetivo se fomente la cancelación en redes sociales, los vetos y las cruces es otra señal de hasta qué punto se puede llegar en la fanatización. El atomismo y el sectarismo siempre van de la mano en el proceso.

Es necesario comprender que contrastar informaciones, debatir con todo el mundo, respetar a la persona por encima de su pensamiento o incluso reconocer aportaciones que vayan más allá de elementos controvertidos permite ensanchar base social, fortalecer las ideas y valorar las cosas en su justa medida. Todo lo contrario de lo que representa una burbuja. Y todo lo contrario de lo que debe hacer todo aquel que pretenda alcanzar un mundo más justo.

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