Un ardiente verano

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Un ardiente verano, es el título de una sugerente novela del conocido escritor alemán Eduard Von Keyserlin. En ella, se describen interesantes experiencias algunas de las cuales tienen vigencia aun en nuestro tiempo.

Se narra allí las desventuras de una notable personalidad de la aristocracia germana que harto de la inconducta de su hijo, decide prohibirle visitar a sus familiares en las vacaciones, y más bien lo obliga a permanecer a su lado en contra de su voluntad.

Las cosas no le salieron bien al padre, porque gracias a esa decisión, el muchacho pudo percibir el falso mundo de la vieja clase dominante alemana, empeñada en levantar cierto estereotipos de grandeza, apenas para “guardar las apariencias”.

El joven, en ese breve periodo de su vida, pudo descubrir que las cosas no son como parecen y que incluso el mundo en el que vive, está doblegado por su propio engaño. Es decir, que la farsa es, en definitiva, el modo de vida de sus mayores.

Esa vivencia, lo convierte en un rebelde, y solo al final el anciano descubre que fue él quien, en última instancia, convirtió a su hijo que asomaba tan sólo como un vago irresponsable, y logró que se transformara en un alzado contra la sociedad de su tiempo. En otras palabras, lo hizo abrir los ojos.

De alguna manera puede asegurarse que los acontecimientos que hoy ocurren en nuestros días, sirven para abrir los ojos a millones de peruanos que tienen ante sí las lecciones de la lucha de clases, casi sin advertirlo y hasta sin proponérselos. Para el caso, la vida misma reemplaza al Conde del relato y la convierte en una verdadera maestra.

El Tsunami derivado de la erupción de un volcán situado en el fondo de los mares y a mil kilómetros de nuestro litoral, provocó significativos daños en nuestras costas y hasta generó la muerte de dos personas.

Pero los servicios de inteligencia navales, tan diligentes cuando se trata de grabar las entradas y salidas de personas en un pasaje de Breña, no alcanzaron a darse cuenta que el fenómeno afectaría nuestras playas.

Así no sucedió en Ecuador, ni en Chile; sólo en el Perú, Por eso, en los países vecinos fue posible enfrentar y controlar los daños de la explosión, en tanto que aquí nadie supo nada. Por eso aquí, hasta muertos hubo. Quizá si hubiera asomado un barco venezolano a 200 millas de nuestras costas, la Marina habría dado la voz de alarma, pero del Tsunami, ni hablar.

Pareciera que los congresistas de la precaria “mayoría parlamentaria” no percibieron tampoco las cosas. Por eso no investigaron nada. Estuvieron más bien empeñados en bloquear la posibilidad de un referéndum para impedir el cambio de Constitución, y se diseñar la aparición de un diario del Congreso de la República, para tener vocero propio.

En verdad, hubiesen querido culpar a Pedro Castillo del Tsunami y de los daños, pero la tela no daba para tanto. Y como se trataba más bien de la Marina de Guerra del Perú optaron por callar, hacer mutis en el Foro, como solía decirse en la antigua Roma. Su propuesta final, fue interpelar al Ministro del interior, para ver si lo censuran.

Callaron también, entonces, cuando Repsol -la empresa española que “compró” la Pampilla a precio Fujimori- derramó toneladas de Petróleo en las costas de Lima, generando inmensos daños a la fauna, la ecología, el trabajo y la vida de muchísimos peruanos. Fue ese el más grave desastre ecológico del que se tiene memoria. 250 mil galones afectaron un área de casi 2 millones de metros cuadrados del mar peruano.

Claro que si esa acción hubiese sido consumada por Petro Perú, otro gallo cantaría; pero aquí tampoco pasó nada. El Consorcio decidió “limpiar”  los daños con una escoba, y un par de recogedores de basura. La “Prensa grande”, guardó silencio.

Y algo parecido ocurrió cuando el columnista de “El Trome” Jimmy Hernández clamó desesperado llamando a un sicario que mate al Presidente Castillo porque no lo quiere, porque no lo puede ver, porque lo detesta. Claro que para el caso, hay un atenuante: No fue el primero que lo dijo.

Ya en junio pasado, irónicamente en el Paseo de los Héroes Navales, López Aliaga hizo lo propio: ¡“Muerte a Castillo! ¡“Muerte a Cerrón! Insistió ante la complacencia de los medios de comunicación al servicio del Keikismo ¿lo recuerda? Y después arguyó que sus palabras no eran “malas”, tan sólo reflejaban “un modo de expresarse entre la gente”.

El telón de fondo, en este ardiente verano, está signado, sin duda, por esta Pandemia que aún no llega a su fin y que, en la modalidad del Omicrón, sigue causando estragos notables. Nadie puede negar que, en la materia, el gobierno de Castillo ha trabajado bien, pero la reacción buscará el modo de sacarle la vuelta a la vida y le incriminará algo para obstruir su acción.

Pero el periodo trae también otros imprevistos, como la plática de César Hildebrandth con Pedro Castillo, que nos revela un Mandatario casi exactamente como lo percibimos desde esta modesta columna: un hombre sincero, sin experiencia política, pero con una enorme voluntad de servir a su pueblo

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