Coeducación, que no cuesta tanto

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¿Por qué debería ser una nota a pie de página en la vida de otra persona?
Martha Gellhorn

Unos manuales poco inocentes

Las mujeres han sido y son consideradas marginales en los manuales escolares, realizados, en su mayoría, por editoriales privadas que se rigen por los programas de cada Comunidad Autónoma.

Pero esto no es un problema que se observe únicamente en España. Desgraciadamente, este fenómeno patriarcal se extiende por toda Europa. Es decir, ¿no hubo escritoras? ¿No existieron mujeres importantes en la Historia que no fueran reinas, santas o malvadas? ¿La ciencia evoluciona únicamente gracias a los hombres? En tiempos de Mozart, ¿no había compositoras?

Seguimos pues en una sociedad patriarcal que considera que las mujeres no han dejado huella en la historia. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad. No nos engañemos, los programas escolares se basan en el canon realizado, a su vez, por hombres.

Llorent-Bedmar y Cobano-Delgado Palma (2014) explican esta situación de manera clarificadora:

A poco que se indague en la cuestión, es fácil detectar que los libros de texto no son ni inocentes ni neutrales, más bien al contrario, tienen un innegable vínculo con los intereses y con las ideologías de los grupos sociales dominantes en detrimento de grupos sociales desfavorecidos y de las mujeres. A través de las imágenes los libros de texto contribuyen al proceso de socialización de los estudiantes. Son símbolos investidos de sentido por su productor y portadoras de una multiplicidad de connotaciones.

Por ello es esencial una política de inclusión de las mujeres y por tanto de revisión de estos libros, que parecen decir al estudiantado que las mujeres no participaron en la vida social, cultural ni política del mundo. Considero de una gravedad extrema que no se rectifiquen estas políticas educativas que lo único que alimentan es la ignorancia de la futura ciudadanía y, sobre todo, la desigualdad.

El canon de Bloom: la «Biblia» de lo que debemos leer

Harold Bloom, en El Canon occidental (1994), eligió 26 autores para explicar su canon, es decir, las lecturas imprescindibles que han hecho historia en la literatura. Sólo tuvo en cuenta a tres mujeres: Emily Dickinson, Virginia Woolf y Jane Austen. Podemos pues pensar que escritoras tales como Mary Shelley, Ann Radcliffe, Emily y Charlotte Brönte, Agatha Christie, Pearl S. Buck, Doris Lessing… – sin citar a las de habla hispana – no merecían estar en el canon literario universal.

Mary Shelley, retrato de Richard Rothwell (1840): la MADRE de la primera obra de ciencia ficción moderna

Bloom cuestiona las críticas realizadas sobre el canon y su teoría sobre las influencias, y hay una afirmación que nos ha llamado la atención en cuanto a lo que él considera “minorías” y del por qué no se encuentran en el canon:

Como formulador del concepto crítico que una vez bauticé como «la angustia de las influencias», he visto cómo la Escuela del Resentimiento repetía insistentemente que tal idea se aplicara sólo a los Varones Europeos Blancos y Muertos, y no a las mujeres y a lo que pintorescamente denominamos «multiculturalistas». De este modo, las animadoras feministas proclaman que las mujeres escritoras cooperan entre sí amorosamente como si hicieran ganchillo (…). No puede haber escritura vigorosa y canónica sin el proceso de influencia literaria, un proceso fastidioso de sufrir y difícil de comprender.

De este modo justifica Bloom la ausencia de las mujeres y de otros grupos “multiculturalistas” en las antologías oficiales: no hay influencia, no toman como ejemplo a otros autores, no hay intertexto. Según Bloom, estos grupos minoritarios trabajan en una especie de torre de marfil.

Siguiendo pues la afirmación del autor, podríamos decir que Concha Méndez, por poner un ejemplo, decidió escribir poesía sin sentirse influenciada por las y los coetáneos con los que se codeaba: Lorca, Dalí, Altolaguirre, Buñuel…

Si transponemos esta teoría a las otras artes como la pintura o la música, no podríamos tampoco hablar de Maria Yakunchikova, pintora rusa reconocida en su época, atraída por las artes populares rusas, conocedora de las técnicas modernas europeas debido a su participación en diversas academias. O tampoco podríamos hablar de Maria Anna Mozart (1751-1829), Nannerl, que se vio desplazada en un rincón por su padre y por la propia época…

Una Historia de vencedores

No, no se trata de una cuestión de influencias, se trata de un olvido premeditado. En los manuales de historia, harto es sabido que son los vencedores los que la escriben, y si a eso añadimos el hecho de ser hombres, entonces las mujeres brillan por su ausencia. Tenemos tantos ejemplos de esta injusticia que en un único artículo no podríamos dar una lista.

Estamos en el siglo XXI, el de las redes sociales, pero no es lógico ni normal que aún hoy en día no se haya hecho una reforma de los programas educativos para paliar esta desigualdad y esta gran falacia que consiste en hacer creer a nuestros adolescentes que no hubo una participación femenina en la Historia. Deberían comenzar a cuestionarse todos aquellos libros canónicos escritos sin la consideración de una justicia universal, una equidad.

Unas generaciones masculinas

Si pensamos en nuestras llamadas Generaciones literarias, fueron hombres quienes las establecieron como tal. Azorín fue el que se encargó de aglutinar a sus compañeros de generación en unos artículos de 1913, más tarde lo hizo Pedro Salinas. En cuanto a la generación del 14, el que teorizó sobre ella fue el pedagogo Lorenzo Luzuriaga en la revista argentina Realidad (1947).

Por otro lado, la antología poética más célebre para periodizar las generaciones la realizó Gerardo Diego, estableciendo además los conceptos de generación y de grupo. José Luis Cano realizó, a su vez, en 1958, una antología de la nueva poesía española, en la que ya diferenciaba entre grupo, generación y movimiento. En fin, José Luis Aranguren, en 1968, teorizó sobre la Generación del 36.

En este panorama de teóricos, no observamos ninguna mujer que investigara sobre sus propias generaciones, grupos o movimientos, lo cual nos lleva a pensar que esta ausencia de los cánones de la literatura es, en parte, debido a una teoría meramente masculina. No debemos olvidar la excepción realizada con la segunda edición de la antología de Gerardo Diego, en 1934, en la que aparecen como poetas de la generación del 27 Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre.

Afortunadamente, la coeducación se lleva a cabo a nivel personal del profesorado. Incluso existe una asociación, CLAVICO (Claustro Virtual de Coeducación) que celebra congresos cada año.

No nos queda más que esperar que algún día este país y el resto de Europa sean conscientes de una vez por todas del silencio que está produciendo monstruos, como diría Goya, pues, ¿qué van a pensar las alumnas si creen que las mujeres no han participado en la Historia? ¿Cómo se van a sentir representadas? ¿Y los alumnos? ¿Reforzarán la sensación de superioridad que, desgraciadamente, sigue existiendo?

Llorent-Bedmar y Cobano-Delgado Palma. (2014) La mujer en los libros de texto de Bachillerato en España, Cadernos de Pesquisa, v.44 n.151, 56-175.

Bloom, Harold. (1994) El canon occidental, Título original: The Western Canon: The Books and School of the Ages Harold Bloom, 1994 Traducción: Damián Alou, Editor digital: Titivillus

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