Votar o no votar

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Siempre me ha asombrado, para mal, el apolítico. Y el abstencionista por defecto y no por obligación (en este grupo quizá yo misma me vea, yendo a la urna a votar nada, pero yendo, por respeto a Campoamor). Ese que se cree anarquista porque no vota pero que no sabe qué es el anarquismo (tradición política e intelectual fecunda y respetabilísima que no comparto) y además es un cómodo, que nunca milita en nada, que nunca se moja en nada y que se cree más listo que los demás porque no sigue al rebaño que el mismo conforma, siendo uno de sus ejemplares menos lúcidos. Ese que de política no entiende (y además, lo subraya con orgullo). Ese que cacarea el “todos son iguales”, ese que no es de izquierda ni de derecha y afirma que “son todos el mismo perro, pero con distinto collar.” No me refiero al que, con muy buen criterio, sostenga que, en un sistema monárquico y burgués, de pasado por todos conocido, resulte imposible que una izquierda real, comunista, tenga capacidad de llegar al poder y aplicar las políticas radicales que defiende. Me refiero a aquel que dice que no es ni de izquierda ni de derecha, pero tiene muy claro, sin embargo, “lo listos que son quienes evaden impuestos”, que “los de fuera nos quitan el trabajo” y que “en los sindicatos sólo hay estómagos agradecidos.” En otras palabras, el neoliberal-conservador inculto medio. El “quiero y no puedo ser señorito y por eso me frustro” tipo.

Me resulta tan poco inteligente como el hooligan de pseudoizquierda. El de “la alerta antifascista”, el quincemayista promedio; el de “¡serán mejor los otros, no te digo!”; el que, sin capacidad de un análisis mínimamente crítico, justifica su fe espetando al que –a diferencia de él– sí sabe lo que es ser comunista y, de hecho, lo es: “si tan malos te parecen estos, vota a Vox, a ver si te va mejor.” A ese hooligan que es antimarxista y no lo sabe (o peor: no le importa), un mínimo sentido crítico le haría caer en la cuenta de que si su única contrarréplica es: “¡Pues verás cuando venga Vox!”, entonces ocurre que no tiene argumento o dato concreto con el que sustentar la pertinencia de su voto: es lo malo de las religiones.

Entre tanto, igual que los personajes en busca de autor de Pirandello, hay una militancia de izquierda huérfana, en busca de partido (de Partido, digo bien si lo digo en mayúsculas y en singular: no de “formación”, ni de “asamblea”, ni de “plataformas transversales” en las que hacer colegas, ni de “círculos”, ni de “quedadas”, ni de “encuentros horizontales”, ni de corros de la patata con aplausos mudos que finalizan en performances absurdas, ni de fiesta con DJs para cerrar el acto) y en busca de sindicato, que no tiene a quien votar, ni dónde militar ni a qué afiliarse sin sentir vergüenza. Quizá también hay una militancia que ve con buenos ojos a partidos comunistas pequeños a los que desearían hacer crecer con su voto y compromiso, si no fuese porque aborrecen (aborrecemos) de ellos su nacionalismo y su antifeminismo.

¿Cómo llegar a un partido y a un sindicato de clase con poder para la transformación real de la sociedad? Exactamente no lo sé. Parece que el voto útil no conduce ahí; que el quincemayismo, tampoco; que apostar al mal menor, tampoco; que apostar por los defensores del terruño, tampoco; que «la tiranía de la falta de estructuras», tampoco. Parece que aplaudir a incipientes plataformas cuyas presumibles líderes van a genuflexionarse ante el Papa a decirle: “no se preocupe, soy exactamente como usted: hago que parezca que todo cambie para que las relaciones de opresión permanezcan inmutables”, tampoco. Parece que el “que viene Vox, alerta antifacista” –más que a una honda preocupación por el retroceso e involución que la derecha supone para cualquier sociedad– manifiesta más bien: “voy a asustarte con frases hechas, que me tengo que asegurar el sillón, ministerial o extraministerial.”

Votar o no votar, esa es la cuestión: la superficial (para dilucidar esta cuestión; todos mis respetos siempre a las sufragistas). La profunda es asumir que no existe una izquierda con la más mínima posibilidad de gobernar. Y la necesaria es construirla.

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