Miles y miles de rosas: La resistencia antifranquista, bajo el prisma violeta

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Lola Illamel, militante del PCE en el Núcleo de Lyon.

La perspectiva de género nos brinda una nueva visión, más justa y precisa, de lo que fue la resistencia antifranquista. También permite comprender la aportación esencial de las mujeres, no solo para el resurgimiento del feminismo, sino también para la reorganización de todas las fuerzas progresistas que mantuvieron viva la llama de la libertad durante los más oscuros años de nuestra historia reciente.

A punto ya de terminar el centenario del PCE, y en la estela de la celebración del 25N, parece lógico y necesario rendir homenaje a la inmensidad de mujeres que en estos últimos cien años han hecho avanzar las causas sociales en general, y las de la clase obrera en particular. También, observar y reconocer públicamente sus formas específicas de militancia.

La historia de la primera resistencia antifranquista es un ejemplo proverbial de la aportación esencial de las mujeres, como género y como clase, a todas las conquistas sociales… y de cómo esta historia ha sido olvidada, en su detrimento y en el de todos.

En efecto, hasta que un puñado de excelentes historiadoras feministas abriera la perspectiva de género, la contribución de las mujeres a la lucha por la libertad y los derechos en nuestro país se había considerado «auxiliar», sobre todo en el marco de la resistencia antifranquista. O bien solo se contemplaba la específicamente centrada en los derechos de las propias mujeres, como una lucha que solo a ellas afectaba y que a menudo se consideraba –¿y se considera?– en conflicto con la lucha de clases.

Una de las grandes contribuciones de los estudios de género ha sido revelar el carácter político del ámbito privado del hogar y de la familia, en el que tenían lugar esas acciones «auxiliares» de resistencia. Al reconocer ese ámbito privado como espacio político, e incluso constatar que la frontera entre lo público y lo privado es mucho más porosa de lo que parece, podemos ver que la acción en ese ámbito es esencial, puesto que en él tienen lugar las actividades de reproducción y cuidado sin las cuales ninguna otra actividad humana podría desarrollarse. Como declaró Remedios Blanco Tinoco (Huelva, 1950), militante del PCE desde hace más de 50 años, en una entrevista realizada por el PCE Exterior el pasado mes de marzo: «sin nosotras, el mundo no funciona (…) lo hundimos en cuanto hagamos una huelga solamente de cuidados».

Volviendo a nuestro pasado reciente, ese poder de adaptación de las mujeres se pone de manifiesto en los primeros años de resistencia antifranquista. Era precisamente en el ámbito del hogar y de las relaciones familiares donde se libró en aquellos años la batalla más encarnizada, por dos razones. En primer lugar, la represión se ejerció estratégicamente en ese ámbito con una particular virulencia. En segundo lugar, fue asimismo en ese ámbito donde se desarrollaron no solo los cuidados que permitieron las acciones de lucha consideradas más «políticas», sino también la logística y las redes de solidaridad que salvaron muchas vidas y posibilitaron la reorganización de las fuerzas progresistas y democráticas del futuro.

Son las mujeres las que ocupan la calle, el mercado o la plaza, son ellas las que batallan cotidianamente con la miseria y a menudo también son ellas, menos «marcadas» políticamente, las que osan verbalizar lo que los hombres no se atreven a decir. Mercedes Yusta (2009).

La cita corresponde a un excelente artículo de Mercedes Yusta sobre las mujeres y la resistencia antifranquista. Proveer cuidados de todo tipo a los hombres presos o que luchan en la clandestinidad, sostener económicamente a la familia, protestar para mejorar las condiciones de vida, hacer de enlaces entre las cárceles y la guerrilla, distribuir propaganda, reagrupar a todas y todos los combatientes, idear estrategias de evacuación de los más comprometidos, componer su logística a través de corredores hasta atravesar las fronteras, comunicar con las y los camaradas y resistentes en el exterior, y desde el exterior, acoger, prestar ayuda y cuidados, recaudar fondos, visibilizar los problemas…

Todas estas acciones que realizaban primordialmente las mujeres de una forma íntimamente ligada a la experiencia individual –al marido preso, al hermano guerrillero, al hijo asesinado–, se estructuraban en torno a las redes familiares y afectivas, cuya esencialidad tardará décadas en reconocerse.

También ha de reconocerse la labor que realizaron muchas mujeres trabajadoras en relación con el éxodo y la resistencia. Como recuerda Rocío Negrete (2020), muchas de ellas cruzaron la frontera hacia el exilio como maestras acompañando colonias infantiles, como enfermeras o ayudando a través de organismos de asistencia humanitaria.

Mercedes Yusta menciona en su artículo el concepto de «resistencia civil», desarrollado en las historiografías francesa e italiana para comprender la acción de grupos sociales, como las mujeres, que no protagonizaban la resistencia armada, sino en lo cotidiano. Lo mismo ocurre con el término alemán resistenz, que hace referencia a ese mismo tipo de resistencia, que contribuye a debilitar y a deslegitimizar un régimen opresor desde abajo.

Llama la atención que en la cultura francesa se haya instalado el mito de la mujer resistente con tal arraigo que ha atravesado las fronteras del hexágono y ha llegado hasta las narrativas de Hollywood. Este trabajo cultural está todavía por hacer en España.

Las estudiosas actuales han logrado poner de manifiesto cómo y por qué las acciones de las mujeres españolas en aquel contexto de nuestra postguerra fueron esenciales para la recuperación de todos los activismos y el desarrollo de todas las demás luchas. También han revelado que dicha acción tenía sus propias características, entre otros, porque se enfrentaban a obstáculos añadidos por el mero hecho de ser mujeres.

La estratégica represión franquista contra las mujeres 

La represión franquista se ensañó con las mujeres, y tampoco parece que eso fuera una casualidad o simple fruto del recalcitrante machismo fascista.

Como señala de nuevo Mercedes Yusta:

En este proceso histórico extraordinariamente complejo que es la guerra civil de 1936-1939, el conflicto de género es crucial. Se trata, con la sublevación militar, de frenar el avance en la arena política de la clase obrera organizada, pero también, y no de forma secundaria, de restaurar el orden patriarcal, amenazado por los cambios políticos y sociales introducidos o favorecidos por el contexto republicano.

[…] la reintroducción o el refuerzo de un sistema de género tradicional es fundamental en el intento de frenar la democratización de la sociedad por parte de los Estados autoritarios de la Europa de entreguerras. Así, desde el primer momento de la sublevación militar, en el bando franquista se deja libre curso al antifeminismo que ya se manifestaba de forma virulenta desde los años treinta en quienes posteriormente apoyarán el golpe de Estado antirrepublicano: la Iglesia, la derecha conservadora, la Falange (pág. 13).

Con lo que no cuenta el régimen es con que esta fuerte represión será en muchos casos el desencadenante de la poderosa resistencia de miles y miles de mujeres españolas, resistencia civil irreductible que relanzará de nuevo la lucha por la libertad y los derechos de todos.

Esta visión que nos llega desde los estudios feministas de género puede pues alumbrar también uno de los debates cruciales para toda la izquierda: si la institución familiar es esencial para mantener el estado de los poderosos, entonces, era absolutamente necesario para la lucha de clases traer al debate las cuestiones familiares y los equilibrios en el ámbito de lo cotidiano. Lo que se ha conceptualizado –y vivido– como un conflicto, es en realidad, una sinergia indispensable.

La mujer de preso y otras figuras políticas femeninas esenciales

Durante la primera resistencia franquista, las funciones de cuidado ejercidas normalmente en el ámbito del hogar se desplazan a espacios tan políticos como las cárceles o la guerrilla. La «mujer de preso», las «detenidas-madres», son figuras en las que se entrecruzan de forma paradigmática lo familiar y lo político, lo cotidiano y lo social.

La maternidad es un ámbito en el que la represión se ejerce con particular virulencia. El régimen fascista la ensalzaba, por supuesto, para confinar a las mujeres en sus tareas reproductoras más básicas, pero impedía a las reclusas políticas que habían sido encarceladas con sus hijos cumplir con dignidad su función de madres: el desprecio hacia la vida de estos niños, «semilla de rojos», se convierte en una estrategia represiva cuyo objetivo, más que los propios niños, eran las mujeres.

Ello provocará una reelaboración de la maternidad desde el antifascismo femenino como «modelo social de combatividad», del que Dolores Ibárruri será uno de los más célebres exponentes.

En cuanto a las mujeres de preso, sufren la represión en forma de ostracismo y estigmatización social, obstáculos para desempeñar su rol de cabezas de familia e intimidaciones más directas, como los interrogatorios policiales frecuentes.

Muchas mujeres se politizarán a raíz de esta dura experiencia: crearán redes de solidaridad, participarán en los intercambios de información, adquirirán formación política y concebirán y organizarán estrategias colectivas, en gran parte gracias a las militantes comunistas, como veremos.

Estas redes de relaciones tejidas por las mujeres en torno a las cárceles y en los barrios serán el germen, por un lado, de todas las estructuras políticas antifranquistas, que se irán reconstruyendo tanto dentro como fuera del territorio español, y, por otro, de las organizaciones que permitirían el resurgimiento del feminismo en nuestro país

La aportación específica de las mujeres comunistas

Las mujeres de izquierdas soportaron un estigma suplementario durante el franquismo por el mero hecho de serlo. Se las consideraba triplemente culpables: por su parentesco con los hombres republicanos, por haber «traicionado» su condición femenina y por no haber ejercido su labor educadora sobre sus hijos «rojos». De sobra son conocidos los castigos vejatorios y la violencia sexual de la que fueron objeto.

Entre todas las mujeres que en las décadas de 1940 y 1950 organizaron la asistencia a los presos políticos, las comunistas eran las más numerosas y las que estaban mejor organizadas, gracias a la estructura que aportaba el Partido Comunista, aún desde la clandestinidad y el exilio. Así pues, fueron con frecuencia las comunistas las que ejercieron una labor de liderazgo. También dentro de las cárceles de mujeres, pues lograron hacer entender la resistencia femenina como una acción colectiva y solidaria (ver el excelente artículo de Claudia Cabrero Blanco, 2009, pág. 212).

No se trataba, no obstante, de un grupo homogéneo. Algunas habían colaborado durante la guerra en las agrupaciones de mujeres antifascistas o pertenecían a una minoría urbana que había desarrollado su conciencia política en ese marco. Sin embargo, en la mayoría de los casos se trataba de mujeres cuya relación con el Partido se había establecido a través de lazos familiares o afectivos, y fueron las motivaciones afectivas las que supusieron para ellas el impulso decisivo que las llevó a adoptar su férreo compromiso con la Resistencia.

La primera línea de acción de las camaradas españolas tras el fin de la Guerra consistió en la asistencia a los militantes presos y a los perseguidos. Para tratar de acortarles la pena, o salvarlos de la condena a muerte, hablaban ante las autoridades militares, jerarquías religiosas, cargos de Falange, jueces o administradores penitenciarios; buscaban testigos para testificar a favor de los encausados; reunían firmas, hacían pública la situación que se vivía en las cárceles. Con ello terminaron convirtiéndose en el principal instrumento con el que contó el Partido en todos aquellos años para transmitir el discurso político desde el interior de las prisiones o la clandestinidad.

Otros campos de actuación vitales en los que actuaron las militantes comunistas fueron la evacuación de los republicanos más comprometidos y el establecimiento de contactos entre las prisiones y la dirección del Partido, entre el Comité Central y los Comités Regionales o Provinciales y entre los propios militantes en libertad. Así, la reorganización de las estructuras del PCE –única fuerza de la izquierda que había sobrevivido a la debacle fascista– y de toda la resistencia antifranquista será fruto del activismo femenino durante décadas.

En fin, que hubo muchas «Dolores», además de Ibárruri. Comencemos por mencionar a Virginia González, obrera vallisoletana nacida en 1873 y considerada una de las fundadoras del comunismo español. Maruja Camblor y Consuelo Peón fueron las encargadas de reconstituir el núcleo del PCE en Asturias (en 1938), el primer grupo comunista reconstituido. Proporcionaron escondite a los presos, reunieron fondos para apoyarlos y consolidaron una cadena de evasión por todo el Norte de España, en colaboración con las militantes de Cantabria, el País Vasco y el Exterior.

En Andalucía, Carmen Díaz, Josefa, fue la encargada de reorganizar la militancia. En Barcelona fueron Soledad Real, Isabel Imbert y Clara Pueyo. En Aragón, Carmen Casas. En Galicia, Enriqueta Otero. En Alicante, Carmen Caamaño. En Madrid, Matilde Landa, una de las grandes heroínas de la izquierda en nuestro país. De nuevo en Asturias, Mercedes Cotto Díaz, dirigente de la Unión Nacional en 1944.

El Socorro Rojo contó asimismo con muchas mujeres militantes con cargos en la dirección, entre las que se encuentran Oliva López (presidenta del Socorro en Asturias), Aída Lafuente o Rosario Casanueva Vallina. Todas estas mujeres fueron víctimas de una represión especialmente sangrienta.

Según se avanzaba en la reconstrucción de las estructuras de resistencia antifranquista, las mujeres siguieron ocupándose de la redacción y distribución de prensa clandestina y de la recaudación de fondos para el aparato de propaganda. El hecho de que el régimen las viera como simples sujetos de la esfera doméstica las hacía menos sospechosas de activismo, lo cual les daba cierta cobertura para actuar. Así, disfrazaban su militancia escondiéndose detrás de su papel de amas de casa, convirtiendo esta circunstancia en una potente arma contra el régimen.

El PCE, consciente de ello y de la «fuerza simbólica» de la imagen pública de estas esposas y madres luchando por salvar a sus seres queridos, multiplicó los llamamientos a la población femenina.

Así fueron formándose o recuperándose en la clandestinidad estructuras femeninas que habían surgido en los años treinta, principalmente de signo comunista, como la Unión de Mujeres Antifascistas, o la Unió de Donas de Catalunya, aunque habría que esperar hasta los años 60 para que estas militantes lograran convertir la labor centrada en la solidaridad con los presos políticos en un movimiento plenamente feminista. Estamos hablando, por supuesto, del Movimiento Democrático de Mujeres.

A este respecto cabe citar los nombres de otras camaradas más conocidas, como Margarita Nelken, que colaboró en la defensa de Madrid, en la organización de la Unión de Mujeres Antifascistas y, ya en el exilio, asistió a los refugiados en campos de concentración desde Perpiñán y, más tarde, desde México, colaboró con el Gobierno Republicano en el exilio. O Encarnación Fuyola, que participó asimismo en la dirección del Socorro Rojo y fue secretaria general del Comité Nacional de la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Llegó también a luchar en el Frente de Madrid con el grado de comandante. También en la Agrupación de Mujeres Antifascistas militó la inmensa Juana Doña, que formó además parte de la guerrilla urbana en Madrid y que fundará, ya desde el exilio, el Movimiento por la Liberación e Igualdad de la Mujer y dirigirá desde París la Unión Popular de Mujeres (perteneciente al FRAP). Sin duda faltan todavía muchos y muchos nombres de mujeres por citar (véase el excelente artículo de Encarnación Barranquero, 2012).

Por último, es necesario mencionar la actividad de solidaridad y apoyo ejercida por las mujeres emigradas, que mantenían relación con las mujeres del interior (sobre todo desde Francia) y organizaban campañas en pro de la amnistía de los presos con grandes repercusiones internacionales.

La vida anclada en la lucha, y la lucha, en la vida

Las historiadoras también ponen de manifiesto la «extrema permeabilidad» de los diferentes roles y ámbitos de actuación en los que actuaron las mujeres de esta generación de resistentes, pues incluso en el caso de las que militaron en organizaciones antifranquistas en el sentido tradicional del término es difícil distinguir entre los aspectos «ligados al peso de la represión, a la influencia del parentesco y los lazos familiares o a las actitudes de resistencia que tienen como marco las actividades de la vida cotidiana», de forma que en muchos casos era difícil para ellas —y para el observador— saber si se encontraban «dentro o fuera» de la tradicionalmente denominada Resistencia.

También cuando trabajaban de forma remunerada y dicho trabajo constituía el sostén fundamental de la familia en ausencia de los hombres, o bien generaban los recursos necesarios para la asistencia a los presos, la narrativa masculina del trabajo y la resistencia las ha mantenido en la sombra, como si ese trabajo (en general en esferas también consideradas femeninas, como la costura, la enseñanza o los cuidados), no hubiera sido sino circunstancial, en ausencia del varón al que dicha esfera pertenecía.

Esto ha sido uno de los factores en los que se ha apoyado la visión tradicional machista para considerar «auxiliar» la acción de las mujeres durante muchas décadas.

La conceptualización tradicional de lo femenino y lo masculino ha hecho olvidar el riesgo que corrían las mujeres que asistían o cuidaban a los guerrilleros u organizaban los corredores de fuga. También bajo el lodo de la narrativa masculina de la clandestinidad y el «maquis» ha quedado la propia participación femenina directa en esta lucha armada y en la protección de las vidas de los más expuestos.

El análisis de la colaboración de las mujeres con la guerrilla pone al descubierto una serie de redes que comunican los grupos guerrilleros con la sociedad civil, con lo que la guerrilla ya no es observable ni analizable independientemente de las comunidades en el seno de las cuales se implanta y con las que está en estrecha conexión. Estas redes están condicionadas, por supuesto, por la afinidad política, pero también por otra serie de afinidades, como el parentesco o la relación vecinal, lo que significa que las mujeres desempeñan un papel fundamental en la composición y gestión de estas redes.” (Mercedes Yusta, pág. 33).

Así pues, como han apuntado las historiadoras en cuyo trabajo se apoya este artículo, la perspectiva de género no solo ha puesto de manifiesto la contribución de las mujeres a la resistencia sino que, con ella, ha iluminado toda la experiencia de la resistencia en su conjunto.

Para terminar, cabe también señalar la continuidad entre todo este activismo femenino antifranquista en sus diversos frentes y el resurgimiento del movimiento feminista en España en los años sesenta. Como afirma Mercedes Yusta, todas estas acciones proporcionaron a las mujeres «tejido asociativo, experiencia militante, [y] la conciencia de sus problemas específicos en un mundo masculinista dentro y fuera de la resistencia, problemas que no se resolverían solo con la lucha de clases o el fin de la dictadura».

Cuando por fin miramos y reconocemos este extraordinario activismo, su capacidad de agencia, la inteligencia táctica y emocional que requiere, la generosidad radical con la que se ejerció y todo lo que las mujeres fueron capaces de construir y reconstruir a pesar del muro descomunal que las encerraba, dejamos de preguntarnos por qué todos los regímenes totalitarios –e incluso los menos totalitarios pero igualmente patriarcales– ejercen una represión doblemente brutal contra las mujeres.

Esa aparente «indefinición» y esa motivación del compromiso femenino desde el afecto, que se han utilizado para restarle importancia, pueden también interpretarse de otro modo: las mujeres no siempre responden a conceptos, a ideales o a la búsqueda del reconocimiento, sino que se mueven con una coherencia interior en la que no existe disensión ni contradicción entre afecto y pensamiento, emoción y acción. Por eso se dan por entero, y a cambio de casi nada.

No fueron solo trece. Fueron miles y miles de rosas.

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Bibliografía

Este artículo está basado en el trabajo historiográfico de un grupo de historiadoras que han abordado nuestra historia reciente desde una perspectiva de género. He aquí los artículos consultados, por fecha de publicación:

Mercedes Yusta Rodrigo. 2005. «Las mujeres en la resistencia antifranquista, un estado de la cuestión». Arenal. Revista de historia de las mujeres 12 (1), 5-34. https://hal-univ-paris8.archives-ouvertes.fr/hal-01493607.

___. 2001. «La construcción de una cultura política femenina desde el antifascismo (1934-1950)». En Ana Aguado Higón y Teresa Ortega López (coordinadoras): Feminismos y antifeminismos: culturas políticas e identidades de género en la España del siglo XX (págs. 253-282). Valencia: Universidad de Valencia. https://www.inmujer.gob.es/publicacioneselectronicas/documentacion/Documentos/DE0052.pdf

Claudia Cabrero Blanco. 2009. «Militancia, resistencia y solidaridad. Las mujeres comunistas y la lucha clandestina del primer franquismo». En Nosotros, los comunistas. Memoria, identidad e historia social, coordinado por Manuel Bueno Lluch y Sergio Gálvez Biesca. Madrid: Fundación de Investigaciones Marxistas. http://www.fim.org.es/02_02.php?id_publicacion=244

María Teresa López Hernández. 2011. «El PCE y el feminismo en España (1960-1982)». Investigaciones Feministas 2, 299-318. http://dx.doi.org/10.5209/rev_INFE.2011.v2.38557

Encarnación Barranquero Texeira. 2012. «Ángeles o demonios: representaciones, discursos y militancia de las mujeres comunistas». Arenal. Revista de historia de las mujeres 19 (1), 75-102. https://revistaseug.ugr.es/index.php/arenal/article/view/1409/0

Mónica Moreno Seco. 2015. «Partie communiste et féminisme. De l’antifascisme à la transition démocratique en Espagne». Vingtième Sipecle. Revue d’histoire 2 (126), 133-146. https://www.cairn.info/revue-vingtieme-siecle-revue-d-histoire-2015-2-page-133.htm

Rocío Negrete Peña. 2020. «“Mira, ¿ves mis manos?” Militancia y trabajo de las mujeres exiliadas». Impossibilia. Revista Internacional de Estudios Literarios 20, 54-77. https://www.impossibilia.org/index.php/impossibilia/article/download/392/461?inline=1#sdfootnote1sym.

1 Esto se pone de manifiesto en una entrevista realizada por el PCE Exterior a Clotilde Morales, la última militante viva del PCE de la ciudad de Tarbes, uno de los más importantes núcleos de acogida de los refugiados españoles a partir de 1939.

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