La insurgencia del 68

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En su libro “Camino al socialismo” Augusto Zimmermann, quien desempeñara importantes funciones en Palacio de Gobierno durante el Proceso Militar que hoy cumple 53 en la memoria de los peruanos, recuerda diversos episodios altamente significativos, como el ocurrido en enero de 1969 cuando el general Montagne y un grupo de militares conservadores promovió el relevo del general Juan Velasco Alvarado, como un modo práctico de detener las profundas transformaciones sociales que se avecinaban.

También recuerda que el máximo dirigente de ese movimiento, debió vivir desde el 3 de octubre del año anterior una etapa compleja, que lo obligó a sortear obstáculos que lucían insalvables.

Empeñado en liderar una acción que involucrara institucionalmente a la Fuerza Armada, inicialmente tuvo dificultades para persuadir al Jefe de la Fuerza Aérea, General López Causillas, para que se sumara a ella; y le fue aún más difícil involucrar a la Marina de Guerra, tradicionalmente refractaria a cambios progresistas; pero avanzó seguro de alentar una nueva etapa en la vida nacional.

Como se recuerda, Velasco tuve el mérito histórico de romper la cadena de dominación que nos ataba a Estados Unidos, golpeando su eslabón más débil. El 9 de octubre del 68 dispuso que los efectivos de la I Región Militar, al mando del general Fermín Málaga Prado, ocuparan los yacimientos de La Brea y Parias e izaran el Pabellón Nacional en lugar de la bandera de barras y estrellas que había flameado indebidamente antes ante el cómplice silencio de gobiernos vinculados a la Clase dominante.

Cuatro fueron las herramientas que le permitieron al general Velasco conducir los destinos del país durante siete años sin inflación ni crisis económica, no obstante actuar desvinculado del Fondo Monetario y los organismos financieros internacionales.

La Unidad de la Fuerza Armada fue su primera herramienta de victoria. Ella, le permitió asegurar la fortaleza del proceso y su invencibilidad. Ni la Oligarquía tradicional ni las fuerzas más reaccionarias, se atrevieron a desafiar el Poder del Gobierno de entonces y buscaron más bien enfrentarse a él con arteras maniobras sediciosas. Ellas solo les dieron fruto años más tarde, cuando el propio Velasco, por razones de salud, quedó limitado.

La Unidad, sin embargo, dialécticamente, fue la debilidad del proceso. Para conservar la unidad, fue indispensable avanzar con lentitud, hacer concesiones, retroceder en algunas circunstancias, o incluso no dar pasos necesarios para afirmar el proceso 

A la reforma agraria, por ejemplo, debió sucederle una reforma urbana que acabara con el negocio de las inmobiliarias y resolviera los requerimientos de vivienda de la población. Ella no fue posible.

La segunda herramienta del proceso fue la construcción del Binomio Pueblo-Fuerza Armada. Su objetivo fue afirmar la identidad de objetivos entre los hombres de uniforme y la población civil, superando décadas de enfrentamiento cuyo episodio más alto fue la sucesión de dictaduras militares en años en los que –al decir del propio Velasco, la oligarquía usó a la Fuerza Armada “como perro guardián de sus intereses”. Hermanados soldados y pobladores, era posible construir un nuevo modelo social basado en la justicia y en la paz.

Esa unidad forjaría una alianza estratégica de enorme valor, pero sobre todo de incidencia continental. En diversos países, el surgimiento de tendencias progresistas y avanzadas en el seno de la Fuerza Armada vinculadas a la expectativa y lucha de los pueblos, daría un cariz distinto a la tarea que hoy se encarna en un nuevo Proceso Emancipador de América Latina, hoy en boga.

La tercera herramienta fue la adopción de un programa realmente transformador, resumido en las orientaciones del Plan Inca, elaborado por el equipo militar revolucionario. Abarcaba virtualmente todos los temas cardinales: salud, educación, vivienda, minería, agricultura, petróleo, amazonia y otros, estrechamente vinculados a la realidad nacional, aquella que había estudiado Mariátegui señalando para el Perú un camino de futuro.

Y el cuarto instrumento del que se valió la insurgencia militar del 68 fue la afirmación del sentido nacional y patriótico de los cambios en una circunstancia en la que -como dijera el Amauta- el nacionalismo en los países sub desarrollados y dependientes como el nuestro, podía derivar en antiimperialismo y  aún en socialismo, en una circunstancia en la que el capitalismo había dejado de coincidir con el progreso de las naciones.

Gracias a ese rumbo, fue posible, afirmar la soberanía, asegurar la independencia, confirmar el derecho del Estado Peruano a mantener relaciones diplomáticas y comerciales con todos los países del mundo, basado en los principios de la reciprocidad y de la solidaridad.

Estas reflexiones tienen actualidad ahora porque el Perú vive hoy un proceso en esencia similar al registrado en 1968. Cabe entonces recoger las experiencias vividas y avanzar en el derrotero que quedara inconcluso cuando las mismas fuerzas que acosan hoy  al Presidente Castillo, centraron sus baterías contra Juan Velasco y sus colaboradores. La historia, enseña.

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