Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.
Las mujeres y los hombres y los niños y las niñas de Afganistán han vuelto a caer bajo la tiranía de los fundamentalistas islámicos después de 20 años de ocupación de las fuerzas militares de Estados Unidos y de la OTAN. Durante dos décadas, dejando atrás las otras dos en que la CIA y los servicios de inteligencia de occidente organizaron la sublevación de los mujahidines contra la URSS, los más grandes y poderosos países del mundo se concitaron para formar un ejército moderno y bien equipado al servicio del Estado afgano. Según las proclamas del propio presidente Biden, se armó a 300.000 hombres con el armamento más reciente y eficaz a fin de enfrentarse a unos grupos guerrilleros cuyos efectivos no llegaban a 75.000 y que no disponían de ningún tipo aviación.
Después de esas dos décadas y tras sumar casi cuatro mil muertos militares estadounidenses, y cerca de mil de las restantes potencias ocupantes, 102 españoles; de haber invertido España más 3.500 millones de euros y, según cifras oficiales, 83.000 millones de dólares EEUU –fuentes críticas aseguran que la realidad es diez veces mayor- los ejércitos más poderosos del mundo salen espantados del país, amontonándose en los aeropuertos para poder huir, porque los talibanes, en números mínimos, y alguno incluso sin armamento han tomado todo el país, incluso la capital Kabul, que según EEUU estaba muy bien protegida.
Sabemos ahora por declaraciones posteriores que esta inexplicable operación estaba pactada por el anterior presidente, Donald Trump, pero también que los asesores de Biden le aconsejaron no llevar a cabo. No sabemos si ha sido el deseo de no prolongar lo que se veía como la segunda humillación del ejército estadounidense después de Vietnam, u otro acuerdo secreto para mantener el dominio en el país, en el enfrentamiento de EEUU con Rusia y China, o la incapacidad evidente de Biden –que nunca entenderé cómo lo eligieron para candidato los de su partido- lo que ha llevado a semejante vil y cobarde retirada.
Entre las últimas informaciones nos enteramos de que esas cifras eran pura fantasía. Ni llegó nunca a 300.000 los efectivos del ejército que no pasaba de la mitad, que las deserciones constituían el 25% cada año y, lo que es más indicativo, que la mayoría de los soldados no cobraban y tenían dificultades para llegar a final de mes. A esta calamidad hay que añadir que el armamento sofisticado que proporcionaban las empresas de armamento no podía ser utilizado por una tropa que en una buena proporción no sabía leer ni escribir. Se pagaban armas de última generación que costarían una fortuna pero no se daba de comer a los soldados.
Si la ciudadanía de los países que hemos mantenido ese sistema fuera consciente debería rebelarse furiosamente contra sus gobiernos, que han perpetrado este disparate durante 20 años. Incluyendo, naturalmente, el nuestro, cómplice contento de los despropósitos a que se dedica el Pentágono de EEUU. Resulta patético recordar el entusiasmo que sentían las activistas progresistas ante el triunfo de Biden, que ignoraban al parecer que había sido el vicepresidente de Obama que después de retirar las tropas de Irak tuvo que volver a enviarlas ante las masacres que se estaban produciendo. Obama tiene también el triste record de ser el presidente que más emigrante devolvió durante sus mandatos.
Muchos serán los análisis que se publicarán sobre este escándalo que mina la credibilidad y autoridad del recién elegido presidente de EEUU, pero menos del papel que está cumpliendo España como fiel y sumiso lacayo del imperio. El gobierno, supuestamente socialista, de Sánchez, ha contribuido, con el dinero de todos los españoles, a apoyar los designios del Departamento de Estado y de la OTAN, en cumplimiento de las órdenes que emanan de esos organismos. Como dijo Enrique de Santiago, Secretario General del Partido Comunista de España, que está en la coalición Unidas Podemos gobernante, “si estamos en la OTAN, aunque a mí no me guste, hemos de cumplir con sus reglas”.
En consecuencia, después de haber participado en la ominosa agresión a Irak, de la mano de Aznar, los ministros y ministras de Defensa españoles, han enviado a nuestro ejército a participar en los contingentes militares que ocuparon Afganistán, con el propósito de formar un ejército afgano moderno y bien organizado.
En los medios de comunicación estadounidenses están preguntándose y preguntando al Presidente Biden, qué beneficio ha obtenido el país con semejante operación, concluida con la misma humillación que la de Vietnam. En los medios españoles no veo la misma inquietud ni un análisis semejante.
Resulta patético que los gobiernos españoles, sea cual sea el partido que lo rija, se plieguen sumisamente a las órdenes del gendarme del mundo que dirige la estrategia política de nuestro país. Lamentablemente, además, hemos tenido tres mujeres como ministras de Defensa, tan orgullosas ellas de mandar en un ejército que es enviado de un extremo a otro del mundo para intervenir en la política de otros países, sin saber con qué propósito, con el enorme gasto que suponen esas operaciones y los cientos de víctimas mortales que acarrea, para acabar haciendo el ridículo.
Lo que nuestro gobierno, como los demás occidentales que han participado en esta criminal operación, ocultan, para que la ciudadanía lo ignore, es que la infamia mayor de esta guerra interminable, que está destrozando a Afganistán desde hace más de cuarenta años es que fue desencadenada, financiada, armada y alimentada por el Departamento de Estado de EEUU, a través de la CIA y de sus servicios secretos y de agitación y sabotaje que operan en todos los países, a raíz del apoyo de la URSS al gobierno comunista que se había elegido en el país.
Esta operación iba destinada a minar el poderío de la Unión Soviética. En cumplimiento del principio de que el enemigo a batir es el comunismo, el Departamento de Estado de EEUU armó a las tribus pastunes para que acosaran y minaran el gobierno de Babrak Karmal, que se dirigió al pueblo con un discurso prosoviético a fines de 1979 y que hubo de pedir la ayuda a la URSS ante el evidente peligro de la ofensiva talibán. Mientras la OTAN establecía los misiles de largo alcance a lo largo de la frontera de Pakistán con Afganistán, dirigidos directamente al territorio soviético.
La Revolución Afgana nacionalizó toda la economía y con ayuda del bloque soviético instauró un régimen socialista de economía estatal planificada. El nuevo gobierno inició un programa de reformas que declaró la igualdad del hombre y la mujer, prohibió la usura, inició una campaña de alfabetización, eliminó el cultivo del opio, legalizó los sindicatos, estableció una ley de salario mínimo y rebajó entre un 20 y un 30 por ciento los precios de artículos de primera necesidad. A través de sus sindicatos, los obreros podían concertar contratos colectivos y se estableció la educación obligatoria incluso para las niñas, lo que enfureció a las tribus de las montañas.
Los muyahidines o “soldados de Dios” llevaron a cabo una guerra de guerrillas y atentados terroristas, mientras recibían armamento y recursos de Estados Unidos, a través de Pakistán (que incluso en algunas ocasiones envió directamente a su Ejército a participar de las batallas) y también de Arabia Saudí, Gran Bretaña e Israel. En los últimos días de 1979 la Unión Soviética entró en el país para ayudar al gobierno, pero se retiraron en 1989 después de nueve años de guerra de los talibanes organizada por EEUU. La guerra civil que siguió a la retirada soviética concluyó con la victoria de los talibanes en 1996 que irrumpieron en la capital afgana, castrando y asesinando públicamente al Presidente Najibullah.
El huevo de la serpiente fue incubado por la operación de la CIA armando a talibanes, yihadistas y jefes de tribus contra la URSS, que fue el inicio del terrorismo yihadista que cometió los atentados del 11 de septiembre en EEUU. Desde entonces estos grupos criminales y las diversas tendencias islamistas se han introducido en occidente, cometiendo atentados en España, en Francia, en Reino Unido, en Países Bajos.
Pero las peores consecuencias las está viviendo trágicamente el pueblo afgano. La invasión de Afganistán en 2001 a raíz de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, destrozó a la sociedad afgana, y durante estos veinte años el país ha sufrido como un cáncer los atentados terroristas de los grupos fundamentalistas que se hicieron fuertes con la ayuda de EEUU.
Por ello, la retirada fulminante de las tropas internacionales que apoyaban al gobierno y al ejército afganos, significa entregar a la población inerte ante los talibanes. Las principales víctimas de su poder son las mujeres. Los talibanes vuelven a imponer a las mujeres las normas más abusivas y humillantes del patriarcado islámico, han restringido los derechos y libertades sociales de mujeres y niñas, las privan de trabajar e ir a la escuela, y están sufriendo violaciones, matrimonios forzados, amenazas y asesinatos. Pero ya se sabe que a la “comunidad internacional”, esa que se arroga la calificación de ser la más avanzada y democrática del mundo, ni las mujeres ni las niñas afganas le importan nada.
Ahora los talibanes vuelven a imponer a las mujeres las normas más abusivas y humillantes del patriarcado islámico. El abandono de las tropas internacionales, incluida España, significa la victoria de las tropas talibanes y el regreso del régimen que impusieron en 1996.
Por ello es inaceptable que España, como la Unión Europea, con una vergonzosa sumisión a los dictados de EEUU, no sólo hayan retirado sus tropas, sino que abandonen a la insania de los talibanes a la población civil que intenta huir del país. Como también resulta inexplicable que los partidos que se autotitulan de izquierda ni siquiera se hayan pronunciado ante la tragedia afgana.
Es imprescindible que se organice el rescate de aquellos que aún puedan huir, entre los que se encuentran los cooperantes y traductores que han ayudado a las tropas internacionales, pero ya Alemania ha asegurado que no acogerá a los que huyen como hizo con los sirios hace cinco años. Y por las informaciones a día de hoy, la evacuación que está intentando el Ejército español es tardía, torpe e insuficiente. El gobierno presume de nuestras tropas en los desfiles y actos conmemorativos donde se lucen las ministras, y los militares desplazados allí ni supieron formar al ejército afgano ni informaron de la realidad que se vivía en el país ni ahora garantizan la salvación de aquellos que les creyeron y les ayudaron.
Los gobiernos españoles han convertido a España en una provincia de EEUU, sometiéndose vergonzosamente, a sus directrices. Pero lo más triste es que ni el Partido Comunista ni sus aliados en el gobierno, ni Izquierda Unida, se pronuncien en contra de la operación criminal de abandono de la población afgana al poder de los talibanes.
Con la sumisión a Estados Unidos de los países que forman la Unión Europea y que han participado en la ocupación y retirada de Afganistán, el imperio norteamericano es el gendarme del mundo, y todos nosotros sus súbditos.
No puedo estar más de acuerdo con Lidia
Si una vergüenza fue lo de Aznar con Iraq, lo del actual gobierno de Pedro Sánchez, más de lo mismo
Nauseabundo me resulta, sobre todo, los futuros esponsales de niñas de 10 años con viejos asquerosos
Sólo por este motivo valía la pena permanecer en Afganistán
Y si hablamos de las mujeres que participaron en la educación u otra actividad cualquiera en defensa de los derechos de la mujer, sólo les queda salir del país cuanto antes o morir lapidada
En Afganistán, o en el Vaticano, vemos lo que traen las religiones a las mujeres: El infierno