A propósito de la Ley Trans y la autodeterminación de género

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Miguel Ángel Parra González

Tras la caída del bloque soviético a principios de los años noventa y el vencimiento -provisional- del neoliberalismo, los países de cultura occidental han vivido un estallido neoliberal que, partiendo de la reestructuración de la economía -Aparición de nuevos y más dinámicos sectores, reconversiones al sector servicios, precariedad y temporalidad crecientes, etc.- ha ido gestándose a gran velocidad con una creciente hegemonía social y cultural.

Partiendo del axioma de que los cambios materiales son los que provocan los cambios sociales y éstos en última instancia los cambios políticos, podemos ver cómo esa oleada capitalista con el paso de los años ha ido revirtiendo la mentalidad de nuestra sociedad, deshaciendo tejido social y el colchón popular construido durante décadas a través del movimiento obrero y la lucha vecinal, de los cuales a modo de resistencia gálica todavía quedan reductos.

Todo sistema económico genera un envoltorio cultural que le sirve de engrasado para su engranaje. Es necesario que la gente piense y actúe como requieren las fuerzas productivas y así que el sistema funcione a pleno rendimiento. Por esa razón el capitalismo, cuya máxima es obtener el máximo beneficio al mínimo coste posible, fomenta a través de sus aparatos de márketing un mensaje constante que fomenta el egocentrismo, la individualidad y la autosuperación por encima de otros valores como la cooperación, la solidaridad y el humanismo. Por eso también fomenta la tecnificación del conocimiento en detrimento de las enseñanzas sociales y humanísticas que facilitan desarrollar un pensamiento crítico que contribuya al progreso social y de las que los mercados no obtienen un rendimiento económico directo.

Éste contexto de individualización y autorealización en los miembros de nuestra sociedad ha sido idóneo para la proliferación de un número cada vez mayor de identidades basadas en lo que podemos llamar a modo genérico estilos de vida, en detrimento de las que Daniel Bernabé considera las tres grandes identidades del Siglo XX: Clase, nacionalidad y religión. Espacio que está siendo ocupado por nuevas identidades que compiten entre sí en una carrera por ver quién está mas oprimido que quién y en un corto plazo de tiempo verse superados a su vez por nuevas identidades derivadas en base a matices, como si de divisiones celulares se tratara.

Una prueba de ello es la amalgama de identidades que, surgiendo del movimiento feminista, defienden el concepto de autodeterminación de género y que actúan como principal soporte de la llamada Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans impulsada por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero. El principal punto de discordia de dicha ley, y que provoca la gran escisión en el movimiento feminista, es el concepto de autodeterminación de género, según el cual bastaría con que una persona se considere hombre o mujer para que sea a todos los efectos considerada como tal. Sin atender ningún otro tipo de consideración. En el caso de los menores, si sus progenitores se negasen tendrían la posibilidad de recurrir a instituciones previstas a tal efecto para lograrlo, y abrir las puertas a tratamientos médicos y bloqueadores hormonales.

Partiendo de la base que el género se construye desde una realidad biológica, que es el sexo (y éste es masculino o femenino en nuestra especie, ya que las personas intersexuales son una minoría extremadamente residual y que en sí misma no es una sexualidad) y son el conjunto de ideas sociales que se construyen sobre éste, carece de sentido hablar de una autodeterminación individual de género. Sí tiene sentido hablar de disforia de género cuando alguien no se siente identificado con los roles de género que se le presuponen por su sexo, pero dichos casos en un porcentaje muy alto son superados en el transcurso de la adolescencia sin necesidad de hacerle creer a la persona que pertenece al sexo opuesto. La solución no es aumentar la disforia, sino  minimizarla hasta el punto de que sólo sea necesario tomar medidas en los casos estrictamente necesarios. Ayudar a las personas con disforia no debe estar reñido con la ciencia ni con la realidad material. Un hombre con disforia puede y debe ser plenamente consciente de que es eso, un hombre con disforia. Lo mismo ocurre con una mujer con disforia. En el caso que no sea posible solucionar el caso de disforia entonces sí que se hace necesario ayudarle de otro modo, y eso incluye transicionar. Pero hacer creer a la sociedad que se puede ser hombre y mujer porque se siente -Todavía nadie es capaz de definir en qué consiste sentirse hombre y mujer sin precisamente recurrir a estereotipos de género que precisamente el feminismo lucha por superar- no es defender el progreso, basado en lo material, sino todo lo contrario. Y es preocupante que amplios sectores de la izquierda y los movimientos sociales lo asuman de una forma totalmente acrítica y respaldados por el aparato de márketing del sistema capitalista, ávido en buscar nuevos nichos de mercado con los que aumentar sus ventas. Asistimos a una batalla que está ganando el posmodernismo contra el materialismo, la ciencia y la reacionalidad. Esperemos que por poco tiempo. Las nuevas corrientes identitarias tienen más que ver con las filosofías new age que con la transformación real de la sociedad.

Más allá de acusaciones rimbombantes de misoginia y transfobia entre un lado y otro, es necesario recomponer una herida en el movimiento feminista causada por una escisión que, en la consecución de una reivindicación de máximos como es la autodeterminación de género y todas sus implicaciones, ha provocado un importante cisma que afecta a diferentes esferas de la izquierda y de los movimientos sociales, y que amenaza con alterar su ya precaria capacidad de organización.

Las personas trans y con disforia de género merecen tener una legislación que les ayude y defienda sus derechos. De eso creo que no cabe ninguna duda y que es compartido por todos. Por lo tanto, quizá ése debería ser el punto de partida y no un concepto puesto en entredicho y sin base material como es el de la autodeterminación de género. Porque la transformación social vendrá de la mano de las clases populares, de la realidad material, y no de las realidades sentidas.

1 COMENTARIO

  1. Me quedo con su última frase.
    El cambio social vendrá con la necesidad material,y no la sentida.
    Si sumamos estos dos conceptos,la conclusión es surrealista.Soy lo que pienso más mi realidad, que no siempre concuerdan.

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