Sanidad pública o mafia privada

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

El pasado 16 de junio el Partido Feminista organizó un coloquio sobre la sanidad en España, que puede verse en el canal de You Tube del partido. Estuvieron además de María Jesús Fernández, doctora en medicina y farmacia, coordinadora del PFE en Canarias, los doctores José Ignacio O’Shanahan y Manuel Martín García expertos en salud pública, que han dedicado buena parte de su actividad profesional a defender el sistema de salud que se había comenzado a construir después de la Guerra Civil.

El diálogo fue enormemente interesante, pedagógico, informativo y a la vez gravemente alarmante. Con toda la autoridad que les da a los profesionales mencionados, tanto su trabajo profesional como su actividad social, nos explicaron las terribles deficiencias que padece el sistema de salud público, del que tan orgullosos estaban los gobernantes y que los gobernados aceptábamos resignados, después de que la repetición del mantra de que teníamos el sistema de salud mejor del mundo nos hubiese convertido en zombis.

El doctor Manuel Martin nos explicó que desde 2008 los gobiernos del PP se dedicaron a retirar recursos económicos y humanos de la sanidad pública. No se sustituyeron los profesionales que se jubilaron o fallecieron, no se mantuvieron los aparatos técnicos ya envejecidos, se cerraron UVIs y salas de hospitales y se precarizó la asistencia primaria que es el filtro indispensable para dirigir a los pacientes a los tratamientos necesarios. Si se mantuvo el sistema en un precario equilibrio fue gracias al esfuerzo de los sanitarios que estuvieron doblemente explotados y a la mansedumbre de la sociedad civil.

Pero en esto llegó la pandemia. Mucho antes de que los gobiernos reaccionaran con las medidas de protección que adoptaron. De tal modo, cuando los contagios eran generales y los enfermos se amontonaban en las UVIS, en las salas o se quedaban abandonados en las residencias de mayores, no existían profesionales suficientes para atenderlos, ni camas ni salas ni siquiera pasillos. Las ambulancias no daban abasto y las consultas se evacuaban por teléfono. El gobierno balbuceaba cada día sermones tranquilizantes mientras los muertos se amontonaban en las morgues. Y la sociedad civil, tan domesticada, se emocionaba aplaudiendo cada tarde a los sanitarios, sin siquiera pedir que se aumentaran los presupuestos destinados a ellos.

Manuel Martin denunciaba la falta de una planificación médica y farmacológica que lleva al despilfarro en medicamentos mientras el dinero no se destina a cuestiones fundamentales. Así, en los últimos 25 o 30 años no se han fabricado medicamentos útiles. Todos los que consumimos, con diversos nombres, tienen semejante composición a los de hace un cuarto de siglo, aunque nos los vendan como novedades. Y el gasto farmacológico de la Seguridad Social se ha convertido en una carga insoportable sin que se analice hasta qué punto es imprescindible, porque la atención médica se limita a recetar los productos que nos suministran la grandes empresas multinacionales de la farmacia. No se recetan ni dispensan terapias alternativas, ni naturistas ni psicológicas, consideradas brujerías, porque mermarían los ingresos de las empresas. Y así, aseguraba el profesional, la población española está sobre medicalizada, con las consecuencias secundarias de ello que conducen a sufrir más patologías.

Y además las empresas españolas producen los medicamentos falsificados. En un crucero que realicé hace unos años por el Mar del Norte, debido al frío y a la humedad, tuve un ataque de lumbalgia muy molesto. Llevaba de España varias dosis de Paracetamol que consumí compulsivamente ya que ninguna me hacía efecto. Cuando las terminé le pedí al servicio sanitario del buque me diera algún analgésico y me dieron Paracetamol. Con bastante escepticismo lo consumí para sorprenderme cuando en media hora el dolor había desaparecido. El doctor O’Sahanan mostró su sorpresa y preocupación cuando relaté este episodio porque dijo que no imaginaba que en España sucedía una cosa así, que eso pasaba en África donde había trabajado algunos años y se sabía que no se podía comprar en determinados laboratorios porque falsificaban los medicamentos.

La solución adoptada por el Partido Popular en los años de su gobierno y que se mantiene en las autonomías por él regidas, es el de derivar a los pacientes a las clínicas privadas, cuyo coste es muy superior al de los hospitales públicos, a pesar de la torticera campaña que la derecha realiza afirmando que lo público es más caro que lo privado. Disparate que nadie debería haber creído si estuviera más informado y fuera más lúcido, ya que es evidente que las empresas lo único que buscan es el beneficio. Las grandes compañías multinacionales de seguros médicos son las que mandan en el mundo sanitario y son ellas las que copan todas las ofertas: clínicas, gabinetes de asistencia primaria, centros de rehabilitación, residencias de mayores, muchas de las cuales han sido construidas con dinero público, y cuyas facturas que pagamos todos exceden en mucho el coste real de los servicios, mientras a los empleados se les paga mal y se les maltrata. Se han convertido en una mafia con el consentimiento de los gobiernos.

De tal modo la privatización de la sanidad no se hace claramente, determinando, según la ley de oferta y la demanda que tan aceptada está, que quien tenga dinero que se pague la privada, sino privatizando clandestinamente los servicios que debe prestar la pública. La doctora Fernández explicó que había tenido que operarse de cataratas en un ojo y que no pudo hacerlo en el hospital público más grande de Canarias, doctor Juan Negrín, donde ella ha trabajado toda su vida, porque no había anestesista, y la enviaron a una clínica. La factura naturalmente la pagó la SS.

A esta situación general, producto de la derechización de la política, aceptada con una resignación bovina por la izquierda, se une en España este absurdo reparto de competencias que se ha aceptado del llamado Estado de las Autonomías, que debería denominarse Estado de las Desigualdades. Así, como dato representativo, la diferencia de inversión en sanidad entre el País Vasco y Andalucía es del 32%, teniendo en cuenta que en Andalucía ha gobernado el PSOE 37 años. De modo que la atención médica y en consecuencia la supervivencia de los pacientes depende del territorio donde vivas. Ahí están las diferencias de expectativa de vida de uno u otro. A ello se une, naturalmente, las diferencias de sexo y de clase social, que son determinantes para la salud de la población.

Pero no crean que a pesar de los esfuerzos que han realizado las plataformas por la defensa de la sanidad pública, en las que están implicados nuestros doctores Martín y O’Shanahan, los propósitos de este gobierno supuestamente de izquierda van a mejorar este estado de cosas. En el proyecto que ha remitido a Bruselas sobre la distribución de los fondos europeos que estamos esperando ansiosamente, se destina el ¡0,7%! de aumento al presupuesto de sanidad.

Por concluir, una pregunta qué se hacen los facultativos es por qué España depende de las empresas extranjeras para tener vacunas contra el corona virus. Porque en nuestro país no existe ninguna farmacológica capaz de producir la vacuna.

Cuando el doctor O’Sahanan explicó que en las Islas Canarias la sanidad consume el 40% de todo el presupuesto general, en donde se produce la situación explicada por la doctora Fernández, que  el  hospital doctor Juan Negrín no dispone de anestesista para una operación de cataratas, nos preguntamos, ¿a dónde va el dinero?

Si en España hubiese verdaderos partidos de izquierda, sindicatos luchadores y una conciencia social de la que carece nuestra población, él coloquio de ayer del Partido Feminista y este artículo deberían provocar la indignación general. Se tendría que plantear una interpelación al gobierno en las Cámaras, exigir las cuentas de las Comunidades autónomas, los medios de comunicación lo reproducirían con los comentarios lógicos y la sociedad civil estaría en las calles exigiendo responsabilidades a sus gobernantes.

Pero la ideología capitalista liberal, además de hundirnos en el desastre económico y sanitario que brevemente he comentado, lo más grave que ha producido es la resignación y la aceptación de la sociedad de que “no hay más allá”. Como dice una viñeta de El Roto, el diablo, trajeado como un ejecutivo, rodeado de llamas, afirma: “Mantener a la gente en el infierno es sencillo, sólo hay que convencerles de que no hay otro lugar”.

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