Imperialismo y posmodernismo

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Sergio Mario Gilli

En épocas reaccionarias se impone el misticismo, el relativismo y el irracionalismo. En contraparte, el pensamiento materialista, la idea de poder conocer el mundo y sus leyes, la razón y la ciencia son el clima cultural de las épocas revolucionarias. Tal fue el caso de la revolución francesa: el iluminismo y la Enciclopedia orientada por Diderot y D’Alembert prepararon el clima cultural necesario para la caída del régimen feudal.

El materialismo es el pensamiento que considera que existe un mundo fuera de nuestras cabezas y que ese mundo es cognoscible. Que las causas de los fenómenos y procesos de la naturaleza, la sociedad y el psiquismo debemos encontrarlas en la realidad existente y no en alguna instancia mística que hace mover al cosmos a su voluntad. O bien, la idea de que el mundo es una proyección de la propia subjetividad, cuya extrema expresión es el solipsismo.

En 1908 la contrarrevolución zarista arreciaba en las filas del partido bolchevique. Un integrante del partido, Bogdanov planteaba una versión marxista que empalmaba con las teorías que afirmaban que no conocemos la realidad sino solo lo que nuestros sentidos nos aportan. Lenin le responde escribiendo contrarreloj “Marxismo y Empiriocriticismo”, donde defiende la postura materialista: existe una realidad y es cognoscible, aunque el camino de la profundización del conocimiento sea eterno. La burguesía lo que pretende es equiparar las verdades revolucionarias con sus mentiras reaccionarias. Nuestras verdades son siempre relativas, como relativa es la práctica como criterio de la verdad, pero el marxismo está en el camino del conocimiento.

Por el contrario, la burguesía se basa en la mentira y trata de minar la convicción revolucionaria creando una noche relativista donde todos los gatos sean pardos. El texto de Lenin recompuso ideológicamente al partido en el plano de las convicciones y lo preparó para la contraofensiva. El imperialismo se ha especializado en atacar al pensamiento materialista revolucionario. A sus fines han servido las teorías de ciertos intelectuales (especialmente franceses) cuyo mayor mérito es haberse arrepentido de su pasado izquierdista: los llamados “posmodernos”, que plantean que la realidad es una mera “construcción social”.

La CIA norteamericana los estudió y en 1985 testimonia el entusiasmo de la agencia en un texto desclasificado: “Francia: la deserción de los intelectuales de izquierda.” La organización más criminal del planeta vio más lúcidamente el rol del posmodernismo que la gran mayoría de la intelectualidad progresista de occidente.

Michel Foucault, Jean Claude Levi-Strauss, Roland Barthes, Jacques Lacan, Jacques Derrida, son algunos de los teóricos aplaudidos por la inteligencia norteamericana. Ellos son hoy “vacas sagradas” de gran parte de la intelectualidad progresista latinoamericana y no es por casualidad. Fueron impuestos en la academia de América Latina en los ’80 sobre la tierra arrasada que dejó el Operación Cóndor.

El historiador marxista inglés Perry Anderson resumió sobre sus principales ejes argumentativos: atenuación (o negación) del concepto de verdad, exorbitancia del lenguaje y accidentalización de la historia. La lucha entre materialismo e idealismo no es un mero ejercicio de intelectuales de café sino una parte de la batalla cultural con el imperialismo, la lucha por sostener la convicción revolucionaria.

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