Es imposible calcular el número de muertos que, desde 2015, ha provocado la guerra en Yemen. Ni desde los hospitales, por falta de medios, ni desde organismos oficiales, por falta de interés, se dan cifras exactas de los miles de muertos que esta guerra lleva provocados.
«Por cada niño que muere por las bombas y las balas, decenas se mueren de hambre y es evitable», dijo el director de Save the Children en Yemen, Tamer Kirolos.»
Se calcula que han muerto más de 84.000 niños por malnutrición debido a la guerra y al bloqueo de suministros, según Save the Children.
Desde nuestro gobierno se defiende la venta de armas a Arabia Saudí porque son «inteligentes», según declaraciones del entonces Ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell.
«Se trata de armamento de precisión (destinado a objetivos militares) de alta resistencia. Con este tipo de armas no puede haber esos bombardeos producidos con armas menos sofisticadas, un poco lanzadas al azar, y que provocan esa clase de tragedias que todos condenamos».
La realidad es tozuda y meses después, un ataque saudí «por error», a un colegio, dejó decenas de heridos y varios muertos. Tranquilos, sólo eran niños yemeníes y algún adulto.
El gobierno español cedió a la venta de armamento a Arabia Saudí tras producirse las presiones por parte de la monarquía wahabita, que amenazaban con cancelar el multimillonario contrato de construcción de cinco corbetas en los astilleros de San Fernando (Cádiz).
El argumento del consistorio de Cádiz, tan falaz como insolidario, para defender esos contrato no puede ni debe dejar indiferente a nadie. El alcalde vino a decir que si había que elegir entre que los gaditanos se mueran de hambre o los muertos sean otros, la decisión estaba clara. ¿A quién le importan los muertos yemeníes? A nadie.
Hablar de DDHH en Arabia Saudí es como pensar en unicornios blancos y no sólo por las condiciones que sufren las mujeres, que también, sino por un tipo de sociedad esclavista y tétrica en la que la vida vale poco más de lo que puedas pagar por ella.
Buen ejemplo de esto último fue el asesinato y descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi, que pese a que todas las pruebas señalan a la casa real saudí como autora, la diplomacia internacional ha mirado, cautelosamente, hacía otro lado.
Cuando la Federación Española de Fútbol pone como condición – a la celebración de los partidos en suelo saudí – el hecho de que las mujeres puedan acceder libremente a los campos, está colocando a los muertos en Yemen, a los esclavos, a los asesinados por los servicios secretos saudíes, a un nivel casi anecdótico, y no porque no sea importante la medida, sino porque si nos centramos en ella o en el hecho de que las mujeres sean obligadas a ir cubiertas o no, estamos dejando atrás el resto de razones que no desaparecerán porque no las nombremos.
Que la mujer de un acaudalado príncipe saudí, su hermana o su madre puedan ver en directo un partido de fútbol no cambiará en nada la sociedad, ni las condiciones laborales, ni las relaciones internacionales en las que Arabia Saudí podrá seguir comprando voluntades -a base de petrodólares- por un partido de fútbol.