Lo que dijo Celaá

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Me acabo de tragar la intervención completa que la Ministra de Educación y Formación Profesional en funciones recitó, pausadamente, en el Congreso de Escuelas Católicas. Masoquista que es uno, pues su prosa poética duerme a las vacas, pero me daba mucha curiosidad poner en contexto esas palabras que, de repente, despertaron de su letargo e inflamaron tanto a los inflamables de siempre: de ninguna manera puede decirse que el derecho de los padres a escoger una enseñanza religiosa o a elegir centro educativo podrían ser parte de la «libertad de enseñanza», decía Celaá, refiriéndose a la libertad de enseñanza a la que se refiere la Constitución.

En efecto, una cosa es la libertad de ejercer la enseñanza, que es la que viene recogida en el tan mentado artículo veintisiete; y otra, la libertad de escogerla, o lo que la derecha entiende por ello, claro, que en su caso viene a ser hacerlo lejos de determinados alumnos y alumnas pero cerca de otros más pudientes y homógeneos. Y estos últimos, debidamente escogidos de facto, a su vez, por la libertad neoliberal de ciertas empresas mantenidas por el Estado. Así de claro habría que haberlo dicho, sin tanta retórica.

La ministra se metió en un lío, sí, pero a sabiendas, al recordar en voz alta la constitucional perogrullada en plena boca del lobo. Me cuesta creerla tan inocente como después ha querido hacernos creer con lo de la controversia alimentada, que alimentada ha sido, y mucho, pero antes que nadie, por ella misma. No sé si por algún cálculo mal calculado de cara a la galería que se me escapa, pero no me creo que tenga nada que ver con un posible gobierno que girase a la ultraizquierda con Unidas Podemos, como tanto han predicado algunos. Antes de eso me creería que hubiese pactado su teatro con las propias Escuelas Católicas y sus adláteres, regalándoles carnaza igual que ya les había regalado visibilidad por el simple hecho de acudir a su llamada. Ya quisiéramos muchos que eliminasen los conciertos o que prohibiesen el pensamiento mágico en las escuelas, pero eso no va a pasar todavía en este país y bien que lo sabemos todos.

Reconozco, empero, que durante el tiempo que el que aquí escribe solo había leído la frase de marras, el que aquí escribe fue el primero en quitarse el sombrero ante lo que parecía una especie de troleo épico. Pero es que ella misma se encargó de descafeinar enseguida su supuesta afrenta: esos hechos —dijo refiriéndose a la elección de centro y a la educación religiosa— formarán parte de los derechos que puedan tener los padres, madres, en las condiciones legales que se determinen. Solo indicó que en todo caso no son —ojo, en presente— emanación estricta de la libertad reconocida en la Constitución.

Y qué de dónde emanen si siguen manando, Celaá. Y qué si emanan o no de esa Constitución, concertadistas, esa que de votarla hoy os parecería muy suave para con vuestras pretensiones. La discusión es finalmente bizantina porque no supone ninguna amenaza para el statu quo de la enseñanza en el Estado, esto es: una escuela pública cada vez más machacada frente a otra escuela privada pero subvencionada con fondos públicos que deberían haber ido a la primera. Una situación a la que la ministra y el PSOE permanecen sumisos, por más guiños hipócritas hacia la izquierda ingenua que representan.

Pero es que, si seguimos viendo el vídeo, podemos comprobar que tan solo bastan unos pocos segundos de rumores en la sala —¡rumores!, ni gritos ni pedradas— para que nuestra ministra se sintiese en la necesidad, dejando de lado su guion y tras detenerse a pensar durante un incómodo silencio, de dejar claro que no quiere decir que no haya libertad… quiere decir que no está dentro del artículo veintisiete.

Pero es que lo que ya dijo inmediatamente después merece ser citado al completo: la regulación que hemos venido haciendo del principio de «libertad de enseñanza» durante estas décadas de democracia ha sido equilibrada, ha sido consensuada, y de ello lo demuestra entre otras cosas la larga vigencia del régimen de conciertos. Por cierto, tras algunas vacilaciones que en su momento manifestaron algunas fuerzas políticas. Este modelo, casi inédito en Europa, nos ha permitido estabilizar las proporciones de estudiantes atendidas por las redes pública y concertada, estando matriculado en la primera el 67,2 del alumnado en 1992 y el mismo porcentaje en el curso que acabamos de terminar. Estas cifras son una demostración de ese equilibrio

El mismo porcentaje, presume y todo, a pesar de que cuando la concertada nació se presentó como subsidiaria transitoria de la pública. Pues si con la bajada de la natalidad los porcentajes son los mismos entiendo que solo hemos certificado el engaño original, y que eso solo debería alegrar a los especuladores de la educación concebida como negocio y para el mantenimiento ideológico del catolicismo, el capitalismo y la separación de clases. No hay, de hecho, ningún equilibrio deseable entre las redes cuando es la pública la que ha sufrido y sigue sufriendo recortes a costa siempre de la mimada.

Por si todo esto fuese poco, la ministra también practicó el ditirambo sobre la imposibilidad del monopolio educativo del Estado, ya ven, para que luego le digan comunista o poco menos. Y ya antes subrayó el derecho que asiste a los padres para que sus hijos e hijas reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Su discurso fue, en resumen, un discurso conservador de pe a pa.

Pero es que además, al día siguiente, en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, la también portavoz del gobierno siguió rindiendo pleitesía a curas, fachitos y liberalistos: el PSOE ha sido el baluarte de la defensa de la pública y la concertada, dijo, y también que esta es una controversia alimentada de manera artificial: las familias no tienen nada que temer, los padres y madres tienen libertad de elegir un centro educativo. Caramba, que solo le faltó ponerse de rodillas.

Aun así, la derecha ha obviado las caricias y los masajes de Celaá para volver erre que erre con su retahíla de la pseodolibertad de pseudoelección, pseudoamenazada por un próximo gobierno de izquierda radical, al decir de Pablo Casado mientras aguantamos la risa. Inés Arrimadas ha señalado una criminalización de la concertada. Y preparémonos, van a por nuestros hijos, asegura Carla Toscano en su cuenta de Twitter. Un no parar que se toma uno a pitorreo hasta que comprueba el músculo mediático del que disponen quienes quieren seguir pisoteando la escuela pública. Hasta el Foro de la Familia se ha marcado un vídeo, que a su lado hace creíbles las monedas de tres euros, con un supuesto padre de la pública —¡de la pública!— consternado por el totalitarismo que supondría que los padres no pudiesen elegir elitismo.

Pero a ver, aquí lo grave nunca fue lo que dijo Celaá, que no dijo nada nuevo bajo el manto siempre de la legendaria ambigüedad del PSOE. Aquí lo grave, y de lo que apenas se ha hablado, es que una ministra de Educación que elude reunirse con profesores y sindicatos de la pública no tenga nada mejor que hacer un jueves que inaugurar el Congreso de Escuelas Católicas, o lo que es lo mismo, legitimar, reconocer y, como decía, arrodillarse ante un festival antilaico y proconcertada que la quería y la tuvo de títere.

Y qué narices pintaba hablando de educación en general, a propósito, que nada dijo sobre las escuelas católicas en concreto, el tema del congreso; lo cual también habría tenido su miga, pero al menos no habría implicado tratar a su público murmurante en el equivalente de la ciudadanía en general, cuando solo lo es de la concertada, o menos aún, de la concertada de una religión.

Comoquiera que me lo tragué entero, os cuento que al final tampoco dijo nada más que lo de siempre. Muchos retos y desafíos y palabras bonitas, pero nada de bajar la ratio ni ninguna otra medida real para atender a la diversidad. Ni una sola palabra sobre la ilegalidad o la inmoralidad del pin parental, que eso sí que habría sido troleo del bueno. Eso sí, mucha chorrada con la digitalización, el nuevo viejo mantra, de nuevo la innovación per se, de nuevo el utilitarismo y de nuevo el guiño al MIR educativo latente entre sus líneas.

Ministra, que la quiero ver por Cádiz el mes que viene, en el Encuentro Estatal de Mareas por la Educación Pública, sin ir más lejos. No hace falta que lo inaugure, solo que escuche sus reivindicaciones. 

Los de la derecha, dejad de llorar, que vuestras escuelas concertaditas seguirán inmaculadas con una ministra así. Ojalá llegue un día en el que la echéis bien de menos.

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Pocos saben que cuando Antonio Salieri, el gran compositor, huyó de Viena tras esas infundadas acusaciones de asesinato, con el tiempo recaló en la hermosa Bahía de Cádiz y, obnubilado por su luz, se volvió andaluz hasta las trancas. Allí ejerce en la actualidad como un humilde profesor de Música de la escuela pública, renegando de su pasado servil entre nobles, monarcas y curas. Tanta tirria les cogió, que ahora es enemigo declarado de los conciertos privados, la sangre azulada y el papanatismo de las religiones.

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