La Alianza del Sahel avanza y crea su confederación. Sánchez pide más presencia militar

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«Si miramos el caso de Níger en los últimos 40 años, algunos países han estado extrayendo uranio para producir energía en casa. De Ottawa a París las calles están iluminadas; pero en Níger solo hay oscuridad. Es por eso que decidimos levantarnos y tomar el destino de nuestros países con nuestras propias manos. Compañeros de la Alianza, Patria o muerte, venceremos«, con estas palabras terminaba su discurso el presidente de Burkina Faso, Ibrahim Traore, en la reunión donde se anunció la nueva Confederación de la Alianza de los Estados del Sahel.

Este pasado día 6, los líderes de las juntas militares de Malí, Burkina Faso y Níger se reunieron en Niamey para firmar el tratado por el que se crea la Confederación de la Alianza de Estados del Sahel (CAES), tratado que pretende incrementar la integración de los miembros de la AES (Alianza de los Estados del Sahel, pacto de defensa mutua creado entre Malí, Níger y Burkina Faso en septiembre de 2023 tras las amenazas de la CEDEAO de intervenir militarmente) y además anuncian la creación de un banco de inversiones y un fondo de estabilización, que permitan el abandono del franco FCA (monedas usadas en doce naciones anteriormente gobernadas por Francia en África Occidental y Central).

Se trata de un hecho que puede provocar importantes consecuencias en esa importante zona del Sahel, extensa zona de África que recorre al continente desde el océano Atlántico hasta el Mar Rojo y que sitúa una frontera natural de transición entre el norte desértico y la sabana meridional.

El proyecto de confederación fue desarrollado en diciembre del año pasado, como seguimiento de la Alianza de Estados del Sahel creada en septiembre, y ya a principios de este 2024 tres países anunciaron su decisión de abandonar la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), tras acusar a Francia de manipulación, dado que esta organización llegó a amenazar con llevar a cabo una intervención militar en Níger.

La situación de estos países ha llevado a que sus poblaciones sientan que recuperan parte de su soberanía a través de estas juntas militares, poblaciones frustradas por el intervencionismo francés y la proliferación de grupos armados extremistas vinculados a Al Qaeda. Entre otros aspectos, el acuerdo de los presidentes de Malí, Burkina Faso y Níger permitiría la libre circulación de mercancías y personas y el germen de un mecanismo económico regional que termine con las injerencias de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial.

Desde Europa observamos con esperanza y con cierta envidia el desarrollo de esta confederación, en un Viejo Continente en el que la depauperación ideológica lleva a celebrar que sus antiguos partidos de izquierdas formen parte, como cola de león, de asociaciones electoralistas que ni siquiera cuestionan la sumisión a esos organismos económicos, ni la entrega absoluta a sus cruzadas bélicas imperialistas.

En este sentido, en otra alianza, la Atlántica, se anunció ayer que el Sahel será una de las prioridades de la OTAN, teritorio en el que la organización aprobará un plan de acción, pues estima que «el continente africano se ha convertido en los últimos años en el centro del terrorismo mundial», y que «por esa causa se han producido los golpes de Estado y los conflictos políticos».

Será una de las cuestiones a estudiar en la Cumbre de la OTAN de Washington, a celebrar en estos días, en la que se tratará este asunto además de la prioridad de la guerra de Ucrania, aunque exista preocupación, si bien tácita, por el evidente estado senil del presidente Biden, quien a todas luces deberá ir pensando en concluir su maravilloso legado.

Para España el estado del Sahel es un asunto de gran relevancia, debido principalmente al espinoso asunto de la inmigración y a su estrecha vinculación con Marruecos, país que postula a ser el líder de la región y llamado a controlar el flujo migratorio que surge de esta zona geográfica, de manera que se limite la inmigración masiva y se mantengan las relaciones diplomáticas, en las que ambos países son importantes socios comerciales.

Hace unos días, el ministro de Exteriores, Albares, manifestaba que «el Sahel tuvo un momento en que la democracia empezó a extenderse, pero ahora hemos entrado en una fase de juntas militares y guerras civiles, como la de Sudán, la mayor catástrofe humanitaria que tiene en estos momentos el planeta».

Dentro de la lógica imperialista y en el lenguaje propio del atlantismo, Sánchez pidió a la OTAN más compromiso en el flanco sur ante la «presencia rusa» en el Sahel y el «aumento del terrorismo».

Para culminar su peculiar análisis, Sánchez añadió también, como una de las causas de la situación del Sahel, al cambio climático.

España apuntala de este modo su papel de fiel perro guardián de los intereses otanistas, al presentarse como responsable de lo que se considera una de las fuentes del terrorismo mundial -ya olvidado, gracias al pensamiento fluido y posmoderno, lo ocurrido con Libia y el apoyo a los grupos paramilitares extremistas- y del cada vez más preocupante asunto de la inmigración. De paso además se aprovecha para implicar a Rusia en un nuevo foco geográfico donde el imperialismo pierde su hegemonía, como forma de justificar el inmenso gasto militar y el impulso cada vez más descarado de la guerra a nivel global.

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