Mujeres en política: ¿a qué coste?

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Por María Viu (Espai FIGA)

Apenas dos meses tras las vigilias contra la violencia machista de agosto en el País Valenciano y en parte del estado español, con el 25N en perspectiva, todo sigue igual en cuanto a la violencia machista. Esta semana, de Roquetas a Moaña, las que ya no estarán nunca; en Francia, con la estupefacción por el caso Pelicott aún en el rostro y en el alma, nos enteramos de que un reputado cirujano reconoce haber agredido sexualmente a cerca de 300 menores. Y esto en el mundo occidental y ‘civilizado’, porque en Afganistán se ha tocado el absurdo y los talibanes han prohibido el sonido de nuestra voz.

Una no puede evitar plantearse dónde tiene el techo la sombra de la estructura patriarcal, a la que culpo sin paliativos de los males que tenemos que sufrir por ser mujeres. Tampoco puedo evitar fantasear pensando cómo sería un mundo en el que el poder estuviera, al menos, repartido equitativamente.

Pero solo es eso, una fantasía.

Porque, paradójicamente, en pleno siglo XXI apenas una veintena de mujeres son la autoridad máxima en sus países, y algo similar ocurre en las grandes compañías. Y es que no es fácil ser mujer en entornos pensados y conformados para hombres, y en los que solo se puede ejercer el poder si el estilo que desarrollas es masculino, si encajas en los moldes establecidos: recordad a Thatcher y echad un vistazo a Ayuso. Es por eso, seguramente, que tantas políticas acaban por renunciar al cargo, y que una parte importante de las mujeres que pintan algo en las grandes empresas llevan los apellidos del fundador.

La realidad es que si una política ha superado el síndrome de la impostora e intenta ponerse al frente de su partido, tendrá que convencer a la militancia de que es una buena candidata. Mejor aún: una candidata excelente. Pero eso no hará que deje de planear sobre ella la sombra de la sospecha: siempre habrá alguien que la acuse de haber sacado provecho de la mal llamada ‘discriminación positiva’ para trepar puestos en la carrera electoral. «Qué lástima, aquel chico tan simpático, que se ha quedado fuera por culpa de la cuota femenina». No importa que ella pueda acreditar formación, experiencia o lo que sea por encima de él. Por otro lado, la mediocridad es admisible en un hombre, pero nunca en una mujer -señalaba Mayra Gómez Kemp, buena conocedora de uno de los poderes más superficiales y machistas-.

No lo dudéis: para ejercer la política somos demasiado jóvenes o demasiado viejas; nos vestimos demasiado femeninas o parecemos un hombre disfrazado; tenemos poca experiencia o tenemos demasiada; nos preocupamos mucho por la familia o ‘somos de hielo’ por no preocuparnos; somos ambiciosas o anteponemos a los niños al proyecto; somos demasiado emocionales o no tenemos corazón; tenemos poca formación o tenemos demasiada… siempre hay un motivo para que se nos juzgue por algo más que el producto de la gestión que hacemos, siempre tenemos que ser mejor que el hombre-que-habría-podido-acceder-al-poder si no fuera por las cuotas. No suele ser la gestión lo que expulsa a una mujer de la política, sino la manera en que vive su vida o asuntos que no tienen que ver con su compromiso con quien la ha votado. Haced memoria, y os saldrán algunos casos.

Juguetes de la cultura mediática —permitidme el oxímoron— estamos vendidas ante la opinión pública, cuando nuestra intimidad deja de serlo para convertirse en materia de juicio. La exhibición mediática de la vida privada de las políticas se enfrenta a un escrutinio y un rigor que nunca se aplican a los políticos. De ejemplos tenemos un montón.

El techo de cristal o el suelo pegajoso también se evidencian entre las mujeres que tienen la osadía de querer trabajar representando a su pueblo o a su país. Los dos fenómenos se hacen evidentes cuando en el estado español tienen lugar reuniones de presidentes y presidentas de comunidades autónomas… la foto lo dice todo cuando casi emite un aroma a Brummel que traspasa las pantallas.

¡Un momento, parad máquinas! Es bien cierto que algunas mujeres llegan a lo más alto en política… habitualmente se trata de mujeres jóvenes, que pueden ser brillantes e inteligentes, pero que lógicamente carecen de experiencia. Las mujeres batimos récords de juventud, mientras que los hombres son ‘políticamente útiles’ hasta que son octogenarios… ¿os suena esto? Aquella falta de experiencia será un argumento, tarde o temprano, para que aparezcan los precipicios de cristal, aquellos momentos de los partidos políticos o de los gobiernos en que se espera una debacle, un naufragio, y es una mujer quien tiene que encargarse de llevar el timón del barco… para acabar naufragando. También hay casos llamativos en el panorama político estatal.

El gobierno de las mujeres, aunque sea compartido, está lejos de ser una realidad, y los datos lo confirman: según el Foro Económico Mundial apenas hemos recorrido el 70% del camino hacia la paridad, y medio centenar de países no disponen de leyes que nos ayuden en este aspecto; la ONU dice que aún tardaremos cerca de 40 años en vernos representadas en igualdad en los parlamentos nacionales (y cerca de 150 en los puestos de poder de las empresas). Con este panorama solo tenemos un horizonte: seguir luchando para revertir los datos, desde una perspectiva feminista, para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, y que el terrorismo machista sea objetivo prioritario a eliminar en la agenda política y social. No miremos hacia otro lado, la realidad nos interpela a todas y a todos.

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