Gobierno confirma a España como principal destino de la ultraderecha venezolana

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Otra espectacular performance del circo electoral español

El Gobierno de España dio asilo al candidato presidencial de la oposición venezolana, Edmundo González Urrutia, quien se encontraba bajo orden de detención por la Fiscalía desde el 3 de septiembre. La Fiscalía de Venezuela le acusa de usurpación de funciones, forjamiento de documentos públicos o instigación a la desobediencia de leyes, y le considera en desacato después de que fuera convocado a comparecer ante el Tribunal Supremo de Justicia para mostrar documentos relacionados con las elecciones del pasado 28 de julio, y no se presentara.

El ahora refugiado en nuestro territorio llevaba un mes eludiendo estas citaciones y bajo la ayuda de la embajada de Países Bajos voló el pasado domingo hacia España en un avión fletado por el Ejército del Aire español. El Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, manifestó previamente como algo natural que el Gobierno de Coalición le concediera asilo político.

Madrid gana la carrera a Miami

España se destaca como destino preferido de la oposición venezolana. Ya en 2017, segundo gobierno de Rajoy, Antonio Ledesma llegaba a Madrid y era recibido con gozo por el ya amortizado líder de Ciudadanos, Albert Rivera, quien acusaba a la entonces oposición del PSOE y especialmente a Zapatero de «querer dialogar con Maduro».

El ejemplar seguimiento de la voluntad norteamericana hizo entonces que la oposición venezolana fuera galardonada con el premio Sajarov. Un par de años después, en 2020, era Leopoldo López el acogido en Madrid para eludir los requerimientos judiciales de su país, ya bajo gobierno de Sánchez, mientras que el presidente autoproclamado Guaidó prefería Miami.

Con el advenimiento de don Edmundo, Madrid parece haber superado a la famosa ciudad de Florida, convirtiéndose en el destino elegido por la ultraderecha venezolana. Este trasiego político podría descolocar a quien conserve fe en el bipartidismo de nuestro sistema electoral y en nuestra soberanía como miembro de la UE.

Porque, si recordamos, según nuestra ultraderecha nativa, el Gobierno de Coalición es un monstruo digno de la mismísima Mary Shelley, que nos convierte en una dictadura socialcomunistabolivariana. Y sin embargo es ahora el propio Zapatero, adalid del talante, quien media para acoger a un fugado de la justicia venezolana.

Es tan curiosa la situación que hasta los responsables de Podemos, hasta hace dos días con carteras ministeriales, usan el asunto para señalar a sus afines en el Gobierno, en un juego electoralista tan grotesco que ya no deben creer ni sus propios fans.

Edmundo González quiere dialogar, ahora

En una carta ofrecida a los medios, González explicaba que tomaba la medida de viajar a Madrid «pensando en Venezuela y en que el destino de nuestro país no puede ser el de un conflicto de dolor y sufrimiento».

Contrasta esta pacífica postural actual del opositor con su trayectoria política. Según informan medios del continente americano, Edmundo González pudo estar relacionado con los sucesos de El Salvador entre 1979 y 1985, cuando era segundo en la Embajada de Venezuela y bajo mandato en USA de Ronald Reagan, junto al embajador Leopoldo Castillo. En documentos desclasificados de la CIA, indican estos medios, los responsables de la Embajada aparecen relacionados con los «escuadrones de la muerte» que asesinaron a religiosos afines a la teoría de la liberación, que buscaban una salida negociada del conflicto salvadoreño. En aquel entonces miles de civiles fueron asesinados, entre ellos varios de los mencionados curas y monjas.

Estos medios afirman también que en su carrera diplomática, González no cesó de participar en numerosas injerencias que trataron de desestabilizar los gobiernos del presidente Chávez, como las amenazas de invasión, los castigos económicos y otras agresiones sistemáticas contra la voluntad soberana del pueblo venezolano.

Así pues, según estos medios, esta cualidad pacifista debe haberle sobrevenido ahora en el culmen de su vida y de su trayectoria política. Y nuestro Gobierno confía en que sea cierto.

Un espectador imparcial podría pensar que este tira y afloja entre supuestos antagonistas, las teóricas derechas e izquierdas del Congreso, no es más que una puesta en escena, una pantomima, en la que ambas patas de un mismo cuerpo aparentan ofrecer políticas distintas, pero que en lo troncal, en lo fundamental, coinciden absolutamente.

Y observemos que lo que se valora aquí es nada menos que el concepto de la democracia, ya sea en una u otra orilla del Atlántico. La democracia que se exige allá, con una rigurosidad que llega a ser impertinente pues se trata de un pueblo soberano pero permanentemente observado, aquí en cambio parece un teatro. Una pantomima que debería -debería- hacer pensar al cada vez más depauperado pueblo español, no sólo en este asunto sino en el de otros que nos acucian, como la guerra.

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