La orientación sexual no se elige

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Enrique Cano

Son muchos los años luchando contra la homofobia los que llevo cargados a mis espaldas, pero lo que jamás imaginé es que el discurso homófobo acabaría siendo abanderado por un sector de gente que, supuestamente, vela por los derechos e intereses de aquellas personas que conformamos el colectivo de lesbianas, gays y bisexuales.

Siempre hemos defendido que nuestra orientación sexual no es un invento, ni una etapa, ni puede cambiar. Rechazamos tajantemente las terapias de conversión por lo dañinas que son y defendimos a capa y espada que la atracción que sentimos por personas de nuestro mismo sexo es una realidad material que incluso puede demostrarse científicamente.

Sin embargo, asistimos, atónitamente, a un extraño contexto por el cual nos topamos a gente del colectivo que afirma que “la orientación sexual no es real”, que “la homosexualidad y la bisexualidad son una construcción social” y, para más inri, que “la orientación es una fase y se puede deconstruir”.

Desde luego, sin duda alguna, este discurso no me parece en nada diferente a ese otro que viene dado por parte de grupos reaccionarios (fascistas, de derecha, religiosos, etc), que tratan de vendernos la idea de que “la homosexualidad es tan solo un invento (o una enfermedad) fruto de un progresismo homosexualizante que pretende acabar con la familia tradicional”, y, por este motivo, defienden que la orientación sexual se puede convertir.

Pero el punto está ahí puesto sobre la mesa, así que hay que tratarlo. Así pues, debemos plantearnos si es la orientación sexual una construcción social y se puede elegir la orientación.

Veamos…

No cabe duda alguna de que vivimos en una sociedad en la cual se impone, por imperativo social, la heterosexualidad. En las películas abundan las parejas heterosexuales mientras que la más mínima muestra de cariño entre personas del mismo sexo queda sometida al escarnio público. En nuestra infancia, a las niñas se les pregunta si tienen novio y a los niños se les pregunta si tienen novia, pero ni hablar de preguntarle si les gusta alguien de su mismo sexo (obviemos lo horrendo de realizarle este tipo de preguntas a las criaturas, que deben estar pensando en otros menesteres más apropiados para su edad). Si en un libro aparece explícitamente una pareja homosexual, buena parte del público se lleva las manos a la cabeza. En el mundo, aún hay 67 países en donde se condena la homosexualidad con cárcel y/o la muerte. Y así podría seguir con un largo etcétera de ejemplos de cómo la homosexualidad es invisibilizada, rechazada y perseguida, mientras que la heterosexualidad es imperante, hecha norma, en nuestra sociedad.

Entonces, sabiendo que la cultura es heteronormativa, fácilmente podemos caer en una conclusión: la heterosexualidad es construida socio-culturalmente y, por tanto, con esfuerzo, podemos deconstruirla (o lo que es lo mismo, convertirla) y elegir la homosexualidad o la bisexualidad. ¿No?

Nada más lejos de la realidad. Pensemos:

Si nos planteamos la hipótesis de que la heterosexualidad es una construcción social, entonces debemos considerar, en consecuencia, que la homosexualidad y la bisexualidad también son una construcción social. Y es aquí donde se halla la debilidad de tal planteamiento: resulta que no existe una cultura “homosexualizante” (hemos dicho antes que lo que se impone es la heterosexualidad, ¿no?); y, sin embargo, a lo largo de más de dos mil años de persecución, represión, torturas, violaciones correctivas, asesinatos… siempre ha habido personas homosexuales y bisexuales allá donde nadie tenía la posibilidad de pensar, ni por asomo, en “elegir” no ser heterosexual.

Y del mismo modo que nadie puede creer en la diosa Ishtar en una sociedad 100 % católica, sin saber de ella (no es posible creer en una diosa que se desconoce), ninguna persona podría, si la orientación sexual fuese una construcción social, “homosexualizarse” en una sociedad en la que no se nombra la homosexualidad y la heterosexualidad es la norma que conforma la cultura.

Además, por otro lado, conociendo el fatal destino que lesbianas, gays y bisexuales han sufrido a lo largo de la historia… ¿Por qué razón iba alguien a condenarse al sufrimiento, “eligiendo” ser homosexual, pudiendo “elegir” la heterosexualidad y tener una vida cómoda, si no ganaba absolutamente nada con ello?

Por ende, la orientación sexual no puede explicarse desde un plano cultural; o lo que es lo mismo, está claro que no se inculca.

Pero, entonces, ¿qué repercusión tiene la heteronormatividad? ¿Por qué una sociedad impondría la heterosexualidad?

Aquí yace el meollo de todo este asunto: y es que, además de la orientación sexual, en el análisis debemos incluir otra variable de la que no se habla: la conducta sexual.

Saber distinguir entre orientación sexual y conducta sexual es tan sumamente importante como diferenciar entre sexo y género. Y es que, como dice Celia Amorós, “si conceptualizamos mal, politizamos mal”.

  • La orientación sexual responde a la pregunta “¿Cómo me siento?” y trata de atracción. Es una cuestión inherente al ser humano, pues somos animales sexuados. No podemos elegirla y se da en base al sexo de las personas por las cuales nos sentimos atraídas.
  • Por otra parte, la conducta sexual hace referencia a los comportamientos. Responde a la pregunta “¿Qué hago?”. La conducta sexual sí es cultural, elegible y modificable.

Por lo general, la orientación sexual y la conducta sexual van de la mano. Pero, a veces, puede ocurrir que no. Y es en este punto, y no en la orientación sexual, donde interactúa la cultura heteronormativa.

Una persona que es homosexual o bisexual puede, por presión social, miedo, homofobia interiorizada o cualquier otra razón, mantener una conducta exclusivamente heterosexual, aunque su orientación no sea heterosexual.

Por ejemplo, una persona homosexual puede acabar en una relación con otra del sexo opuesto porque “es lo que toca” o porque las relaciones homosexuales están perseguidas, pero eso no la convierte en heterosexual.

Hay mujeres y hombres bisexuales que se fuerzan a evitar relaciones con personas de su mismo sexo por miedo al qué dirán, represalias familiares u otras causas. Eso no les hace heterosexuales; simplemente, eligen mantener una conducta heterosexual, pero siguen sintiendo atracción por personas de ambos sexos.

La imposición de la heterosexualidad no nos hace heterosexuales; no moldea nuestra orientación sexual. Es por ello que no es una fase ni se elige; que no es posible deconstruirla / convertirla; y que no hay lesbiana, gay o bisexual que se haya “heterosexualizado” tras un intento de terapia de conversión, a pesar de que la heterosexualidad tiene las de ganar (qué raro que, si “la sociedad nos hace heterosexuales”, un grupo de personas no tengamos tal orientación sexual ni por las buenas ni por las malas).

Y es que la cultura heteronormativa afecta exclusivamente a nuestro comportamiento, a nuestra conducta sexual. Lo que se pretende con la imposición de la heterosexualidad es que lesbianas, gays y bisexuales permanezcamos en el armario y cumplamos con el rol que se nos exige en función de nuestro sexo para conformar una familia tradicional.

Y la visibilización de la homosexualidad y de la bisexualidad no “homosexualiza” a nadie. Simplemente, nos ahorra al colectivo el sufrimiento de acabar con quienes no queremos, y nos da la libertad de amar a aquellas personas por las cuales sí sentimos atracción.

No debemos tolerar, así pues, que se fomente, camuflándose como “moderno” y “progresista”, un dañino discurso homófobo que busca culpabilizarnos de lo que nos ocurre a quienes sufrimos violencia y discriminación por nuestra orientación sexual, y que tan solo sirve para blanquear la terapia de conversión.

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