Aunque nos cueste la vida

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Por Reis A. Peláez

Hace pocos días que una plataforma acaba de estrenar una serie de no ficción sobre el asesinato de Lucrecia Pérez y los acontecimientos que este desencadenó. Las que tenemos una edad, recordamos perfectamente aquellos años y el punto de inflexión que supuso para el activismo antirracista. Independientemente de lo muy necesario y actual que me parece el tema y de que yo crea que el racismo sigue formando parte de la conciencia social de un sector de la población que va creciendo cada vez más, no quiero reflexionar sobre esta discriminación y sus víctimas mortales, sino sobre la respuesta ciudadana en comparación a la ausencia de la misma ante otra cloaca mucho más hedionda y mortal que paso a destapar.

Este 29 de junio, en plena celebración de las identidades TIQ+ (y sueño que, en algún rincón escondido, aunque sea, también se reivindique el orgullo LGB), en menos de 24 horas fueron asesinadas cuatro mujeres y dos menores, por lo que el pasado domingo 30 se convocaron concentraciones frente a los ayuntamientos de todas las ciudades de España. Una imagen de un matojo rodante en el desierto podría resumir y definir la respuesta en muchas plazas y en otras ciudades con mayor número de habitantes y mayor conciencia feminista, como la mía (Xixón, en Asturies), no llegábamos a la veintena las personas reunidas para la ocasión. 

Sin ningún afán de convertirme en un dedo acusador ni afearle aquí a nadie sus decisiones, quisiera reflexionar, siempre desde el gran trono de la razón que preside la mayor parte de mis delirios intelectuales, sobre la razón que hay detrás de que muchas personas eligieran aprovechar el extraño día soleado para Asturies visitando nuestras playas antes que mostrar su repulsa a lo ocurrido, aun siendo conocedoras de la convocatoria. 

Me gustaría explicar, si fuera capaz, a partir de un análisis serio de la realidad material que otras maravillosas mujeres hicieron antes por nosotras, por qué black lives matter, pero women lives don’t matter. 

En primer lugar, creo necesario recordar qué es eso de la violencia estructural y cuál es la causa de que instituciones nada sospechosas de ser feministas radicales, como las firmantes del protocolo de Estambul (España, entre ellas), estén de acuerdo en que la violencia ejercida por un hombre a una mujer es una violencia estructural, mientras que la inversa sería una violencia particular. Está todo esto relacionado con uno de los grandes logros de la lucha feminista: la conceptualización de todo el entramado que condiciona la opresión de la mitad de la humanidad y su funcionamiento. Las razones que mueven a los hombres que ejercen esa violencia no son personales, sino sociales; es su socialización, su masculinidad, la que imprime esa violencia misógina en su conducta desde sus primeros pasos en la vida. Y esto es así porque esa violencia es necesaria para que sus víctimas nos sometamos y, además, nuestra socialización, nuestra feminidad, nos prepara y condiciona para facilitar esa violencia íntima en la pareja (y para otras también). La violencia patriarcal, por tanto, se revela como la herramienta principal para el sometimiento de las mujeres.

Entendiendo bien estas herramientas que cimentan el patriarcado, feminidad, masculinidad y violencia, queda invocar a las sabias que nos precedieron y estudiaron y explicaron desde el materialismo histórico que la opresión de las mujeres es primigenia de todas las demás opresiones y sus consecuentes desigualdades. Desde estos postulados, los infiernos racistas, clasistas, xenófobos… en los que una minoría de la humanidad constriñe a la gran mayoría se perfilan como ramas de ese tronco enraizado en la opresión sexista que es el patriarcado, origen de las diferentes etapas de sistemas opresores de la humanidad, llámense esclavistas, feudalistas o capitalistas. En este mapa de la desigualdad es fácil vislumbrar las razones por las que la historia y el presente nos devuelven luchas incansables que intentan podar desde diferentes ángulos ideológicos las ramas de las opresiones del sistema. Ese sistema, que necesita estas desigualdades para poder funcionar, ha aprendido durante siglos a defenderse de estos ataques que no afectan a su raíz porque no suponen más que la sustitución de unas desigualdades por otras: los esclavos pasaron a ser siervos y estos a obreros, ahora somos piezas consumidoras y manipulables enganchadas a una máquina. Por esto tenemos permiso para hacer pequeños cambios que eviten que nos rebelemos de una vez por todas para matar la raíz de hambre incontrolable de opresión que es este sistema que crece y se reproduce en otros igual de dañinos. Todos los poderes, incluido el cuarto, por supuesto, se postrarán a los pies de los movimientos antirracistas, contra las diversas formas de terrorismo perseguido por las fuerzas de la justicia que sostienen también los poderes, contra el imperialismo de otros pueblos que nos suenan suficientemente lejanos y ajenos como para no asustarnos, contra discriminaciones subsidiarias del patriarcado por razones de orientación sexual… Pero las mujeres que mueren por haber nacido mujeres, y ya llevamos en España 50 en el momento que doy a luz estas palabras, esas no interesan a casi nadie. Son daños colaterales necesarios para mantener los privilegios de la mitad de la humanidad. 

 Las plazas de los ayuntamientos no estaban abarrotadas de gente el 30 de junio de 2024, un día después de que el terrorismo patriarcal se cobrara 6 vidas, porque el sistema debe mantenerse aunque nos cueste la vida a las que nacimos en el lado perdedor. Porque la feminidad y la masculinidad construye personas incapacitadas para ver y entender el horror que invade toda su vida desde que nacen y cada vez que se rompe el cristal que empaña la realidad corremos a cambiarlo porque se nos hace insoportable. 

Ningún poder va a apoyar una respuesta masiva a la violencia patriarcal, y mucho menos el cuarto, porque el fin de esta violencia es el principio de la gran revolución que mataría la raíz del sistema opresor milenario en el que vivimos. Ningún Ministerio, aunque se llame de Igualdad, va a declarar día de luto nacional por muchas víctimas que se cobre ni aunque estas sean menores. Ninguna celebración, ni reivindicación se pararán para girarse y apoyar la protesta contra el terrorismo que más víctimas ha dejado en España en momentos negros como este. Ningún elemento de agitación social va a mover a toda la población para exigir explicaciones sobre el desvío vergonzoso y sin precedentes de los fondos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Ninguna ministra de igualdad dimitirá ante este bloody saturday, ni se escribirá ninguna canción, ni ningún libro, ni se hará ninguna película… 

Esto no ocurrirá porque esa raíz no se va a tocar, el sistema no lo permitirá, porque, créanme: la revolución será feminista o no será.

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