Claustro Capítulo 45 FIN

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Nota del autor:

Muchas gracias si has llegado hasta aquí, tras 45 semanas esta historia toca a su fin. Ovidio García te agradece tu seguimiento. Lo único que he querido expresar con esta novela es la importancia de la fantasía, de la utopía y de la cultura en general para el desarrollo de las libertades y los derechos de la población de cualquier país del mundo y en cualquier tiempo. Vivimos tiempos oscuros en los que el recorte de las libertades colectivas supone el olvido de todo lo anterior y sin memoria el ser humano carece de caminos por donde transitar, es más, carece de horizontes donde poner a trabajar el deseo de un futuro mejor. Por ello quiero agradeceros la acogida de Claustro desde el primer día, el 12 de agosto de 2023, hasta hoy, 15 de junio de 2024. También quería agradecer a El Común por disponer del arsenal de la Cultura además del de la opinión política, la expresión teórica de principios y fundamentos filosóficos y la visión de otras perspectivas porque necesitamos del bagaje del arte para apoyar nuestras demandas de un mundo mejor. Gracias y que todos los Ovidios del mundo puedan seguir volando en tu imaginación.

CAPÍTULO 45

   —¿Qué es la libertad? —preguntó el profesor.

   —Escoger el propio camino. —dijo uno de los alumnos de Ovidio.

   —Entonces, ¿puedes ser libre si no escoges tu propio camino? Pongamos un ejemplo, una persona está presa y tan sólo puede salir al patio una hora al día. ¿Esa persona es libre en algún ámbito?

   —No. —dijeron todos los alumnos casi al unísono.

   —¡Está en la cárcel! No puede haber un ejemplo mayor de ausencia de libertad. —dijo una de las alumnas.

   —¿Está usted aquí por propia voluntad? —espetó Ovidio-

   —No, pero considero que la educación es importante para la vida.

   —Tienes usted un fin, por lo que veo. Quizá estuviera mejor haciendo otra cosa. Seguro que sería más libre. Sin embargo la libertad no reside únicamente en estar o no encerrado. Si fuera así la diferencia entre estar en la cárcel y en la escuela sería nimia. —los alumnos se rieron.

   —Bien. Prosigamos. Lo que les quería decir es que la libertad no trata de escoger por ustedes mismos su propio camino sino de rebelarse contra aquellos que quieren, desean y propician que ustedes escojan uno. Y eso vale también para la verdad. Duden siempre de quien les intente imponer un relato único de un hecho. Tan sólo en las ciencias y en las matemáticas hay verdades irrefutables. Lean siempre, infórmense (y no sólo por los medios convencionales) y pregúntense quién es el dueño de esos medios porque seguro que intentará arrimar el ascua a su sardina. El dueño de la imprenta es el que manda. Pero para que eso sea posible han de saber qué tipo de personas son ustedes. Es decir, en nuestro caso, aquí, en una escuela, ¿Qué tipo de ciudadanía queremos inculcar a las alumnas y alumnos? Porque necesitamos saber qué tipo de personas queremos en nuestra sociedad. Y aquí es donde se ha obrado mal en el pasado. Nos imbuían dentro de un esquema en el que convertían a las profesoras y los profesores en meros transmisores de información. Éramos meros burócratas de la educación. La información no podía procesarse, es decir, no había educación posible porque se os negaba la posibilidad de pensar por vosotras mismas. En esta nueva educación usaremos el método socrático. Intentaré sacar lo mejor de vosotros y os induciré a interesaros por multitud de cuestiones. Necesitamos mujeres y hombres virtuosos. Que no se dejen engañar por los políticos de turno. Que sepan diferenciar a un sabio de un charlatán. Que se interesen por las virtudes ciudadanas. ¿Qué virtud creéis que es la más recomendable en un ciudadano medio?

   —La justicia. —dijo una alumna.

   —El equilibrio. —comentó otra.

   —La sabiduría. —dispuso otra.

   —Bien, van saliendo cosas importantes porque de eso se trata. Pero lo que espero despertar en ustedes es la curiosidad porque sin curiosidad no vais a querer llegar a ser sabias y sabios. Si al final de vuestra vida, que espero que sea feliz y larga, lo que poseéis, no físicamente, no hablamos de cosas materiales, sino de preguntaros acerca de las cosas, sacar conclusiones fundadas, lograr la emancipación real de cada individuo, saber lo que se es, lo que se tiene, eso que no te pueden robar jamás, lo que nadie puede arrebataros. Y aquí uniré con el principio de la clase. ¿Os acordáis de aquella persona que buscaba su libertad dentro de una cárcel? ¿Esa que decíais que era imposible que tuviera libertad? Bien, incluso en esa tesitura tan terrible un ser humano puede llegar a ser libre dentro de sí mismo. Dentro de tu propia cabeza eres el ser más libre que existe por una única razón: te conoces. Y aquí vamos a lograr conocernos para que nadie pueda manipularnos. 

   Sus alumnos habían impresionado a Ovidio. Salió del aula con la convicción de que, por fin, se estaban haciendo las cosas bien. Sus alumnas, casi todas eran niñas, habían madurado muchísimo en poco tiempo. Se mostraban dispuestas a abrir sus mentes y a debatir de cualquier cuestión sin dogmatismos, sin límites, sin temor a la duda o al equívoco, sin pensar en el ridículo o en la vergüenza porque era lícito equivocarse y no pasaba nada por decirle a otra persona que tenía, efectivamente, razón en tal o cual cuestión. Se trataba de aprender y por el camino se aprendía a sentir la palabra de los demás como propia, a aceptar la debilidades de los demás y las suyas propias. Se estaban formando ciudadanas y ciudadanos responsables. 

   Cruzó los pasillos y llegó hasta el Claustro de profesores. Se sentó y se preparó un café en la máquina del despacho. Sus compañeras y compañeros le saludaron. Comenzaron charlar animadamente y Ovidio pudo sentir que el pecho se le henchía de felicidad. Por fin podía comentar todo aquello que le pasaba por la mente. Se sentía comprendido por su entorno y, a menudo, discutía acerca de los alumnos y del camino que poco a poco se abría ante ellos. Por primera vez en la historia se iba a formar un verdadero ejército de ciudadanas y ciudadanos responsables. Lo podía intuir, lo podía sentir, casi lo podía tocar. ¿Qué clase de sociedad se formaría con esos jóvenes atentos y educados? ¡Estaba impaciente por verla!

   La jornada había transcurrido de éxito en éxito. Se sentía como tocado por los dioses mientras contemplaba que a su alrededor todo funcionaba de maravilla. Se estaban preparando viajes espaciales a las lunas de Júpiter, Io, Europa, Calisto y Ganímedes. Podía notar cómo la gente de la calle estaba orgullosa de su existencia y de su papel dentro de la sociedad. No era como antes en el que la prisa lo envolvía todo y con ella se mascaba la arrogancia, la precipitación, la ignorancia, el desprecio por la vida ajena. No, se caminaba con la sensación de que estabas rodeado de iguales. Estábamos ante un paso realmente grande dentro de nuestra civilización. La educación había triunfado porque todos esos individuos que le rodeaban caminaban hacia su verdadero ser. Y todas las grandes obras de arte humanas habían impulsado aquello. Es decir, la imaginación había triunfado. Nos había hecho triunfar.

   Tras la salida de su colegio, que ahora se denominaba “Las Nueve Musas”, se encaminó hacia la ría. Deseaba acabar su jornada viendo agua. Esa irrefrenable necesidad humana de vivir junto a fuentes de agua desde las primeras civilizaciones entre el Tigris y el Éufrates, a las orillas del Nilo, junto al río Yangtsé, y por qué no, el río Nervión-Ibaizabal. Le calmaba mucho la vista de los pequeños barcos que pasaban de un lado a otro de la ría. Ya no existían esos “gasolinos” de antaño que unían ambas márgenes de la ría de Bilbao desde Las Arenas y Portugalete hasta la misma capital vizcaína. Llevando a los trabajadores de un lado a otro de la ría. Añoró aquellos tiempos industriosos donde era imposible observar el fondo del lecho porque el agua era más marrón que la coca-cola. Cuando estaba sonriendo por esa comparación tan odiosa observó, gracias a la transparencia del agua de ahora, como había algo bajo las aguas. Parecía como si una ballena inmensa estuviera a punto de emerger. Era como si el Nautilus viniera a recogerle para explorar las profundidades junto con el capitán Nemo. Era como si Ulises estuviera a punto de cruzar el estrecho de Mesina y tuvieran que elegir entre Escila, con sus seis fauces pudiera devorarlos desde los promontorios rocosos de los acantilados o a Caribdis hundiéndose en un remolino eterno de agua. Se estaba divirtiendo de lo lindo pero realmente algo estaba saliendo del agua. Era como pelo, pero pelo de una cabeza enorme. 

   —¡Otra vez, no! —se dijo para sí Ovidio.

   Empezó a señalar la cabeza saliendo a flote y a gritar desesperado pero pronto se dio cuenta de que estaba realmente sólo. Ni en su lado de la ría, ni en la otra orilla pudo contemplar a nadie. Era como si el universo se hubiera conjurado contra él una vez más. 

   —¡Ahora no, por favor! Estoy disfrutando de mi función de magisterio. ¡No me hagáis esto! —espetó de forma casi penitente.

   Era la misma cabeza que había visto aquel día flotando en la ría de Bilbao. Ovidio se percató de que la cabeza se estaba dando la vuelta y de que, esta vez, le hablaba.

   —¡Oviiiiidio! —repetía la cabeza emitiendo un soniquete que parecía una cantinela.

   Ovidio comenzó a correr. Corrió tan rápidamente que no se percató de que miles de millones de polillas azules, de mariposas como pintadas por el pincel de Dalí, de libélulas con los ojos verdes como las odaliscas pintadas por Ingres y las alas de néctar rojo como los ojos del diablo proyectados en sangre, de luciérnagas generadoras de vida y esperanza cual canto de Rubén Darío, le estaban levantando por los aires. Todo el horizonte le recibió con un zumbido de alas juntándose. Una música inefable como de mazurca o de polonesa. Era un baile de lechuzas en la noche que rasgaban con sus cantos los oídos de los hombres, de cóndores gigantes que batían sus alas dentro de un profundo sueño de amor, lúbrico de sensaciones sonoras, lubricado por el hedor a libertad de todo cuanto le rodeaba. Se dejó llevar y en un tiempo que no pudo describir, si mucho o si poco, llegó a un castillo conocido por él. Fue depositado suavemente sobre el suelo y bien recibido por Erik-Kire y los treinta y seis sabios del trono. 

   —¡Este será ahora tu lugar, Ovidio!

   —Creo que podía intuirlo. —respondió el héroe de la imaginación humana.

FIN

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