La política de The Boys

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The Boys es una divertida serie de cómics donde el guionista norirlandés Garth Ennis y el dibujante norteamericano Darick Robertson hacen una mordaz sátira del sistema norteamericano y de su corrupción usando a los superhéroes como imagen alegórica del poder y sus derivaciones. En la adaptación televisiva de esta publicación uno de los protagonistas se echaba una novia de ideología nazi y, cuando ésta le confesaba que «pensaba diferente», como ahora se dice eufemísticamente de esa tendencia, le explicaba que eso no era problema, que lo que molestaba en el entorno donde se movían era la palabra nazi, pero no su política. Que todos se comportaban como ella y aprobaban el nazismo en la práctica mientras no se le nombrara con su justo nombre.

Siempre me había tomado esta referencia como un chiste de humor negro, pero no pude dejar de pensar en ella a lo largo de toda la última semana de campaña de las europeas, especialmente cuando el miércoles coparon la atención de los informativos y las redes sociales dos personas preocupadas por el futuro de la cultura occidental y por la amenaza del comunismo —creo que ahora se dice así cuando se habla de gente que lleva esvásticas y comete delitos violentos, eso sí, para defender la cultura europea—, que con desigual fortuna habían llevado a cabo acciones propias de dicha condición.

Lo curioso es que ambos llevaban años pregonando la ideología que no se puede nombrar porque molesta y perpetrando delitos o actos miserables relacionados con ella. Estos actos incluían burlas de niños muertos, amenazas a todo el mundo, convocatorias de cacerías, agresiones a gays e inmigrantes, narcotráfico, y un larguísimo etcétera. Sin embargo mucha gente descubrió que estos protectores de la cultura aria existían aquel día.

Por supuesto cuando algo así sucede la primera tentación es mirar a los medios de comunicación, cuyo papel no puede ignorarse en la normalización de ciertas actitudes. En efecto, medios considerados «serios» tergiversaron las acciones de estos anticomunistas —a ver cuántos eufemismos de los habitualmente utilizados para no llamar por su nombre a los nazis soy capaz de usar—. El primero de ellos, que había atacado a un cómico en plena actuación de manera premeditada, anunciada, grabada y retransmitida por las redes sociales sin que nadie hiciera nada, lo comunicaron con titulares del estilo «Un padre agrede a Jaime Caravaca tras los comentarios del cómico sobre su hijo de seis meses» u otros donde se insistía en el pasado del humorista como colaborador de David Broncano —¡anatema!— que como ya se sabe es objeto de odio de la derecha desde que se ha anunciado su fichaje por RTVE. Toda la prensa generalista omitía los antecedentes del agresor y sus actos.

Esta actitud hablando del primero de estos dos hombres con estética ultra —sigo encontrando eufemismos— me indignó, pero por desgracia no me sorprendió. Lo que sí dejó con la boca abierta a este villano de Madrid fue el recurso utilizado para no referirse a la trayectoria del segundo guerrero ario, particularmente cuando se confirmó su identidad: Borja Villacís, hermano de la ex alcaldesa de Madrid Begoña Villacís. Por algún motivo los reportajes no trataban de la larga trayectoria delictiva del segundo hombre de tendencia radical, sino de su próximo proyecto para cambiar de vida y convertirse en un respetable conductor de metro. Lo curioso es que ni aun así pudieron evitar que se supiera algo que esos mismos medios no nos habían dicho en su momento: resultó que Villacís había sido detenido con más de doscientos kilos de cocaína, que le fue incautada, en 2021. Algo de lo que entonces, con su hermana de mano derecha del Alcalde de Madrid, no habíamos tenido noticias. Además de su largo historial de agresiones y pertenencia a los ultrassur, el colectivo ultra del Real Madrid, otro aspecto que también se esforzaban los medios por obviar, váyase a saber por qué. Ni que el presidente del club mandara en la capital y la prensa madrileña. Ah, vale, ya caigo.

Pero aun así, decíamos, de lo que queremos hablar no es del ya muy cacareado blanqueamiento de la prensa a los nazis, sino de la incapacidad de la población para comprender la esencia de esa tendencia. El primero de ellos justificó su agresión proclamando que el humorista en cuestión había hecho comentarios supuestamente pedófilos de su hijo. Los comentarios aún eran visibles en redes. Eran de muy mal gusto, pero en absoluto eran pedófilos. Sin embargo el público de las redes empezó a ponerse de parte del padre—que en esta ocasión resultaba otro eufemismo para referirse a la opción política de marras— y justificar su agresión nazi porque no está bien decir nada de los hijos de nadie. Quizás ignoraban el historial de burlas a niños muertos inmigrantes de este personaje, o quizás simplemente la gente que justifica tal comportamiento es nazi de corazón aunque no lo sepa. Pero muchos se indignaban si se les decía que estaban justificando a los herederos del III Reich. El colmo fue cierto usuario que preguntó que cómo sabían la ideología del agresor. Cuando se le mostró su perfil en el que la declaraba taxativamente, dijo que eso no tenía nada que ver, porque podía compartir ideas con el nazismo pero no ser violento ni imponer sus ideas, que es lo que este usuario entendía por nazi. Como ven, la ocurrencia de The Boys tomaba cuerpo en la vida real.

En cuanto al segundo neofascista del que hablábamos, también surgieron comentarios justificándolo, en este caso porque al haber muerto de esa forma y tener familia viva no era un buen momento para meterse con él. Como si la muerte hiciera demócrata a quien fue nazi en vida. De hecho sus compañeros en su funeral pusieron una esquela con simbología de la ideología que no debe ser nombrada.


Todos estos esfuerzos de la para evitar nombrar la palabra molesta y justificando los actos inherentes a esa ideología son especialmente irritantes antes de unas elecciones europeas donde se prevé un avance inquietante de toda la extrema derecha. ¿Que si tiene relación? Les recuerdo que desde hace meses lleva la prensa supuestamente respetable intentando convencernos de que Georgia Meloni se ha vuelto moderada. La misma que ha permitido desfiles fascistas en Milán. La misma que está quitando los nombres de madres lesbianas y gays de los certificados del registro civil de sus hijos adoptados. La política fascista se sigue aplicando y se ha aplicado en todos los países donde ha gobernado la extrema derecha. Y no molesta ni nadie mueve un dedo. Porque ya se ha logrado que hasta los herederos de los nazis en Alemania expulsen a uno de sus integrantes por haber justificado a las SS. Pero sus ideas claramente racistas y lesivas de los derechos humanos siguen atrayendo a una porción nada desdeñable de europeos. Pero no se les puede llamar nazis porque patatas.

La izquierda y quien se diga de izquierdas debería ser la primera en llamar a las cosas por su nombre y en identificar las actitudes inherentes a la ideología más criminal que ha existido. Pero no parece que sean capaces. Tomen como ejemplo que el cómico agredido del que hablamos más arriba ha acabado pidiendo disculpas a su agresor y este aceptándolas haciéndose él el ofendido. Parece que ni los agredidos son capaces de identificar como nazis las acciones nazis. Para otros artículos quedará el tema, al que ya me he referido alguna vez de que siempre que chocan izquierda y derecha, al final es la primera la que acaba arrastrándose y la segunda reafirmándose sin problemas en su postura. El caso es que buena parte de la población, incluyendo una porción importante de la izquierda mas naif, parece incapaz de identificar el fascismo cuando lo tiene delante. Sinceramente, no sé cómo se puede luchar contra ello. Preocupante el futuro al que parece abocarnos este problema, porque no duden que los medios a sueldo del capital seguirán sin usar el lenguaje que sí entiende el ciudadano de a pie.

Momento en que el nazi Alberto Pugilato agrede en su propio espectáculo al cómico Jaime Caravaca.

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