Claustro

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CAPÍTULO 44

   La dama fue llamada Atenea porque nació de la misma manera que la diosa griega. Pronto fue declarada descendiente directa de las nueve musas. Llevó a cabo las reclamaciones pertinentes y demostró cómo Gronfgold había hecho trampas en las elecciones. Al final se celebrarían otras elecciones declarándose nulas las anteriores. Atenea arrasó y comenzó a transformar el mundo. No hizo falta que prohibiera nada. La educación comenzó a desarrollar la virtud de todo el mundo y por primera vez el planeta entero se unió para no dejar a nadie atrás y para avanzar. El espíritu constructivo y la pasión por la cultura, el arte y la ciencia y el desarrollo de la imaginación humana llevó hasta límites insondables el alma y el cuerpo humanos. 

   Se eligió un nuevo parlamento y una constitución. El mundo entero fue proclamado libre de guerras y de opresiones. La prostitución y la pornografía fueron prohibidas, las industrias armamentísticas se transformaron en industrias aeroespaciales para explorar el universo en nombre de todos los habitantes del planeta, la educación se constituyó como único medio para erradicar la pobreza y brindar las mismas oportunidades a mujeres y hombres en todo el mundo. Durante unos años hubo un gran trasiego de gentes de una parte a otra del orbe, expertos en todos los temas imaginables acudieron a los lugares donde mejor podían desempeñar sus cargos y la ayuda multinacional hizo olvidar el hambre y el atraso de lugares donde el tiempo parecía haberse estancado. En ese momento todas y cada una de las personas que nacieron en nuestro planeta tuvieron exactamente las mismas posibilidades y el acceso a los mismos recursos y ese fue el disparadero de salida para Atenea. Ya teníamos otra vez el mundo en nuestras manos. Había que ser conscientes de lo que teníamos y responsables en cómo usábamos desde ahora nuestro poder. Llegó el momento en el que Atenea tuvo que partir. 

   Fue un triste acontecimiento universal. La dama que había cambiado la historia para siempre decidió que había acabado su trabajo en la tierra y se retiró a otros mundos. Quizá nunca debió salir de esos mundos imaginables pero la necesidad es hija del destino. Así que Atenea subió a la acrópolis de Atenas, se desnudo delante de todo el mundo y entró en el Partenón. La multitud estaba expectante. Algo iba a ocurrir y no sabían qué. El cielo, que hasta hacía unos minutos lucía soleado y sin nubes, se empezó a cubrir de unas espesas y amenazantes nubes negras. En ese momento Atenea salió vestida con armadura, yelmo, escudo y armada con una gran lanza. Ya no era la Atenea de dimensión humana que todo el planeta conocía, era la viva representación de la diosa Atenea Promacos, combatiente en primera línea de fuego, dispuesta a enfrentarse a quien fuera necesario para defender a los suyos contra cualquier enemigo. Atenea nos quería enviar un mensaje, que no temiéramos, ella nos protegería. Comenzó a andar y a cada paso que daba la acrópolis de Atenas iba rejuveneciendo con ella. Pronto pudo observarse el Partenón completamente intacto, con su cubierta de tejas rojas y sus columnas de fustes blancos y azules. Repleto de figuras también policromadas, el tímpano del templo refulgía como el primer día. Las metopas y los triglifos nos hablaban de las hazañas de los antiguos y el friso antiguo de las panateneas había cambiado por una idealización de los hazañas de Atenea, las nueve musas y Ovidio, los treinta y seis sabios del trono, las cosas terribles de Gronfgold y un largo etcétera de cuestiones que habían sucedido en el pasado más cercano. Atenea nos había dejado como recuerdo una obra de arte para que no se nos olvidara que aquellas cosas que no podemos expresar con palabras son hermanas de nuestra alma y que aquello que no podemos expresar del alma es pura poesía. Jamás volveríamos a olvidar lo que significan esos productos de la imaginación y cómo unen a las personas en un fino hilo de significado. 

   Atenea se fue acercando al lugar donde hace veinticinco siglos ocupara la estatua de Atenea Promacos y cuando lo hizo se irguió. Se tocó la hégira de Medusa que llevaba al cuello y elevó la lanza y el escudo al aire emitiendo un grito poderosísimo, como un irrintzi vertiginoso, que dejó a todos petrificados. La acrópolis lucía completamente restaurada, como en los mejores momentos de su historia. Pareciera que el mismísimo Fidias hubiera regresado para reconstruirla y uno se podía imaginar a Pericles observando el espectáculo, a Sócrates, a Aspasia de Mileto, y a una miríada de artistas que sucumbieron ante su soberbia belleza. Una vez en su posición y ante una multitud que no salía de su asombro el cielo se abrió y un rayo como salido de las mismas manos de Zeus impactó contra la lanza de la diosa. Los destellos volvieron a verse desde el mar como hace siglos se viera el reflejo de la estatua cuando las naves cargadas de toda clase de lujos venían desde oriente y pasaban frente al cabo Sunion. Ahí acabó la historia de Atenea pero su estatua permanece en su lugar para recordarnos que nos defenderá ante la ausencia de sentido de los que desean poner precio a todo cuanto, por ser humano, no lo puede tener. 

   Había vuelto al lugar donde reside la imaginación humana.

   Pero, ¿Qué fue de Ovidio?, ¿Volvió a su colegio?, ¿Fue feliz?, ¿Descansó? 

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