Claustro

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CAPÍTULO 17

   Ovidio decidió aventurarse él solo en su misión de hablar con las musas. Les dijo a los suyos que le esperasen ahí. Que para ellos iban a ser apenas unos segundos de espera. Tras esto cerró los ojos, se concentró y en un abrir de párpados se topó cara a cara con Urania, la musa de la astronomía, la poesía didáctica y las ciencias exactas. La musa le dio un golpe con un globo terráqueo y después intentó clavarle un compás en el ojo izquierdo. Ovidio reaccionó rápido, recibió el primer golpe pero esquivó el intento de dejarle tuerto. 

   —¡Soy Ovidio García! No temas, he venido para hablar con vosotras. —el gesto turbado de las musas hablaba de su extrañeza por un ser que aparecía de la nada.—

   —¿Qué se te ofrece mortal? —dijo Terpsícore mientras sus pies se movían a una velocidad increíble.—

   Calíope, la musa de la elocuencia, habló.

   —Sé quién eres. Hace tiempo que venimos observando una extraña discontinuidad en el flujo temporal. Sabemos que estás en un lugar que no te corresponde pero intuimos, levemente, por qué has venido. No obstante, mortal, no has sido invitado. Por lo tanto disponte a morir de una muerte atroz.

   —Creo que os debo una explicación… —Ovidio trató de explicarse pero fue derribado.— 

   Cuando las nueve hermanas se acercaron y le rodearon amenazadoramente, Ovidio miró a los ojos a Terpsícore y decidió retarla a un baile. No sabía por qué razón había dicho eso porque nunca se había distinguido, precisamente, por ser un buen bailarín. Es más, como buen bilbaíno, él mismo decía que había nacido sin cintura. En su juventud era de los que se quedaban en la barra del bar y nunca invitaba a ninguna chica a bailar. Prefería entablar conversación. Nada físico porque sabía que no tenía ese don. De repente le entraron dudas, ¿de dónde había venido esa idea tan descabellada? ¿Cómo pretendía ganar a la musa de la danza en un combate a bailar? Incluso en la mejor de las opciones que se le ocurrían las otras musas decidirían quién se hacía con la hipotética corona de laurel danzarín. Bueno, no tenía otra opción así que…

   Las restantes musas hicieron un corro alrededor y se dispusieron a animar el cotarro. Iba a sonar una canción y tenían un minuto para soltar toda la adrenalina que les solicitase ese ritmo. 

   Terpsícore salió a la pista bajo un aluvión de vítores y aclamaciones por parte de sus hermanas. Se balanceaba como solo puede hacerlo una diosa. Comenzaron a sonar las primeras notas de una canción que desconocía y que tenía ritmo, una melodía pegadiza y algo más que le dejaba absorto en la contemplación de la música y de la danza que estaba improvisando la musa. Su movimiento era a veces imperceptible y otras tan rápido que apenas podía seguirla con los ojos. Le producía temblores incontrolables y unas inmensas ganas de llorar. De un segundo a otro se sentía excitado, apesadumbrado, alegre, triste, esperanzado, otras veces una angustia vital le subía por la espalda y le paralizaba, otras, sin embargo, su alma ascendía tanto que le provocaba un vértigo irrefrenable. El minuto acabó y Ovidio se sentía desfallecer. No tenía fuerzas para asimilar algo tan hermoso y tan maquiavélico a la vez. 

   Sonó una leve melodía. Muy lenta, tanto que pensó que las hermanas estaban haciendo de las suyas para que no pudiera competir y ser así sacrificado quién sabe a qué dios muerto hace milenios. Pero Ovidio sacó fuerzas de flaqueza, cerró sus ojos y sus pies comenzaron a volar literalmente. Se imaginaba en una salón de baile en el siglo XIX, con uniforme militar y bailando con una princesa. Daba vueltas en el aire como un tiovivo y parecía seguir la melodía, desconocida para él, como si la conociera perfectamente. De repente el ritmo cambió y entonces se imaginó en una discoteca de los ochenta como si fuese un Toni Manero obsoleto pero decidido a dar el espectáculo. Al final las últimas notas eran extrañas e inconsecuentes con lo anterior de tal manera que le pareció estar bailando break dance sobre una superficie de linóleo. Repentinamente la música paró y Ovidio descendió como si fuera dueño del aire y de todas las proporciones de la tierra. Las nueve musas comenzaron a hablar y decidieron que el duelo había acabado en tablas.

   —En ocasiones —comentó Ovidio— resulta necesario emprender una lucha allí donde no te llaman y bajo el auspicio de aquello para lo que no estás dotado. Yo vengo de un mundo donde vosotras representáis la inspiración para todo. Un mundo que os ha olvidado y no os necesita.

   —¿Entonces qué quieres, mortal? —Ovidio subió su mano derecha advirtiendo a las musas que, por favor, escucharan su propuesta y que luego hablaran. Creía haberse ganado el derecho a hablar.—

   —Mi mundo está en decadencia. Las artes están siendo destruidas a diario, la educación crea ciudadanos que solo se ocupan de sí mismos mientras simulan ser más felices que el prójimo pero siendo, en realidad, demasiado infelices como para decirlo en público. La vacuidad de absolutamente todo lo artístico, las mentiras y tergiversaciones de la Historia, la lucha feroz por hacerse con un minuto de gloria vana y superficial, ha convertido a las mujeres y los hombres de mi mundo en carne de cañón para las guerras y las luchas intestinas, para la abolición de derechos fundamentales, para la cosificación de las personas, que, únicamente son, mano de obra barata. No hay ya Historia. No hay ya esperanza. No hay posibilidad de utopía, ni de redención. Todo ha sido devorado por un personaje de vuestro mundo… —las nueve musas dijeron al unísono: Gronfgold.

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