Por qué no existen las «feministas cis»

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Amparo Domingo es activista feminista y representante en España de Women’s Declaration International, organización feminista global impulsora de la Declaración sobre los Derechos de las Mujeres Basados en el Sexo, a la que puedes adherirte firmando a través de este formulario.

¿Tiene sentido decirle a una persona atea que es «pecadora» o «impía» por no seguir los mandamientos de la fe católica? Quien dijese algo así demostraría a) ser un/a ferviente creyente católico/a y b) no poder hacer el ejercicio mental de comprender cuál es el punto de vista de la persona atea.

¿Tiene sentido preguntarle a una mujer atea (o católica) por qué no usa velo o pañuelo para cubrir su cabeza en público, especialmente cuando se encuentra en compañía de varones que no son sus parientes? Una pregunta así nos indicaría que quien la plantea ve el mundo desde la perspectiva islámica, en la que las mujeres deben ocultarse ante las miradas masculinas que no provengan de los hombres de su familia.

¿Tiene sentido insistir en describir a las mujeres como «cis» y ofenderse cuando las feministas rechazamos rotundamente dicha etiqueta? Como en los ejemplos anteriores, nos encontraríamos ante una visión que parte de una creencia previa y que ignora -o escoge ignorar- los puntos de vista de sus interlocutores, queriendo imponer su marco mental al resto, de forma autoritaria, si no totalitaria.

Hablar de creencia no es una exageración. Es posible que mucha gente no sea consciente que hacer cualquier referencia en la actualidad a la «disforia de género» o «transexualidad» es considerado «patologizante” por gran parte del colectivo. Y, por tanto, «violento» y -cómo no- «tránsfobo».

En esa línea, interesarse por la salud mental de las personas que dicen tener una «identidad de género» distinta a su sexo les resulta ofensivo y humillante.

El concepto de «transexualidad», sin entrar ahora a valorar sus implicaciones, solía hacer referencia a «algo que se hace» (hormonación del cuerpo para crear la ilusión de pertenecer al sexo deseado, tal y como establece la vigente ley 3/2007); frente a la propuesta actual de no requerir ningún cambio físico para reclamar la condición de «trans» que ha pasado a ser «algo que se es».

Esto es porque, según el imaginario transactivista, existe una esencia inefable en el interior de cada persona (su «identidad de género»), la cual le indica si es un hombre, una mujer, ninguna de las dos cosas («no binario») o ambas -tanto de forma intermitente («de género fluido») como constante («pangénero» o «bigénero»)-, entre otras decenas de posibilidades; pero siempre de manera totalmente independiente y separada de la realidad de su sexo.

De esta manera, según esta particular creencia, existen personas en las que se da una feliz coincidencia entre su sexo y esa inefable «identidad de género», a las que denominan «cis», mientras que el resto compone el cada vez más abarrotado «paraguas trans».

De ello se desprende que «cis» (o «cisgénero») y «trans» (o «transgénero») son categorías que dependen de la creencia en las «identidades de género». Son conceptos que sólo tienen sentido desde dentro del credo, como sucede con vocablos como «hereje» o «pagano». Tienen el mismo sentido que decir que «Sólo hay un Dios que es Alá y Mahoma su profeta» o la creencia en el dogma de fe cristiano de la «virginidad de la madre de Dios»: son un acto de fe.

Es importante comprender esto porque explica la virulencia con la que los creyentes combaten las voces discrepantes, consideradas culpables de «transfobia» si no siguen a pies juntillas los postulados generistas. Para ellos se trata de una herejía, una ofensa a sus sentimientos religiosos de forma muy similar a lo que representó la procesión del «Santísimo Coño Insumiso» para la Asociación de Abogados Cristianos. Y, de la misma manera que dicha Asociación interpuso una querella contra las mujeres que realizaron esa acción reivindicativa, el Consell Nacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgéneros e Intersexuales de Catalunya instó a la Generalitat a actuar contra las responsables de la Escuela de Rosario de Acuña en Gijón en 2019, mientras que la Asociación de Transexuales de Andalucía-Silvia Rivera ha presentado denuncias contra la presidenta del Partido Feminista Lidia Falcón o más recientemente, la psicóloga sevillana Carola López.

Que todas las personas denunciadas sean mujeres feministas no debe ser más que una extraña coincidencia.

Algunas voces benevolentes consideran que la cuestión «trans» no afecta al feminismo y a nuestra lucha por la liberación de la mujer. Pero esa es una lectura muy superficial. No sólo tenemos las evidencias de las denuncias anteriormente mencionadas, sino que, además, es necesario que seamos conscientes de una vez por todas cómo esta corriente propone la existencia de una «identidad de género femenina», que se parece muy peligrosamente a las posiciones esencialistas que promueven las ideologías conservadoras.

Una muestra es la afirmación de Paul B. Preciado de que las mujeres que no nos hormonamos estamos aceptando nuestro sometimiento frente a los hombres. En efecto, Preciado no cuestiona en absoluto el orden patriarcal, sino que lo asume de una forma tan natural que, para dejar de estar oprimida, en vez de luchar por los derechos de las mujeres, decidió transformar su cuerpo para simular ser un hombre.

En síntesis, sostener que existen «almas sexuadas» que pueden acabar accidentalmente en «cuerpos equivocados» es una creencia, una doctrina esencialista que quiere convertirse en nuestro país no sólo en un dogma de fe sino también en un imperativo legal, con consecuencias tangibles y reales (multas, condenas, …) para quien no comulgue con el credo.

Sólo los y las «feligreses queer» pueden creer que alguien es «cis» o «trans» en virtud de su «identidad de género». Para las personas no creyentes, esa terminología nos resulta artificial y, sobre todo, ajena.

Por ello, de la misma manera que no tendría ningún sentido decir que una persona es «atea creyente», no es posible nombrar a las feministas como «cis». Son conceptos mutuamente excluyentes.

Las feministas sabemos que no existe una «esencia de mujer» sino que habitamos un cuerpo de mujer. Rechazamos los estereotipos y las imposiciones que buscan restringir nuestro ámbito de acción y desarrollo. En esto consiste el feminismo.

Tenemos derecho a no creer en las «identidades de género». La Constitución Española no sólo «garantiza la libertad ideológica» en su artículo 16, sino que afirma que «Ninguna confesión tendrá carácter estatal» por lo que la imposición de esta creencia es claramente inconstitucional. Tan cierto es que nuestro sexo está inscrito en cada una de nuestras células como que de él no depende nuestra personalidad. No dejaremos que el Patriarcado 2.0 nos encorsete de nuevo.

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