La visión de China(2) Edward W. Said: Cultura e imperialismo

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Juan López Páez, Área de China CEFMA, continuación de la entrada anterior

El significado es lo dado, lo que ha quedado cristalizado; el sentido es lo inferido, lo que está continuamente transformándose como ilustra Saramago:

«Al contrario de lo que se cree, sentido y significado nunca han sido lo mismo, el significado se queda aquí, es directo, literal, explícito, cerrado en sí mismo, unívoco, podríamos decir, mientras que el sentido no es capaz de permanecer quieto, hierve de segundos sentidos, terceros y cuartos, de direcciones radiales que se van dividiendo y subdividiendo en ramas y ramajes hasta que se pierden de vista”

La obra del palestino Edward W. Said «Orientalismo» (1978) [1] marca un antes y un después en el análisis de los estudios orientales y en el desarrollo del pensamiento postcolonial. La obra analiza cómo la imagen de Oriente, entendida como un conjunto de representaciones imaginadas construidas por las sociedades occidentales, se fue asentando en la intelectualidad occidental, y al mismo tiempo, se ha ido reproduciendo en el desarrollo actual del conocimiento sobre Oriente en general.

La irrupción desaforada de Europa en Asia y África, la cual suponía la expansión del capitalismo en el mercado de seres y de materias primas a nivel mundial, la apertura forzada de los cañones británicos y franceses en los puertos de Celeste Imperio fue desencadenante y atracción hacia China en medios occidentales. Dió lugar a un “Orientalismo funcional” que conceptualiza Edward Said, mediante el cual las potencias occidentales, productoras ellas de sentido, construyeron y representaron un determinado concepto de «Oriente» de manera estereotipada, contribuyó no solo a justificar prácticas imperialistas sino a interponerse en las relaciones entre China y el resto del Sur Global.

Creer que Oriente fue creado y creer que tales cosas suceden simplemente como una necesidad de la imaginación es faltar a la verdad. La relación entre Oriente y Occidente es una relación de poder, y de complicada dominación. […] Oriente fue orientalizado no solo porque se descubrió que era oriental, sino también porque se podía conseguir que lo fuera», escribe Said.

A pesar de que Said centra sus estudios en el Oriente islámico, el mecanismo teórico que desarrolla puede ser aplicado también al Extremo Oriente (categoría en sí misma orientalista) y en concreto a China, donde será la base para la elaboración de futuros estudios sobre la percepción, la imagen y la representación de China en Occidente.

La relación verdad-poder

La idea principal del trabajo de Said se centra en la construcción de un imaginario a partir de las relaciones de poder entre Occidente y Oriente. Comenta dicha relación debida a su hegemonía cultural, tanto de Gran Bretaña como Francia en su contacto con Oriente, producen una serie de oposiciones binarias; como, por ejemplo, Este y Oeste, dominación y subordinación, Europa y Asia. En interpretación de Said la tradición orientalista occidental es «un estilo occidental que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente» [2] , es una relación de hegemonía, de representación y de imposición de valores que haya podido sufrir China. Esto es, si China es un camaleón (más que un dragón) es Europa quien le hace cambiar su color a partir de uno y otro trasfondo (europeo).

El esquema interpretador de la coartada orientalista

¿Cuál es el subterfugio orientalista para definir un “Oriente real”?. Said critica aseveraciones como las de Dawson, quien limita la construcción de China al imaginario europeo, por contra Said establece una relación de verdad-poder ya que establece que hay una estructura de poder que confecciona de acuerdo a sus intereses y a sus privilegios, un imaginario que se adecúe a las necesidades monopólicas de Occidente, que debe ser comprendido como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio. Así, el orientalismo moderno se reafirma como una herramienta cultural hegemónica del imperialismo y del colonialismo incluso hasta nuestros días.

No obstante y al igual que Dawson, Said condiciona la imagen de Oriente más a la realidad europea que la objetividad oriental y afirma que ―el orientalismo es mucho más valioso como signo de poder europeo-atlántico sobre Oriente que como discurso verídico sobre Oriente—, al mismo tiempo que confirma la la existencia de una reproducción de la imagen de China a través de los textos. Oriente, por lo tanto, no es una representación de su realidad moderna sino la conjunción de una serie de conclusiones ficcionadas aplicadas a su contemporaneidad, de modo que el texto adquiere una autoridad académica y su funcionalidad es mayor incluso que la realidad que describe.

En esa relación de poder entre Oriente y Occidente hay un factor de desigualdad que le permite al segundo explicar al primero mediante arquetipos. No solo crea verdades para su propio consumo, sino que determina las realidades también para Oriente. El orientalista, dice Said habla por Oriente, puesto que este no es capaz de hablar por sí mismo, —parece ser que no tiene voz propia—, y el orientalismo, como ejercicio de fuerza cultural, se ratifica al ser un Oriente moldeado necesitado de estudio y corrección occidental.

A partir de estas premisas Said analiza las diferentes imágenes que se han construido y reproducido de Oriente. La inmutabilidad, descansa sobre Oriente en la medida la que este debe ser diferente de Occidente; debe mantenerse la distancia mínima de alteridad (la condición del otro) para poder seguir definiéndolo desde una posición de poder. También la esencialidad permite agrupar y disponer a todos los países que conforman Oriente, y aplicarles categorías taxonómicas que los definen dentro del grupo cerrado y hermético (en el sentido culturalista) llamado Oriente.

Teniendo en cuenta las asimetrías culturales, es decir las relaciones de poder que discriminan a unas culturas en relación con otras son propias del sistema modelante de la globalización cultural angloestadounidense en el ejercicio del poder capitalista y la dominación comunicativa actual. Said insiste en que el esencialismo era el «modo definitorio» en la historiografía y la etnografía occidentales hasta el siglo XIX, es operativo para el colonialismo, deshistoriza (elimina o ignora el contexto y el significado histórico) el proceso de cambios sociales y culturales y tiende a ver a las sociedades no occidentales como históricamente invariables, proceso que proviene desde la antigüedad. ya desde tiempos de Herodoto, por ejemplo afirma que la cultura egipcia es esencialmente feminizada y posee una «suavidad» que ha hecho Egipto fácil de conquistar, o las diferencias entre los griegos y los persas que son objeto de sus Historias, para el iraní Touraj Atabaki el esencialismo  se continúa manifestando en la actualidad en la historiografía de Oriente Medio y Asia Central como formas de eurocentrismo, exceso de sobregeneralización y reduccionismo.

Sin embargo, el orientalista occidental hace la diferencia un ―buen Oriente de un ―mal Oriente, situando el primero en el periodo clásico y el segundo en la modernidad, la contemporaneidad.  Ante el mal Oriente, el orientalista occidental se decepciona al no cuadrar su imaginario o los textos con la realidad que contempla: ―La mente aprende a distinguir entre una aprehensión general de Oriente y una experiencia específica de él, cada una va por su lado, por decirlo de algún modo. Las imágenes estáticas e inmutables del orientalista se ven traicionadas por un Oriente cambiante que ha sido en esencia mal descifrado.

Un culturalismo o sustitución de la misma sociedad que pretende explicar y encubrir culturalmente los reales fenómenos y procesos sociales de la realidad de China en su desarrollo, que aprecia un Oriente sobrevalorado de espiritualidad, primitivismo, armonía y civilizaciones milenarias (Confucio, Menzio etc..)  se sustituye por un Oriente cruel, que infravalora la vida, retrógrado, bárbaro e incapaz de autogobernarse según las estructuras modernas de poder.

El “universalismo” no es más que un ardid del colonialismo

La corriente burguesa dominante en las ciencias sociales se basó en una filosofía de la historia abiertamente culturalista, el universalismo de la filosofía de la historia de Hegel reproduce el proceso sistemático de exclusiones. La historia es universal en cuanto realización del espíritu universal.  Pero de este espíritu universal no participan igualmente todos los pueblos.

Ya que la historia es la figura del espíritu en forma de acontecer, de la realidad natural inmediata, entonces los momentos del desarrollo son existentes como principios naturales inmediatos, y éstos, porque son naturales, son como una pluralidad la una fuera de la otra, y además del modo tal que a un pueblo corresponde uno de ellos; es su existencia geográfica y antropológica

Otra de las imágenes representativas de Oriente que analiza Said es la de un topos lejano. Esta lejanía, además de participar en la construcción del imaginario para quien no la visita, es aún más potente para quien logra alcanzarla. Vivir en Oriente otorga invariablemente un privilegio. El contacto directo con la realidad oriental permite reproducir aún con más fuerza las premisas orientalistas. El europeo que vive en Oriente dice Said no vive como cualquier otro ciudadano local sino como ―un representante europeo cuyo imperio contiene a Oriente a través de sus armas culturales, siendo además lugar de peregrinación y transformándolo en una realidad imaginada—.

Puede vincularse esta función política con la tradición de la Ilustración, en la que la relación de la experiencia cultural extranjera era empleada para cuestionar un determinado concepto de ciudadanía o de organización social en el país de origen. Sin ir más lejos, durante el siglo XVIII esta tendencia consolidó todo un género narrativo por el que circuló Johnathan Swift con Los viajes de Gulliver (1726), una sátira feroz de la sociedad y la condición humana, camuflada como un libro de viajes por países pintorescos, o Denis Diderot, que en Supplément au voyage de Bougainville (1772) utilizó las notas del viajero ilustre como pretexto para un diálogo filosófico sobre la moral y la organización de la sociedad de su tiempo. En la misma línea se enmarca la novela epistolar satírica que sirve de estrategia del relato de viaje, se puede señalar a Montesquieu con sus Cartas persas (1717) y a José Cadalso las Cartas marruecas (1789). Todos ellos se valieron de la crítica cultural de un viajero como estrategia o bien para evidenciar la organización social y política deseable para un país, o bien para denunciar su decadencia política y cultural.

Finalmente, analiza en la última etapa de su libro la fase reciente del orientalismo en la que los eruditos acomodan sus percepciones orientalistas a las nuevas metodologías, reconociendo cierto valor de los orientalistas en el pasado como fundadores de una base que debe revisarse. Sin embargo, algunos dogmas se mantienen: las diferenciaciones Oriente-Occidente, la preferencia por lo clásico antes que lo moderno, el uso de un vocabulario y una terminología para conceptualizar el Oriente, y sobre todo la percepción del Este como una amenaza latente para Europa y sus valores.

En conclusión, el análisis que realiza Edward Said sirve para tratar, al menos en la medida de lo posible, de establecer unas premisas que no sustenten la investigación en prejuicios académicos que no benefician al conocimiento de la República Popular de China. Siendo la vida cultural el modo de organización de la utilización de los valores de uso, la homogeneización de estos por su sometimiento al valor de cambio generalizado tenderá a homogeneizar la propia cultura. La tendencia a la homogeneización no es la consecuencia necesaria del desarrollo de las fuerzas productivas sm más, sino el contenido capitalista de este desarrollo.

El prejuicio sobre el Oriente se enfrenta a los cambios culturales y políticos generados por el proceso de descolonización posterior a la II Guerra Mundial, un espacio que sería silencioso y peligroso al tratarse de China, Said  separa el grano de la paja, todo ese entramado del corpus erudito lleno de clichés reiterados e inculcados durante el Romanticismo y repetidos hasta la saciedad, producto de la imaginación de Occidente y procede de un modo pragmático resaltando que fue empresa del discurso sobre Oriente construir y cristalizar a partir de un vocabulario, un conjunto de metáforas y definiciones empleadas por escritores, viajeros, aventureros, y refinadas por filólogos, gramáticos, geógrafos y cientistas sociales al servicio del hegemón estadounidense actual, tal y como se llevó a cabo con la denostada Revolución de Octubre y su estigmatización.


[1] Said, Edward W.  «Orientalismo«, Libertarias/Prodhufi 1990

[2] Said Edward W. «Cultura e Imperialismo«, Anagrama, Barcelona, 1996

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