Por Soledad Granero Toledano
A través de La ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, el Gobierno de Afganistán viene a completar la lista de tropelías, injusticias e iniquidades machistas y represoras. Los talibanes prohíben ahora, entre otras cosas, el sonido en público de la voz de las mujeres.
Que se oigan nuestras voces es lo más temido por el patriarcado, pues mientras se alcen, cabe la posibilidad de concienciar, de denunciar nuestra opresión y de que le arrebatemos sus privilegios.
Que tengamos derecho a la educación, significa que podemos tener una conciencia crítica; que tengamos dinero significa autonomía; que tengamos trabajo asalariado, significa libertad y socialización; que tengamos voz, significa ser sujetos de derecho.
Sin el sonido de las mujeres, sin sus voces, Afganistán y sus crueles barbudos se convierten aquí, en Europa, en referencia de quienes evocan ideológicamente que con el fascismo los hombres viven mejor.
Pero no nos llevemos a engaños, las mujeres sí que importamos, por eso quieren silenciar nuestras voces. Sin el sonido de las mujeres afganas, sin su voz, el patriarcado criminal lanza un mensaje al mundo entero: ¡Sí se puede dominar a la mitad del mundo, seguidnos!
Sin el sonido las mujeres afganas, sin su voz, todas las mujeres nos quedamos mudas, porque para el feminismo cuando afrentan a alguna mujer, por el sólo hecho de serlo, el mundo se convierte en un lugar inhabitable, porque están ofendiendo, explotando, humillando, reprimiendo, oprimiendo y violentando a todas las mujeres.
No hemos oído, ni siquiera, voces internacionales de censura, ni leído en ningún periódico que la Comunidad Internacional se esté organizando para tomar medidas contra esta atrocidad, contra esta gravísima vulneración de los derechos de las mujeres. Ni siquiera una declaración conjunta de condena. EEUU y sus compinches, en este caso, callan.
¿Qué vamos a esperar de la Comunidad Internacional cada vez más reaccionaria? Esa Comunidad Internacional que está permitiendo impasiblemente por dinero y poder en Oriente Medio, el exterminio del pueblo palestino a manos del genocida gobierno de Israel; que está abasteciendo las arcas de los fabricantes de armas manteniendo la guerra en Ucrania, en lugar de desplegar la diplomacia y el diálogo político.
Esa Comunidad Internacional que, por acción u omisión, permite la explotación sexual de mujeres y niñas a través de la prostitución y la pornografía; que por acción u omisión permite la explotación reproductiva de las mujeres y la compra de niñas y niños.
Algunas recordamos aún esa campaña de la Comunidad Europea, en 1998 “Una flor para las mujeres de Kabul”, que pretendía débilmente concienciar sobre la situación de las mujeres afganas. Pero la vida de las mujeres afganas se ha convertido, cada vez más, en un infierno sin esperanza, sin apoyo, sin expectativa alguna. Su existencia es una pesadilla de la que no despiertan.
Las mujeres de Kabul nunca han necesitado flores, siempre han necesitado que se impidiera la institucionalización de la violencia y la represión de sus derechos.
Nuestro más rotundo rechazo, repugnancia y repulsión por la violencia que están sufriendo las mujeres afganas. Nuestro más rotundo rechazo, repugnancia y repulsión por la connivencia y complicidad de la Comunidad Internacional.