La medida de las cosas

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Por Sara Garrido Díaz

No conozco ninguna persona a la que le haya planteado la cuestión de hombres (autoidentificados mujeres) en deportes femeninos y esté de acuerdo con ello. Conozco a quien no se atreve a expresarlo en público, a quien no cree que tenga importancia, a quien no le parece bien que los hombres hagan “cosas de mujeres” y a quien por practicar deporte no puede negar la mayor de su propia experiencia. Todo sea dicho, es una gran minoría aquellas personas a quiénes le mueve la defensa de los derechos de mujeres y niñas, se basan más bien en un sentimiento individualista para evitar el ostracismo, no meterse donde no le llaman, mantener su “virilidad” o la incapacidad de negar una realidad material. A mí, la última razón para oponerse a hombres en categoría femenina, me vale un poco: tener la suficiente cabeza y sentido del respeto propio como para no dejar que te hagan la luz de gas con chantaje emocional barato es una buena cualidad en este nuestro tiempo. Es decir, no ser tan cenutrio de afirmar que si los hombres tienen entre un 50 y un 100 por cien más fuerza en el tren superior, eso no es una ventaja física frente a las mujeres. 

Pero cuidadín, que aquí hay también a quién se le infla el pecho, resopla y te dice con voz más grave de lo normal y cierta sorna “o sea, que los hombres somos superiores a las mujeres”, afirmación que no deja de sorprenderme cuando desde los griegos nos llevan diciendo a las mujeres los señores más listos que es su raciocinio lo que les hace a ellos superiores y a nosotras siervas: ahora resulta que la superioridad es darle una patada al balón más fuerte o llegar más deprisa a los sitios. 

No alma de cántaro, los hombres tienen ventaja atlética, y ya. Ni siquiera física. Eso no es “superioridad”. La supuesta superioridad está basada únicamente en la medida de las cosas impuesta por los hombres en base a sus experiencias y lo que les conviene, punto. Por ejemplo, se considera que poner ladrillos  y  (esto les encanta), bajar a la mina son actividades físicas; sin embargo, levantar, lavar y vestir a un señor impedido de 80kg, no. Luchar cuerpo a cuerpo, sólo con la fuerza muscular y agilidad de movimientos, es una actividad física; sin embargo, empujar y expulsar un cuerpo del tamaño de un melón grande a través de un orificio de cero centímetros de diámetro únicamente usando el poder de los músculos pélvicos y abdominales, no. Como además el melón es un ser humano que  una mujer ha estado cargando  y dividiendo su energía para que se desarrollara, eso por lo visto tampoco requiere trabajo físico. No como levantar sacos de piedras que eso sí que lo es, obviamente (por favor una estadística de cuántos hombres levantan sacos de nada en comparación con mujeres que gestan y paren). La medida de las cosas, que es muy caprichosa, y la vara de medir vale para decir que un zagal es alto pero a una zagalica no hace falta medirla, pa qué. Pero quedémonos con esto: ventaja atlética.

Sí, los hombres tienen más fuerza y más potencia, son más rápidos, tienen mayor capacidad cardiopulmonar y el litro extra de sangre, el porcentaje menor de grasa y huesos más largos y en ángulos más eficientes para la carrera les da una ventaja muy considerable en el deporte y en actividades que requieran cualquiera de esos parámetros, como pueda ser poner ladrillos. Y esto es lo que se preguntaba la bióloga evolutiva y activista de los derechos de las mujeres y niñas en el deporte Emma Hilton hace unos días en redes, porque anteriormente le habían hecho cuestionarse si las diferencias biológicas en el deporte podían trasladarse al mundo laboral. Emma nos dice (aunque invita al diálogo y a que se le contradiga) que, por un lado, si alguien quiere levantar una pared de ladrillos más rápido, el hombre será la elección más adecuada para hacerlo, y que, por otro lado, en una guerra, aunque en el área de estrategia no hubiese ventajas biológicas, sí que las habría cuerpo a cuerpo, hombre también entonces. Así que la discriminación en el campo profesional dependerá de cuál sea el objetivo. No puedo estar más en desacuerdo.

Creo que Hilton, en este caso, está cayendo en la falacia del hombre atlético como estándar. Me da la impresión de que cada vez que se plantean las diferencias biológicas entre hombres y mujeres se asume que la gran mayoría de hombres hacen justicia a su cuerpo más fuerte, poderoso y rápido de media y son poco menos que olímpicos, cuando la verdad es que hoy en día  la mayoría son casi parte del mobiliario de su salón con el culo pegado a la tapicería y la mano al mando de la tele. Triste, pero poco discutible. Por otro lado, también hoy en día, hay muy pocos trabajos en los que estas diferencias biológicas entre sexos supongan un verdadero cambio de resultado o alcance de objetivos de una profesión, primero porque somos humanos y usamos herramientas, segundo porque existen leyes y normativa laboral y de salud en el trabajo para evitar daños a los trabajadores y usuarios. El cuento del bombero solitario que saca a la familia del coche ardiendo él solo con sus propias manos es eso, un cuento, y da igual que puedas hacer una sentadilla con 150kg en el gimnasio, que la normativa española no te deja cargar más de 25kg en tu puesto de trabajo. 

Pero hay una razón de mucho más peso para dejar de considerar que esta ventaja atlética masculina es una excusa para discriminar a las mujeres en el campo laboral: nosotras también somos la medida de las cosas. Sé que esto es tan, tan difícil de tragar que hasta mujeres que defienden los derechos de las mujeres y niñas se pierden con este concepto. Seguimos teniendo que recordar que somos la humanidad, junto a los hombres, componemos la humanidad, no somos “la otra” parte, somos una de las dos categorías biológicas de nuestra especie: la humanidad es IMPOSIBLE sin nosotras igual que lo es sin ellos. Que quede claro, decir que somos la mitad de la población mundial se queda corto y da lugar a malentendidos, porque puede implicar que la humanidad puede darse sin una mitad. No puede. Aún hay demasiadas y demasiados que no ven esto, pero ya tenemos que dar el siguiente paso: reivindicar con fuerza que la medida de las cosas no es una, sino dos.

Dice Hilton en su supuesto y como conclusión que “si el objetivo es construir tan rápido como sea posible (basado en producción), yo no soy la adecuada para poner los ladrillos. Si el objetivo es levantar un número determinado de ladrillos en un tiempo acordado, cualquiera que pueda hacerlo tiene que ser considerado, sin importar el sexo. Eso podría incluirme a mí, quién sabe.” En mi opinión, esto es rendirse a la medida masculina establecida y una falta de respeto al ser humano como especie. 

El objetivo de construir, me dice el sentido común, es crear unas estructura para un uso. No hacerla más rápido. Y, en cualquier caso, ¿cuánto más lento sería que la construyeran solo mujeres? Y, ¿si fuese realmente mucho más lento? Pues, mirad, si fuese este el caso: da igual. La medidas del mundo son DOS. Durante milenios las mujeres nos hemos ajustado a la impuesta por los hombres hasta en nuestros partos, no es extraño que este concepto sea tan alienígena, pero está ahí. Es así: si un hombre puede poner ladrillos más rápido que una mujer, esto no es en ningún caso motivo para que una mujer no ponga ladrillos. Es absurdo, ¿por qué se iba a desperdiciar esa fuerza de trabajo? Si se ha hecho y se sigue haciendo, es porque los hombres que impusieron sus medidas fueron muy cucos y no se basaron en su ventaja atlética sólo para definir los trabajos físicos que “mejor” podían hacer, sino que les dio la excusa perfecta para no hacer los que les molestaban, lo tedioso, lo aburrido, lo que por repetitivo y esclavizador acaba hundiendo el alma, que resultan ser las tareas domésticas. 

Pues bien, la medida de la humanidad puede bien consistir en que los señores tarden una eternidad limpiando el suelo, que aquí los olímpicos que dicen empujar vagones de carbón fuera de las minas con sus propias manos les das una fregona y tal cual talismán de bruja les vuelve flojos. Pero también en que las mujeres pongamos los ladrillos a nuestro ritmo y que ayudemos en un accidente donde haya otras mujeres y menores asustadas que se sientan más seguras con nosostras, que la épica masculina no nos ciegue, en momentos de crisis y miedo, un hombre grande y fuerte bien puede provocar mucha desconfianza en mujeres, niñas y niños. Que está la épica masculina perteneciente al mundo de Tolkien y la cruda realidad donde el 90% de crímenes contra mujeres y menores los cometen varones.

Y si resulta que es como dice Hilton, que si el objetivo es la producción y obtener un producto rápido entonces hay que medir con la vara masculina, vamos a darnos una vuelta por el feminismo y acordarnos de que este sistema de producción no nos tiene en cuenta a las mujeres y nuestra medida de las cosas y tiene que terminar de una vez por todas. Pero, sobretodo, que las mujeres no tenemos que demostrar NADA para que este cambio ocurra, es simplemente una responsabilidad ética de la naturaleza más básica. Las mujeres somos la humanidad junto a los hombres, no lo somos “además” de los hombres, no “por debajo” (ni por encima) de los hombres, no en “contraposición” a los hombres…La humanidad no es un concurso en el que tengamos que justificar nuestra existencia, nuestra posición o nuestra cualidad de humanas frente a los hombres para que se nos conceda permiso de usar nuestra medida de las cosas (de vivir nuestros cuerpos). Estamos en nuestro derecho y como tal debemos ejercerlo y, para ello, a día de hoy tenemos que exigirlo puesto que la medida de las cosas de los hombres está tan asumida como la única válida que incluso muchas mujeres siguen preguntándose si no será mejor que bomberos o policías sean siempre hombres o que las mujeres cedan siempre a las querencias del hombre (por amor, por cuidado, por productividad).

La medida del mundo que construimos los seres humanos son dos. Nuestra biología, la de la categoría biológica con el potencial de producir gametos grandes (mujeres) y la de la categoría biológica con el potencial de producir gametos pequeños (hombres), es determinante para crear una sociedad en las que nuestras necesidades diferenciadas sean atendidas, no para competir poniendo ladrillos o producir de una manera ajustada únicamente a las cualidades biológicas de los hombres. Cuando se trata de construir un mundo mejor, se pueden poner ladrillos más rápido y levantar muchas estructuras que no son válidas para la humanidad y terminarán estorbando o, peor, cayendo por su propio peso y haciendo daño a quien pille dentro, o se pueden poner los ladrillos bien y ya.

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