Cuba y Julio Cortázar

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Este contenido forma parte del especial #EnDefensaDeLaRevolución que desde El Común hemos lanzado para arrojar luz en las tinieblas informativas sobre los sucesos que están ocurriendo en Cuba. Defender la Revolución y su legado, frente a aquellos que hacen uso de la mentira para intentar tumbar un sistema es nuestro granito de arena en esta desigual batalla contra los mass media.

Nos fatigan con videos y declaraciones de artistas preocupadísimos por los derechos humanos. Artistas que se manifiestan sumidos por una enorme inquietud, ahora en Cuba, antes en Venezuela o donde toque la campaña imperialista del momento. El desasosiego de estos personajes famosos es inmenso, pero también es muy selectivo, pues de otros lugares no les alcanza, caso especial del horror que se está viviendo en Colombia, país natal de algunos de esos artistas indignados y sin carencias en el servicio de internet.

No debe extrañarnos. El poder de la ideología dominante conduce al rebaño como perro pastor hacia el redil hasta a los artistas más rebeldes. Las ovejas negras ya no son fusiladas, como en aquel minicuento de Monterroso. Hoy son compradas y seducidas por el brillo de las vanidades. El escritor que quiera ver su nombre en el suplemento cultural del periódico en el que toda la «clase media» elige su próximo disco y la siguiente novela premiada, no tiene más remedio que rendir pleitesía a la ideología de la clase dominante. De otro modo le espera el ostracismo mediático y la autopromoción estéril con editoriales tramposas.

Pocas son las voces que contradicen esta norma. Por eso es conveniente recordar a los artistas que no cedieron a las presiones en su compromiso político y es digno de mencionar el caso de uno de los mejores escritores de nuestra lengua, Julio Cortázar.

Don Julio Cortázar en La Habana, ya barbudo.

Es conocida relación de Cortázar con los gobiernos de izquierdas de su momento y, en especial, con la Revolución Cubana. Sin embargo, parece ser que los expertos explican este compromiso del autor en los motivos más peregrinos: enajenación doctrinaria, deseo extravagante de llevar la contraria, candidez utópica, confusión estética… Pocos tienden a buscar la explicación más simple: por convicción ideológica.

Observen la jugada. Los expertos distinguen en la vida del escritor argentino tres etapas. Una primera de juventud en su tierra natal, una segunda en Europa a la que corresponde su obra más famosa, Rayuela, que le introdujo de pleno en el fenómeno del boom latinoamericano, y una última etapa que algunos críticos consideran de decadencia, de inferior interés y calidad, entre otros motivos por estar «politizada».

¿Fue una etapa de excentricidad o de esnobismo creativo lo que impulsó al autor a involucrarse de ese modo? ¿Hasta qué punto llegó el compromiso político de un escritor de fama mundial, cosmopolita y de refinados gustos, crítico de jazz y excelente traductor de francés e inglés? La respuesta la encontramos fácilmente en sus propias palabras. A inicios de los 60 es invitado a Cuba para formar parte del jurado del Premio de las Américas (un premio literario que se celebra en La Habana desde el 60 hasta la actualidad) y al parecer este viaje le emociona vivamente: «entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. Un mes ahí y ver, simplemente ver, nada más que dar la vuelta a la isla y mirar y hablar con la gente, para comprender que estaba viviendo una experiencia extraordinaria».

La alegría colectiva de la Cuba revolucionaria le contagia: «en mi primer viaje tomo contacto aquí con el mundo cubano, con la Revolución Cubana, y eso —ya lo he dicho muchas veces, pero me gusta repetirlo— fue coagulante, el catalizador que me mostró a mí hasta qué punto yo era latinoamericano, hasta qué punto yo era argentino, cosa que había ignorado durante muchos años. Puedo decir que a mí la Revolución Cubana me metió en la Historia, me hizo entrar en la Historia. Yo no tenía ningún interés por la Historia, me interesaba lo estético únicamente. Cuando vine aquí y los encontré a ustedes en pleno momento del bloqueo, con todas las dificultades, y vi a este pueblo en la forma en que luchaba, en la forma en que combatía, entonces yo me dije: ¡Diablos, y pensar que en la Argentina yo he estado rodeado de muchedumbres también que buscaban la justicia social, y no fui capaz de darme cuenta!. Me hicieron falta muchos años. Bueno, eso te explica que yo he vuelto a Cuba todas las veces que he podido. Y, además, que haya empezado una acción paralela y simultánea con la literatura, es decir: una acción ideológica, que yo haya entrado también en la lucha como compañero de ustedes» (1).

Cortázar, con máscara, bromea con otro gigante que apoyó la causa cubana, García Márquez.

No sería la Revolución Cubana la única relación de Cortázar con la política. Visitó en 1970 Chile para manifestar su apoyo a Salvador Allende. Donó los derechos de una de sus obras, Los autonautas de la cosmopista, escrito junto con su esposa Carol Dunlop, a la Nicaragua sandinista. Dedica algunas de sus obras a temas relacionados con la militancia revolucionaria, como el Libro de Manuel o la curiosa novela gráfica Fantomas contra los vampiros multinacionales. Derechos de otras de sus obras serían cedidos también para ayuda a presos políticos de su Argentina.

Es decir, puede verse que la intención política de Cortázar iba más allá de la simple firma del típico documento de adhesión o de la declaración bienintencionada de un personaje público. No se trata sólo, por tanto, del fugaz deslumbramiento ante la figura carismática de Fidel Castro que pretenden vendernos los diversos artículos que se leen en la red.

Es de suponer que el hecho de haber elogiado precisamente a Castro y al Che (uno de sus cuentos, Reunión, que puede leerse en el libro de cuentos que a mi gusto es el mejor de Cortázar, Todos los fuegos el fuego, trata sobre el desembarco del Che en Cuba) contribuyeron desde entonces a crear una sombra de rencor hacia el genial escritor. El odio que esta pequeña isla caribeña produce en el mundo capitalista se extiende a quienes osen manifestarle su apoyo, como si el criminal bloqueo económico se extendiese igualmente al aspecto cultural.

Posteriores polémicas de intelectuales, de las que se distanciaron el propio Cortázar y García Márquez, llevaron al autor de Rayuela a escribir su “Policrítica en la hora de los chacales”. El chacal principal en el mundo, según el poema, era el capitalismo, en complicidad con la mayoría del resto de los países de América Latina. “El pobre Julio, por esa pendiente, terminará haciendo cosas tristes”, comentó en esos años Mario Vargas Llosa (2). Sabemos hoy los peruanos y los españoles -el tiempo pone a cada uno en su sitio- quién acabó haciendo las cosas tristes.

  • (1) Entrevista a Cortázar en la publicación argentina La Tinta
  • (2) Cortázar y Cuba,  Jaime Perales Contreras, Georgetown University (enlace). 

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