El 26 de junio, saldremos a la calle

0

Hay una campaña internacional para hacer creer al mundo entero que las feministas nos hemos vuelto todas a la vez locas y fascistas. Sí, muy distópico, como si fuese un extraño virus que solo atacase a las feministas radicales, pero ya sabemos que el siglo XXI se está caracterizando por su afán de convertir las distopías en realidades objetivas.

Y este es exactamente el mismo afán que parece mover a la ministra de Igualdad, Irene Montero, quien con su obsesión (su única obsesión, por cierto) por aprobar la mal llamada Ley Trans como si le fuera la vida en ello, me ha llevado a sospechar que, a lo mejor, de algún modo que desconocemos, le vaya la vida en ello. No me digáis que no es como para sospechar que, cuando se comete un crimen machista y una mujer es brutalmente asesinada, Montero se limita a poner un tuit, el mismo siempre, comprobadlo, en el que dice: “Mi abrazo y cariño a los familiares de la mujer asesinada en…” (con pequeñas variaciones), mientras que cuando habla de la Ley Trans llora compungidamente, se enfada airadamente o pide perdón a los trans a punto de arrodillarse.

Su obsesión, como decía, se resume en permitir que cualquier hombre se autodetermine mujer y ocupe los escasísimos espacios que se han logrado tras 300 años de lucha feminista: nuestros baños y vestuarios, nuestras cárceles, nuestras categorías deportivas y hasta nuestros cupos políticos. Se resume en eliminar a la mujer como sujeto, deshumanizarla: cuerpo gestante, persona menstruante, hueco delantero… y devolverla al universo de los cuidados. Se resume en incitar a que se hormona a nuestros hijos e hijas desde su más tierna infancia, alegando que nacieron en cuerpos equivocados. Obsesión. que merece, sin duda, al menos unos minutos de reflexión por nuestra parte.

Pues bien, según informa la prensa, esa obsesión está a punto de convertirse en realidad, ya que anuncian que la Ley Trans será finalmente aprobada en España este mes del Orgullo (y no, no se opondrá Carmen Calvo, en quien las “amenazas” con echar al PSOE de las fiestas del Orgullo parecen haber hecho mella).

Así que, tras innumerables y vanos intentos por parte del feminismo de hablar con la ministra de Igualdad, el presidente Pedro Sánchez y la vicepresidenta Carmen Calvo de este escabroso tema, las feministas, el movimiento feminista, hemos decidido salir a la calle el próximo 26 de junio en las principales ciudades españolas. Una convocatoria iniciada por Confluencia Movimiento Feminista, pero a la que invitan a sumarse a todas las asociaciones y colectivos, ya que está fundamentada en la unidad del movimiento, sin siglas ni protagonismos, y concebida como la forma de exigir la consecución de la agenda feminista a las administraciones públicas y, por supuesto, decir un “no” rotundo a las “Leyes Trans”, que constituyen una flagrante violación de los derechos de las mujeres y la infancia, entre muchas otras cosas.

Llegados aquí, permítanme una reflexión, más bien un llamado, para que padres y madres, profesoras y profesores, hombres y mujeres en general acudan a esta convocatoria, porque aunque esté siendo el feminismo quien denuncia lo pernicioso de estas leyes que se vienen aprobando en diferentes países, la realidad es que es un asunto que nos compete a todas y todos.

Nos compete a todos y todas porque detrás de las leyes trans hay mucho más que el borrado de mujeres. Incluso hay mucho más que la experimentación biosocial con nuestras niñas y niños. Esto no es más que la punta del iceberg. Y ese mucho más no es otra cosa que la dictadura del mercado planeada meticulosamente por un contubernio de multinacionales del Big Data, la Big Pharma, la industria médica, la Inteligencia Artificial y Amazon. Ya, ya sé que sueno como una loca conspiranoica, y eso es así porque forma parte de una campaña que se ha diseñado precisamente para que así lo parezca. Denme un minuto más de su tiempo, y quizás logre explicar de manera coherente mi postura.

Cuando hablo de una campaña, me refiero a un plan elaborado por el ultraneoliberalismo, la dictadura del capital, que lleva al menos un par de décadas en funcionamiento. La primera fase se alcanzó con éxito: la lucha de clases ha sido absolutamente abolida. Torpedeada desde sus cimientos por los mismos que fingen ser sus adalides. Pero su éxito total depende de erradicar absolutamente lo colectivo, de no dejar gérmenes rebeldes que puedan organizarse.

Y aquí entran de lleno las «identidades», las individualidades, la derrota del feminismo, el único movimiento que ha tomado fuerza en los últimos años. Una derrota directa a la raíz: la desaparición de la mujer como sujeto. Unida, como no podía ser de otra manera, al triunfo del yo, del narcisismo. Y qué mejor que ser «trans» (un candidate perfecte para ser paciente eterno de las farmacéuticas y clínicas de cirugía estética) o «no binarie»: único, especial, individual, ególatra. Las adolescentes más desadaptadas son las víctimas más propicias (se ha incrementado de forma exponencial el número de mujeres jóvenes que “desean” transicionar frente al de hombres jóvenes), y la empatía del resto, su aliado involuntario y necesario.

La dictadura del capital sigue su propia agenda. Una agenda que nos sumió en una interminable crisis que, junto al nacimiento del Big Data, del smartphone, nos ha convertido en esclavos de forma voluntaria. Y a ellos, en dueños del petróleo del siglo XXI: nuestros datos. Saben, porque se lo contamos día a día desde este pequeño aparato desde el que escribo y me leéis, que somos más moldeables de lo que parecíamos.

Sí, ya sé que sigue sonando todo muy conspiranoico, yo también lo percibo. Pero cuando empiezan a encajar las piezas, se comienza a ver el puzzle. Un puzzle incompleto, al que aún le faltan muchas piezas por colocar, pero que, no lo dudemos, se irán ajustando. Los robots y la IA son otras de esas piezas. Y el Ingreso Mínimo Vital, otro de los cómplices necesarios para, una vez más, detener las hordas, para que los «consumidores y consumidoras vulnerables» podamos seguir subsistiendo, comprando.

Y es aquí donde entra de lleno el neolenguaje (y recordemos quién se está encargando de implantarlo. Sí, la «izquierda exquisita» y populista, el mayor colaborador necesario), esa neolengua en la que las mentiras son llamadas posverdades; los pobres, consumidores vulnerables, y las mujeres, cuerpos menstruantes, porque como bien sabemos, lo que no se nombra, no existe.

Sé que esto requiere un desarrollo más amplio, porque es premeditadamente complejo de desgranar, y procuraré irlo haciendo desde esta columna que hoy inicio. Pero, de momento, amigas y amigos, os pido que hagáis el acto de fe de creerme cuando os digo que es asunto de TODAS y TODOS, y acudáis a la convocatoria del 26 de junio.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.