¿Quién le pone el cascabel a lo queer?

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De las teorías queer se ha escrito casi de todo y desde múltiples perspectivas, a veces sin nombrarla de forma explícita, otras de forma velada y, la mayoría de veces, de forma involuntaria. A día de hoy, tras varios años de investigación, lecturas, discusiones y debates impetuosos, podemos decir que lo queer, es decir, lo idealista, acientífico y estrafalario, es una completa y absoluta tomadura de pelo. Suelo ser bastante respetuosa con el trabajo intelectual ajeno, pero a veces me permito el lujo de denostarlo si tengo la certeza, como es el caso, de que estoy ante el timo de la estampita más embustero del último medio siglo. Me niego, me planto y me resisto ante el propósito de considerar liberales a los ideadores de este producto; la propagación de la doctrina ni siquiera podría defenderse desde los principios del liberalismo clásico cuyos autores más sobresalientes, aun siendo cierto que buscaban la mayor felicidad para el mayor número de personas posibles, se oponían con la misma pasión a todo aquello que supusiera irracionalidad y que obstaculizara el análisis de la ciencia empírica. Mientras que el método científico trata de minimizar la influencia de la subjetividad del científico a través de la observación, las llamadas teorías queer interpelan al desarrollo de dicha subjetividad como campo de análisis y de desarrollo. El propio Stuart Mill desautorizaría el experimento: «Excepto en las especulaciones matemáticas y físicas, en todas las demás materias, ninguna opinión merece el nombre de conocimiento» (Sobre la libertad,  1859).

El sexo, raíz principal del conflicto queer, es un empirismo biológico y antropológico que dichas teorías no han podido refutar a través del método científico. Tampoco es plausible desde la noción liberal de libertad. Siguiendo con Mill y pese a su defensa de la independencia del individuo en su absoluta autonomía sobre el cuerpo y el espíritu, apunta que solo sería aplicable a seres humanos en plenitud de facultades madurativas, lo que dejaría los menores de edad al margen de la doctrina puesto que éstos han de ser cuidados y protegidos por otros. Teniendo en cuenta el grado de infantilización general de las sociedades occidentales y de los políticos que las gobiernan, me atrevería a decir que las leyes de género y de autodeterminación son como una mesa de acero en la morgue a la espera de la llegada de nuevos cadáveres dispuestos a ser diseccionados. Además de los menores, contamos con millones de adultos que padecen multitud de trastornos de diversa naturaleza y que actualmente están siendo atendidos por un sistema de salud mental en el que los profesionales vienen denunciando, desde hace décadas, una situación precaria, tanto logística, material como humana, afectando directamente al tratamiento de los pacientes derivados. Uno de los puntos más polémicos de las  leyes de identidad de género, lo podemos encontrar en la despatologización y es, justo ahí, donde comienza el chantaje emocional social. Para ello se arguye que la transexualidad no es una enfermedad; y estoy completamente de acuerdo, pero lo que no se mencionan son los posibles trastornos de base que llevan a una persona a odiar su propio cuerpo hasta el punto de someterse a tratamientos químicos invasivos o, en los casos más severos, a desear la amputación de algunos de los miembros o someterse a cirugías plásticas que actúan como puente hacia la propia aceptación que pasa, principalmente, por la aceptación social.

Lejos de cambiar el orden social, se doblegan a él con la excusa peregrina y falsaria de la despatologización. Según la Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual expresión de género presentada por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea de 2018, esta ley tiene como objeto «Garantizar el derecho a la libre autodeterminación de la identidad sexual y expresión de género de las personas, especialmente trans, en el respeto a la dignidad humana, la vida privada, la integridad física y mental, así como en el libre desarrollo de la personalidad y la autodefinición del propio cuerpo». Sin embargo, solo un año después, la Proposición de Ley de derechos en el ámbito de la salud mental presentada por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea reconoce «los roles e identidades de género como parte del proceso de salud y de la génesis de los malestares y problemáticas de salud mental». Efectivamente, el género produce trastornos y lejos de erradicarlo, se opta por aceptarlo, convertirlo en ley y ponderarlos entrando en una contradicción jurídica  tramposa. Dentro de los movimientos abolicionistas de prisiones se juega con el mismo paradigma, igualmente desde los decoloniales o los movimientos anti-psiquiatría. Pero esto sería otro asunto que merecería un espacio exclusivo para ser tratado.

Por norma general, cuando una temática se sobredimensiona, institucionaliza y genera un interés sociocultural y político desmedido, lo honesto es preguntarse a quién o quiénes beneficia y bajo qué régimen económico e ideológico está ebullendo.

¿A quién beneficia la ideología queer?

Que los principios queer proliferan y se desarrollan bajo el marco de la doctrina neoliberal, es un hecho evidente que solo podría esconderse bajo una capa opaca de ilusiones y enormes sacos de hipermetropía en una mente miope. Mario Vargas Llosa, otro liberal confeso, definió de manera acertada el neoliberalismo:

 […] Un «neo» es alguien que es algo sin serlo, alguien que está a la vez dentro y fuera de algo, un híbrido escurridizo, un comodín que se acomoda sin llegar a identificarse nunca con un valor, una idea, un régimen o una doctrina. Decir «neo-liberal» equivale a decir «semi» o «seudo» liberal, es decir, un puro contrasentido. O se está a favor o seudo a favor de la libertad, como no se puede estar «semi embarazada», «semi muerto», o «semi vivo».

De ahí que los defensores de lo queer hayan elucubrado y coqueteado con todas los credos existentes formulando hipótesis y teorías desde todos los núcleos ideológicos; así, han podido infiltrarse en numerosos campos de pensamiento sin reconocer, jamás, el estado híbrido de su médula neoliberal que a día de hoy, parece innegable. Salvo para los que niegan la evidencia y sienten intolerancia hacia el análisis científico. Por supuesto se descarta algún tipo de base materialista.

Lo queer, aunque se nos haya vendido como un movimiento contestatario, marginal y transgresor, beneficia a casi todo el mundo excepto a la izquierda y a las mujeres.

1) Beneficia al sistema económico actual por su capacidad de venta y porque se reconcilia con sectores sociales marginados tradicionalmente que se ven reconocidos por el mismo sistema que antes los excluía. El movimiento queer ofrece las herramientas perfectas para que numerosos grupos llamados marginales, vean la posibilidad ficticia de hacerse con el poder. Esto provoca una parcelación que se acentúa con las nociones identitarias apoyadas en los sentimientos por su facultad utópica de tendencia individualista.

Explica Marvin Harris en La cultura norteamericana contemporánea, haciendo alusión al término acuñado del investigador John Lee, que el rasgo más significativo de la comunidad gay es su «completa capacidad institucional», apoyado en los hecho acontecidos durante la década de 1980 con los movimientos homosexuales que pudieron empezar a consumir utilizando exclusivamente empresas y servicios dominados y destinados a la comunidad homosexual: tiendas orientadas hacia lo gay, género musical, peluquerías, bares, discotecas, restaurantes, libros, periódicos, agencias, servicios de fontanería, consultorías médica y legales, programas televisivos, acciones bancarias, pornografía e incluso la creación de su propia sinagoga gay. Lo mismo está pasando con el movimiento trans: estamos ante el negocio de la hormona y sus derivadas.

2) Beneficia a la derecha porque la izquierda se divide en una perpetua discusión por asuntos completamente alejados de la cuestión de clase, algo que favorece a las estructuras dominantes y a los partidarios de que dichas estructuras de desigualdad económica y social se mantengan intactas. Mientras la izquierda permanece embelesada y dividida, la derecha sigue marcando su agenda avanzando caprichosamente.

3) A las minorías, cuyo capital social y económico aumenta debido al atractivo que, mediante lo queer, alimentado por la cultura de masas, genera la pertenencia a un grupo minoritario que indirectamente se ve beneficiado en base a ese apoyo, con independencia de si se es trans o no. Las minorías se venden como un instrumento fetiche y, dentro de ellas, se producen ganancias individuales seduciendo al grupo con consignas supuestamente revolucionarias.

4) Beneficia a los medios de comunicación, por la capacidad que tiene lo queer de ofrecer un gran volumen material de noticias con artículos de carácter pintoresco vehiculados al entretenimiento. A la cultura de masas, en general, le benefician los productos atrayentes que generen estímulos que fomenten las ventas; para ello, la utilización de abigarrados colores y pomposas redacciones que resultan sugestivas para un amplio abanico de lectores, espectadores y ávidos consumidores.

En definitiva, estamos ante un negocio a escala global; lo mismo puedes comprar un bote de hormonas femeninas en Amazon por menos de 40 euros, que un delantal con la imagen profanada de un Karl Marx con peluca rubia a lo Marilyn Monroe. La pregunta sería a quién no beneficia lo queer, pero, pese a que las mujeres y a que la clase trabajadora son grupos mayoritarios cuantitativamente, siguen siendo reserva minoritaria para el capitalismo neoliberal.

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