La izquierda y el feminismo resistirán

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Los últimos años han sido políticamente muy convulsos en España. El 15-M inauguró movilizaciones peculiares que dieron lugar a nuevos partidos, a nuevos modos de coalición, a un parlamento mucho más fraccionado, a resultados electorales históricos, por significativamente bajos, de los dos grandes partidos que habían dominado las elecciones desde la Transición hasta ahora. Aún siguen siendo, con todo, primera y segunda fuerza. Las elecciones se han convertido casi en una cita anual y aún hoy es un misterio cuánto durarán las próximas legislaturas.

Los debates políticos en los medios de comunicación han sido muy relevantes en la formación de opinión y todos estos vaivenes se han traducido en programas y canales televisivos casi dedicados por entero a pseudoanalizar todo lo que cambiaba (en apariencia, quizá) políticamente en tan poco tiempo en nuestro país. Ofreciendo, sin embargo, datos parciales y conclusiones somnolientas que en nada avivan el espíritu crítico, ni de las gentes más despiertas; más bien sirven como anestesia.

El surgimiento del 15M, la debacle del PSOE y después del PP; el surgimiento y auge de nuevos partidos; de nuevas formas de coalición con las que concurrir a las elecciones y/o gobernar después han posibilitado una apariencia de vida política activa, abandonando el letargo y el conformismo. Sin embargo, no es más que un cambio vistoso de lo aparente. Absolutamente nada más. Ningún pilar que mantenga las actuales estructuras de poder ha sido siquiera zarandeado. No tiene ni una pequeña grieta nueva. Esto no quiere decir que no sea posible detectar diferencias en los partidos o en la actual política institucional. Todo lo que exaspere al neoliberalismo y a la extrema derecha, aunque sea un poco, es sin duda preferible. Y un deber apostar por ello, aunque se apueste por ello con conciencia de estar apostando por un parche que sin duda se desechará cuando se logre remedio mejor, más radical y definitivo. Aunque sea así me parece estratégicamente bueno. E incluso conforme a principios. Eso no impedirá exigir algo más elevado cuando nuestra posición no sea tan menesterosa. Decir lo contrario supondría una inconsciencia. Tanta como creer que lo que hay es lo mejor que puede haber.

En efecto, ¿Qué consecuencias han implicado estas situaciones inéditas en el panorama político y particularmente para los intereses de los grupos oprimidos, por ejemplo por clase o por razón de sexo? ¿Se ha derogado la LOMCE, la Ley mordaza o la reforma laboral? ¿Se han fortalecido y radicalizado los partidos y sindicatos de izquierda? ¿Han sido muchas y exitosas las huelgas generales para ampliar notablemente los derechos de la clase trabajadora? ¿Ha perdido la extrema derecha su poder de influencia política de una vez por todas o más bien lo ha aumentado? ¿Se tambalea la monarquía? ¿Se asume la estatalización de sectores estratégicos al menos como único modo de plantar cara a la economía inestable e injusta del neoliberalismo? ¿Hay verdaderamente un compromiso con la necesidad acuciante de plantear políticas ecologistas y cumplirlas hasta el final como único medio de supervivencia? ¿Se han revitalizado las actividades en Ateneos, casas del pueblo y cualquier otro rincón de trabajo mutuo y colectivo por otra sociedad más justa, libre y culta? ¿Se analiza con más criterio la información?

No. Nada de eso ha ocurrido. Sólo ha servido para que la posición progresista, cuando gane, no pueda mantenerse una legislatura en pie. Sólo resiste tan activo y radical el feminismo, dentro y fuera de las instituciones; en la calle y en los libros. Quizá porque se enfrenta a la opresión más dura y universal; y la que sustenta el resto de opresiones. Por eso quizá tenga mayor capacidad de soportar reacciones, por virulentas que se tornen o por camufladas que se presenten. Y ahora, con la perspectiva de estos pocos años, es más sencillo ver por qué la izquierda se halla aquí y en otras partes en una situación crítica. La izquierda se enfrenta:

1) A la extrema derecha, a movimientos y partidos ultraconservadores y/o nacionalistas que ofrecen falsa certidumbre a una sociedad que la pide a gritos. Se enfrenta a una derecha con un discurso coherente porque apenas ha cambiado y promete la misma injusticia, la misma violencia, la misma miseria, el mismo páramo intelectual, el mismo sexismo, el mismo clasismo, la misma xenofobia, el mismo apoyo al opresor y la misma persecución a quien no se doblegue ante la injusticia. Y, sin embargo, cala. Cala incluso entre aquellos  a quienes perseguiría. Cala porque enfrenta a los oprimidos entre sí, diluye sus alianzas y hace ver al enemigo en cualquier otra parte que no suponga señalar a los poderosos, a los explotadores, a los opresores y, en definitiva, a la extrema derecha misma. Ahora bien, esto no implica exculpar a quien engrose sus filas, por vulnerable que sea su posición. Pero la extrema derecha triunfa además en rentas altas. No deben pagar culpas sólo algunos. Suficientes datos hay en la historia para escarmentar. Y contra la extrema derecha sólo es admisible una postura inflexible.

 2) La izquierda, al mismo tiempo, también se enfrenta la posmodernidad y el neoliberalismo. Esto es, a que ya sea casi imposible aglutinar a una militancia comprometida y activa unida frente a unos principios de justicia, igualdad y bien común. A que el individualismo en su peor versión haya triunfado por el momento sobre cualquier proyecto colectivo que tenga en cuenta la mejora del grupo y no la simple consecución de intereses personales. A esto se une el agravante de que la posmodernidad y el neoliberalismo no enfrentan, o no siempre, a la izquierda de cara. Al contrario, y en vistas a una mejor efectividad, han conseguido infiltrarse y hacer pasar por objetivos revolucionarios y progresistas las propuestas más conservadoras y apropiadas para debilitar aún más a la mayoría oprimida: sea por clase social o sexo. Eso explica que parte de la “izquierda” esté asumiendo como propios elementos de la médula espinal neoliberal y patriarcal: la legalización de los vientres de alquiler, la prostitución y la aceptación de la pornografía o la agenda queer, por ejemplo. Los embates de esta última son muy preocupantes porque ha logrado una apariencia, una envoltura, transgresora pero que, al igual que el neoliberalismo debilita tanto al movimiento feminista (o más bien lo intenta) como a la izquierda misma. Lo hace con su hiperindividualismo y su incapacidad para proponer ninguna emancipación. Lo hace haciendo creer que la batalla se da en lo aparente y no en las relaciones de poder materiales y reales. Creyendo que sólo basta con modificar lo estético, las opresiones no sólo quedan intactas, sino fortalecidas porque cada vez es más difícil detectarlas.

Así, el neoliberalismo y el patriarcado se anotan un tanto que se reparten gustosamente al dificultar que haya un sujeto político antineoliberal y feminista consciente de su opresión, con agenda propia y estrategia bien trazada y compartida. Y, por tanto, con indudable capacidad de éxito. Indudable porque pese a todo, resistimos.

Ante un panorama con tantos matices y aristas que impide siquiera un consenso sobre lo que es la izquierda y sus objetivos, no es de extrañar que la derecha se fortalezca y el hastío y la incertidumbre cale en las personas y grupos progresistas. Pareciera que la realidad es ahora tan compleja, tan distinta, tan diversa que ninguna de las categorías políticas que dieron su razón de ser al corpus teórico y práctico de la izquierda sirvan ya.

Sin embargo, es sólo eso, una apariencia. Una falsa visión falsamente orquestada por la reacción conservadora, antifeminista y neoliberal que llevamos tiempo padeciendo. Es muy irracional y muy contrario al sentido común aceptar que lo que ha funcionado en situaciones similares a las actuales y de forma bastante clara, no sea útil ahora.

Las teorizaciones vagas tan de moda sobre la inoperancia de la izquierda, las opciones transversales, sobre la necesidad de relevar a la militancia política y sindical tradicional; las teorías sobre  la supuesta necesidad de dar al marxismo y al feminismo radical por finiquitados dada su supuesta decadencia son falsas. No han sido sino una cortina de humo bien tejida por el neoliberalismo para que dejemos de hacer lo único que ha puesto entre las cuerdas a los opresores: luchar, con la razón y la militancia. Ha sido una cortina para impedirnos identificarlos y militar activamente contra el sistema de poder. No hay varias izquierdas. Hay una. La que impide la opresión. No hay varios feminismos. Hay uno. El que detecta el patriarcado, va a su raíz y continúa en la brecha sin pausa debilitándolo hasta que caiga.

No son necesarios experimentos. Tan simple (y arduo) como recuperar lo que funciona. A nosotros/as, a la izquierda, nos funciona lo de siempre. Militar en partidos, sindicatos y asociaciones de izquierda. Incluso si sólo nos cabe elegir, de momento, al menos malo. En ese caso exijámosle radicalidad. Y cuando tengamos fuerza suficiente, militemos allá donde no se conciban cesiones imperdonables. Mientras tanto y como bien se pueda, hay que reestablecer la conciencia de clase: leyendo y haciendo leer. Escribiendo. Escuchando y haciéndose escuchar. Da igual dónde: en una asociación, en la casa del pueblo, en la asociación estudiantil o vecinal. En un club de lectura, en un cine-fórum, en un café, en el trabajo, en el centro de estudios; a través de nuestros estudios y lecturas. Donde estemos, donde se pueda, como se pueda, adaptando el mensaje a la circunstancia, pero transmitiéndolo con honradez moral e intelectual. Ningún esfuerzo es en balde. No como un ridículo juego de héroe solitario. Al contrario. Primando la unión, la manifestación conjunta, la huelga, el apoyo que en cada momento sea más efectivo. Tejiendo apoyos y capacidad de respuesta común allí donde se presente la injusticia. Sabiendo que siempre se puede aguantar un poco más para vencer lo inaceptable.

No renegando de la izquierda, ni de nuestra historia, ni de sus éxitos, ni de la razón que nos respalda, ni de la necesidad de principios inquebrantables. En peores condiciones y con mayores sacrificios lucharon quienes nos precedieron. Y lo lograron. Aguantaron. Soportando represalias inasumibles. Pero no se doblaron. Para que quienes de ellos venimos caminásemos erguidos.

A la militancia de izquierda no la dobló la cárcel, ni la tortura misma, ni los interrogatorios, ni la clandestinidad, ni el exilio, ni el miedo, ni las represalias, ni la incomprensión, ni las batallas perdidas, ni los sacrificios personales de tantos millones de gentes rectas con sus compromisos éticos.

No vamos a caer derrotados/as ahora porque el poder practique la estrategia de hacernos creer que ya no existe una clase obrera identificable o un sujeto político feminista definido y por tanto ningún motivo real y material por el que luchar por la emancipación colectiva y definitiva de ambos sujetos políticos. El engaño ha sido descubierto. Suficientes ya han advertido esta nueva estrategia. Sabemos quiénes somos. A qué realidad injusta nos enfrentamos y cómo debemos hacerlo: tomando ejemplo de quienes nos han legado un mundo mejor.

Por tanto, nuestra posición es la de siempre: proletarios del mundo, uníos. Mujeres del mundo, todas y cada una, unámonos en torno a la causa común de nuestra liberación. Y colaborad unos y otras en lo que sea posible. Y nosotras, como feministas, ya escarmentadas por otros momentos históricos defendamos nuestra autonomía política allá donde nos digan que tampoco ahora es nuestro momento en privilegio de otros objetivos. Nuestros éxitos nos avalan. Tendamos la mano a quien la corresponda con proporcionalidad. No la demos a nadie más. Así, tarde o temprano, seremos invencibles. El mundo será mejor para la humanidad entera. Aún se puede creer en la justicia universal y en el bien común. Hoy en día, no hay “transgresión” mayor. Creer en ello no como quien espera un milagro; sino como quien espera el fruto del mayor esfuerzo colectivo y  no desespera ni abandona nunca. Nunca.

1 COMENTARIO

  1. Enhorabuena por tu columna, Ana.

    Creo que el circo político y su tono bronco, egoísmo, mentiras y miedo hacen perder el norte del ser y de ser humano.

    Y ser humano significa pensar, ser solidario y dejar un legado a los que nos sucederán. Al menos, tengo claro el color de los partidos y las personas que no tienen estas prioridades.

    Por otro lado, la imparable integración de la mujer como figura pública nos acerca indefectiblemente a un mundo mejor, donde el diálogo gana la batalla a la violencia y la empatía al orgullo.

    Un simple ser humano

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