La hora de los valientes

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Una leyenda atribuye a Churchill el haber pronunciado una demoledora frase dirigida a Chamberlain y Daladier al regresar de Munich, justo después de que estos mandatarios hubiesen cedido vergonzosamente una vez más ante Hitler. El viejo político inglés ya había previsto que el conflicto con Alemania era inevitable, y por ello no podía entender que se hubiesen hecho nuevas concesiones al enemigo y se retrasasen así decisiones que, de todas formas, iban a tener que tomarse más temprano que tarde. Por eso mismo, entendiendo que la cobardía en ese momento no era opción, Churchill pudo haber espetado algo así como: «Habéis perdido el honor para evitar la guerra, ya no tenéis honor, y ahora tendréis la guerra.»

Entiendo que todo político con un mínimo de virtud y sentido común tendría que tener muy en cuenta el principio fundamental que esconde esa frase. Y es que a veces, algo puede torcerse sin que hayamos sido responsables directos de ello, y por eso nos toca tomar decisiones duras y hasta dolorosas, pero que tienen que tomarse en pos del beneficio de la mayoría, aunque duela. Y eso es lo que pasa ahora.

Todos sabemos que España vive en estos momentos una situación extremadamente delicada, y que va a poner a prueba la capacidad de todos los resortes del estado para superar una crisis que no será responsabilidad nuestra, pero que nos ha llegado a causa de un maldito virus convertido en pandemia mundial, y que nos ha hecho ser ya el segundo país europeo con más casos declarados.

No es mi intención con estas líneas ni crear alarmismo ni disertar ahora sobre la letalidad o no del citado virus, pues no soy epidemiólogo ni virólogo, y además ya tendrán ustedes bastante información gracias a la labor de muchos tertulianos que -a pesar de tener la misma formación que yo en estos asuntos-, no paran de sentar cátedra en radios y televisiones sobre algo de lo que en realidad tienen poca idea.

Así pues no voy a hablarles yo de decisiones que están ya en manos de expertos, sino de algo mucho más prosaico y material, tal es la gestión política que estamos haciendo de esta crisis, una gestión que en muchos asuntos ha sido exquisita, como en otros mejorable, pero que tiene como su mayor enemigo la falta de valentía a la hora de tomar decisiones que, no por ser dramáticas, dejan de ser imprescindibles. Porque la alarmante multiplicación de casos detectados de Coronavirus y el camino que ya han iniciado países como China e Italia nos dejan claro que sólo podremos salir bien parados de esta con una acción contundente: proclamar el estado de alarma.

Porque las medidas ciertamente cada vez están siendo más drásticas pero no son suficientes. Y es que de poco sirve cerrar escuelas si los padres siguen llevando a sus hijos al parque; como en nada puede ayudar el que muchas familias madrileñas -de la zona en la que se concentra el foco principal de la enfermedad-, se hayan tomado el cierre de sus centros de trabajo como una oportunidad para irse de vacaciones a la costa propagando con ello el virus por la Manga, Valencia o Andalucía. Universitarios que vuelven a sus lugares de origen o la gente que sigue asistiendo a concentraciones numerosas o que continúan llenando terrazas y bares por todo el país nos demuestran que no vale con recomendaciones: Se hace necesario obligar.

Porque al final, por mucho que nos pese y aunque la economía se resienta con ello, todos sabemos que se tendrá que acabar poniendo en cuarentena a Madrid, y muy probablemente en muy pocos días nos veamos como en Italia, decretando el cierre en todo el país de todo negocio que no sea un supermercado o una farmacia. Porque chinos e italianos ya nos advierten que la única forma de frenar esta catástrofe es una acción contundente. El gobierno lo sabe pero le tiembla la mano, y en esta situación eso es algo que no podemos permitirnos. Porque retrasar decisiones no van a hacer sino empeorar las cosas, pues cada día que perdemos los muertos se multiplican.

Nuestro país cuenta con un fortísimo sistema sanitario público y que, a pesar de los recortes, sigue siendo de los más preparados del mundo para afrontar esta crisis. Pero con ello no basta. Ya que el estado tiene que tomar el control total de la situación, y no esperar más para limitar ciertos derechos individuales que ahora se hacen necesarios sacrificar por el bien común, algo que ya parece haber asumido todo el espectro político de nuestro país (salvo algunos dirigentes de la izquierda poscomunista que, haciendo caso omiso a su tradición han decidido hacer un llamado irresponsable a la defensa de lo individual frente a lo colectivo.)

Así, llega la hora de los valientes. De los políticos que son capaces de demostrar que su posición la merecen por virtud y no fortuna. La hora de los que saben que los sacrificios van a ser enormes pero insoslayables. La hora de una oposición responsable que no anteponga oportunistamente sus intereses políticos al país. La hora de un gobierno fuerte al que no le tiemble la mano para poner a salvo a sus ciudadanos en medio de la mayor crisis sanitaria que alguien todavía vivo pueda recordar en España.

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