Sindicalistas

Entre los meses de febrero y marzo de 1919, tuvo lugar en Barcelona una de las huelgas más importantes de la historia del sindicalismo español. La huelga de la empresa suministradora de energía eléctrica en Barcelona y gran parte de Cataluña que, por contar con capital procedente mayoritariamente de Canadá, era conocida popularmente como La Canadiense.

Todo comenzó a causa de unas reducciones salariales y unos despidos entre el personal administrativo de la empresa. La protesta de los trabajadores de los departamentos de administración se extendió pronto entre todos los trabajadores. Y del ámbito de la propia empresa la huelga pasó a movilizar a los trabajadores de toda la ciudad de Barcelona. Una plataforma reivindicativa, que comenzaba con la readmisión de los trabajadores despedidos y la recuperación de la masa salarial, fue completándose hasta recoger las necesidades más acuciantes de la clase trabajadora en Barcelona y más aún: se cerraba con la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas que, desde hacía décadas, unía a todos los trabajadores del mundo. Semejante audacia se debía al liderazgo de quien podría considerarse padre del sindicalismo español, el cenetista Salvador Seguí.

Pintor de brocha gorda, obrero autodidacta, idealista romántico, sindicalista eminentemente pragmático. Seguí vio en la protesta de un grupo de trabajadores de cuello blanco la posibilidad de paralizar toda la ciudad de Barcelona, la ocasión de alcanzar aquello que el movimiento obrero internacional reivindicaba desde el 1 de mayo de 1886. Lo que comenzó en la calles de Chicago podía culminar en Barcelona, más de treinta años después.

Así se desencadenó el acontecimiento, el momento heroico, el capítulo más notable de la que quizás sea la más fascinante de todas las historias del sindicalismo español: la vida de Salvador Seguí, el Noi del Sucre. El 19 de marzo de 1919, más de cuarenta mil trabajadores se reunían en Barcelona, en el célebre mitin de la plaza de toros de Las Arenas. Las llamadas a la moderación por parte de los primeros oradores no consiguieron contener a quienes clamaban por continuar la huelga, a pesar del acuerdo alcanzado con patronal y autoridades gubernativas: liberación de los huelguistas presos en Montjuich, readmisión de los trabajadores despedidos, recuperación de los derechos perdidos, ¡jornada laboral de ocho horas! Caía la tarde y el Noi del Sucre, recién salido del castillo de Montjuich, se quitó la gorra, apuró el cigarrillo y tomó la palabra para dirigirse a las multitudes. Y con él llegó la desmesura, el lenguaje directo, la clarividencia del currante de inteligencia innata que habla a otros currantes. Tocaba volver al trabajo porque el acuerdo no podía ser mejor, el éxito de aquella huelga no tenía parangón. Por si quedaba alguna duda, al final de su discurso el Noi señaló con descaro hacia el castillo de Montjuich (así lo cuenta Antonio Soler en Apóstoles y asesinos). ¿Queréis liberar a quienes siguen allí?, preguntó a los obreros de Barcelona. Pues solo hay dos opciones, sentenció: volvemos al trabajo para que se cumpla el acuerdo o vamos ahora mismo a liberarlos nosotros. El silencio de la multitud certificó el mayor logro de la historia del anarcosindicalismo en nuestro país. España es un país extraño, el más célebre de todos los mítines de nuestra historia sindical se celebró para acabar con una huelga, no para iniciarla.

De un modo u otro, nacía un sindicalismo de masas pragmático, que manejaba la estrategia y los tiempos de la movilización, un sindicalismo capaz de proyectarse desde los problemas concretos de cada centro de trabajo hasta las reivindicaciones de carácter universal. Mediante la negociación, la movilización de los trabajadores podía conquistar derechos y espacios de libertad. La clase trabajadora barcelonesa se había impuesto sobre la patronal catalana y el Gobierno. Sin embargo, tanto los empresarios como el régimen corrupto de la Restauración no tardaron en vulnerar los términos del acuerdo. Y así se inició una espiral represiva dirigida precisamente contra este nuevo sindicalismo. El gobernador Martínez Anido, el jefe de policía Miguel Arlegui y los pistoleros carlistas impulsaron una oleada de violencia, que hizo imposible cualquier tipo de resolución negociada del conflicto social. El 10 de marzo de 1923, los pistoleros protegidos por las autoridades y la patronal asesinaron al Noi del Sucre en el barrio del Raval de Barcelona. Precisamente cuando se dirigía a cobrar los servicios realizados en la casa de Lluis Companys. Junto a su amigo Perones, el Noi había estado pintando la casa del futuro presidente de la Generalitat. Por el camino, pararon a comprar tabaco. Tras escuchar los disparos en la calle, Perones solo pudo salir del estanco para morir junto a su amigo, el Noi, Salvador Seguí, el organizador de masas.

Medio siglo después, un nuevo sindicalismo también se forjó desafiando a los aparatos represivos, en plena dictadura franquista. Desde el pozo asturiano de La Camocha, desde la Perkins de Madrid, desde la Hispano Aviación de Sevilla, se fue construyendo el movimiento de las comisiones obreras, para organizar a los trabajadores españoles frente a la dictadura. Partiendo de las reivindicaciones concretas en cada tajo, las comisiones obreras lograron articular un movimiento sociopolítico, que se fortaleció teniendo siempre como horizonte la conquista de las libertades democráticas, la reconciliación nacional. De nuevo, de lo concreto a lo universal. Aquel nuevo sindicalismo de clase también demostró el manejo de la estrategia y los tiempos de la movilización, junto a una extraordinaria capacidad negociadora en los duros años de la dictadura. Conquistada la democracia, Comisiones Obreras pasó a ser el primer sindicato confederal de nuestro país, una organización sin la que no se entiende la historia de los últimos sesenta años.

En estos días, CC.OO. está terminando el traslado a su nueva sede en Sevilla, quedando desalojado el número 1 de la calle Trajano. Un edificio emblemático para la historia del sindicalismo sevillano, en cuyo salón de actos hablaron sindicalistas de la talla de Saturnino Barneto y Ángel Pestaña, discípulo de Salvador Seguí. La historia del movimiento obrero es la historia de nuestro país. Y las organizaciones de clase son el mejor legado para construir el futuro.

1 COMENTARIO

  1. Hoy CCOO es símbolo de traición a la clase trabajadora y representa su parasitismo. De su desaparición junto a la de su gemelo UGT dependerá el resurgir del sindicalismo en España.

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