Dos libros para Reyes

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Dada la frecuencia con que escribo esta columna me toca justo ahora, cuando falta poco para los Reyes, entregar un texto. Voy a hacer una comparativa entre dos libros históricos que desarrollan una idea similar, para que ustedes consideren si alguno de ellos sería una buena petición a Sus Majestades de Oriente. La comparativa nos va a permitir observar elementos curiosos sobre como funciona la propaganda sistémica cuando se aplica a la Historia, hecho en absoluto menor, ya que buena parte de nuestra visión del presente y nuestras esperanzas sobre el futuro se fundamentan en la idea que tenemos del pasado.

Hace ya dos años, una persona muy querida de mi círculo más cercano quiso regalarme lo que ella juzgó el mejor obsequio posible para alguien que tenía interés en la Historia y me agasajó con el que entonces era el libro histórico con más presencia en medios y tertulias: Imperiofobia y leyenda negra, de Maria Elvira Roca Barea. Es interesante cómo este ensayo ha sido promocionado, hasta el punto de que ministros como Josep Borrell o tertulianos futbolísticos pedantes como José Antonio Martín, aka Petón, recomendaron en algún momento su lectura. La propaganda sistémica lo vendió como una reparación del agravio que los libelos de las potencias protestantes de los siglos XVI y XVII habían tejido contra el Imperio Hispánico y su presencia en la actual Hispanoamérica.

La leyenda negra antiespañola es un hecho bien documentado y es cierto que otras potencias no dieron a quienes vivieron bajo su poder en otros periodos históricos un trato mejor del que dio el Imperio Español a sus súbditos. Pero el libro de Roca Barea no es más que una propaganda del orden mundial neoliberal bajo disfraz de ensayo histórico. No en vano tiene un prólogo escrito por ese ser llamado Arcadi Espada que se ha hecho famoso por sus barbaridades clasistas y por sus descalificaciones a colectivos indefensos. Para empezar, no se limita al estudio del imperio español, sino que pretende, en un juego lleno de anacronismos y falsas equiparaciones, que la leyenda negra antiespañola es un fenómeno que se ha repetido con otros imperios, a los que pone de ejemplo de creación, desarrollo y progreso, desde el Imperio Romano y el Ruso, hasta llegar, como no, al imperialismo americano del siglo XXI. El libro está trufado de perlas de inconfundible regusto neoliberal, como la afirmación de que «los imperios son principalmente meritocracias» (sic), constantes referencias a Tocqueville, Locke, etc. Y acaba defendiendo el actual orden mundial anglosajón con cuñadadas, permítanme la expresión, que no se le hubieran ocurrido ni siquiera al historietista Pedro Vera. Ya saben, lugares comunes del estilo de que el antiimperialista bien que ve series americanas o viaja a Nueva York si puede, o una delirante comparación entre Fray Bartolomé de las Casas, como español crítico con las colonias en América y Noam Chomsky como norteamericano crítico del actual orden mundial, en la cuál, además de obviar todos los condicionantes temporales e ideológicos entre uno y otro, se remata con el supremo tópico de que el primero vivió conforme a sus ideas mientras que Chomsky, un socialista, se ha hecho rico. Por otra parte, mientras elucubraba este artículo, parece que otros medios se han hecho eco de lo que quería decir. Hace poco, el día 20 de diciembre, el diario El País dio una extensa lista de sus tergiversaciones de las fuentes que utiliza, bajo el título Las citas tergiversadas del superventas sobre la leyenda negra española. Dos días más tarde, en su columna del ABC semanal, Patente de Corso, era Arturo Pérez Reverte quien en un artículo titulado Imperioapología y otros disparates abundaba en los fallos de Roca Barea, molesto porque la autora le había hecho dos veladas alusiones en este y en su siguiente libro. En resumen, este libro me produjo la impresión de oír a cualquier predicador pseudohistórico de barra de bar, si alguien se hubiera tomado la molestia de expresar con palabras técnicas e históricas sus afirmaciones revenidas. Parece que en su elaboración se hubiera invertido el orden lógico. Primero decidimos las conclusiones, que además son gritos de barra de bar, y ya encontraremos — o inventaremos, o tergiversaremos— fuentes y estudios que las justifiquen,en un claro intento de regalar los oídos a cierto tipo de público, propósito reforzado, además, con referencias a una época de grandeza que estos potenciales lectores no han vivido, pero con la cual desean identificarse. Y cómo debe ser esta impresión que comento, para que Pérez Reverte, uno de los autores de cabecera de ese público que nombro, se sintiera molesto.

Por contra, hace pocos días acabé de leer otro libro que se basa también en desmentir una leyenda negra sobre un personaje demonizado, pero este personaje no sirve para apuntalar los poderes fácticos, sino todo lo contrario. Les hablo de Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, de Doménico Losurdo. Este pensador e historiador italiano, uno de los grandes del pasado siglo, da mil vueltas en su trabajo histórico a Roca Barea, la nueva historiadora de cabecera de los poderes neoliberales en España.

Domenico Losurdo no blanquea en ningún momento a Stalin, reconoce errores y abusos de poder del líder soviético, pero nos demuestra cómo algunas características negativas que se le han atribuido, como su supuesta paranoia conspiratoria, estaban más que justificadas en un contexto en el cual el intervencionismo del mundo liberal de Europa Occidental contra la URSS era una realidad declarada y practicada, o como Trostky era una amenaza evidente para la URSS en el momento en que Stalin ordena neutralizarlo.

Más adelante trata de la asimilación como igualmente totalitarios del regimen nazi y el estalinista, lo que el historiador italiano denomina Redutio ad Hitlerum de Stalin (y que en otro interesante fragmento del libro nos muestra cómo se ha aplicado a los más diversos enemigos de la ideología dominante). En este proceso es donde encaja la equiparación típica del gulag soviético con los campos de concentración nazis. Pero sin negar sucesos lamentables en el gulag, Domenico Losurdo nos muestra que el traslado a Siberia había sido siempre una pena habitual en Rusia por ciertos delitos, que no todos los campos estaban allí, y aún más importante: el gulag tenía por objeto reformar, no exterminar. Muchos prisioneros y delincuentes no solo cumplieron sin excesivos problemas su pena, sino que en términos actuales, salieron de él rehabilitados.

También en la Redutio ad Hitlerum se sitúa la acusación de antisemitismo contra Stalin. Pero esta no se sostiene al observar que importantes colaboradores suyos eran judíos, sus discursos denunciaron en no pocas ocasiones el antisemitismo zarista y nazi, y los judíos rusos ganaron más medallas en relación a la población que cualquier otra raza de la URSS, aparte del apoyo inicial soviético a la creación del Estado de Israel, en contra, por cierto, de Gran Bretaña, que aspiraba a mantener el statu quo de sus colonias.

Por último desmonta el tercer supuesto punto en común de Stalin con Hitler, el supuesto holocausto ucraniano u Holodomor, con pruebas y testimonios. De hecho, Stalin había desarrollado una gran política de difusión de la cultura ucraniana en los años 20.

Hay, por lo demás, un capítulo interesante donde nos habla de que en la demonización de Stalin se vierten acusaciones contradictorias: por ejemplo supuesto compadreo con los nazis, pero a la vez un tremendo desprecio y ganas de exterminar al pueblo alemán.

Así pues, vemos el tratamiento dado a dos libros con la idea similar de desmentir mentiras históricas sobre dos épocas diferentes:

Uno es de una nueva estrella de la propaganda neoliberal; el otro es de un historiador con un prestigio bien ganado en décadas.

El primero está repleto de lugares comunes que ni si quiera lo son en el mundo académico, sino a pie de calle; el segundo es un estudio histórico con todos sus datos provenientes de fuentes más allá de toda duda.

El primero blanquea el poder capitalista; el segundo limpia el nombre de uno de sus enemigos. ¿Cuál se promociona masivamente y cuál se condena al olvido?

Ahora corresponde a ustedes decidir si quieren alguno para estos Reyes.

Feliz 2020

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