Ser Gramsci en la oposición y Togliatti en el gobierno

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Durante los años en que se gestó Podemos, la figura de Antonio Gramsci (1891-1937) fue motivo de disputa por la apropiación de su legado analítico entre las corrientes tradicionales y emergentes de la izquierda. Conceptos como hegemonía, subalternidad plebeya o revolución pasiva poblaron columnas y ensayos destinados a explicar el surgimiento de un movimiento catalizador de la protesta con hechuras de nuevo tipo, así como de las transformaciones culturales a que dio lugar y de las reacciones que suscitó. En última instancia, la cristalización en forma de partido aglutinante, con una serie de organizaciones nuevas y veteranas gravitando en torno suyo bajo la fórmula Unidas Podemos, pareció venir a dar respuesta a la necesidad del sujeto colectivo históricamente necesario para vehicular la voluntad de cambio del que hablaba el autor sardo.

Lo que fue un proceso de génesis eminentemente gramsciano ha llegado hoy a la situación de afrontar una nueva fase. Se trata, por primera vez en ochenta años, de que un gobierno estatal cuente con la presencia de una fuerza de izquierda a la izquierda de la socialdemocracia. Dudo que todavía se haya calibrado suficientemente la trascendencia de este hecho. Nadie perteneciente a las generaciones que vivieron el final de la dictadura, la transición y la prolongada era del bipartidismo alternante hubiera apostado hace solo un lustro que vería algo semejante en su vida. Es probable que, para esta etapa, las reflexiones de alguien como Palmiro Togliatti (1927-1964), que sí llegó a ejercer poder efectivo, puedan servir como manual de uso. Togliatti vivió en plenitud la coyuntura histórica del antifascismo. Sostuvo que batirse por la democracia implicaba la lucha por el poder, porque solo desde el poder se dispone de capacidad ofensiva para modelar lo existente. Con la evidente distancia propia de contextos históricos distintos, hay enseñanzas que pueden ser de aplicación a la realidad actual, caracterizada por la pujanza de movimientos que han venido a prestar altavoz a esa excrecencia política que hasta hace poco juzgábamos amortizada.

Ante la perspectiva de una participación gubernamental, un cierto vértigo ha invadido a una parte del izquierdismo doctrinario. Se teme que ello dañe la pureza ideológica si esta colisiona con la mediocridad de la praxis y hay quien hubiera preferido apoyar a la socialdemocracia desde fuera sin implicarse en el reparto de ministerios. Eso solo habría significado compartir la responsabilidad sin disponer de potencia: como decía un funcionario de la serie británica Sí, Ministro (1980), la prerrogativa de los eunucos. A los puros, Togliatti les recordaría el comentario que hizo a grupo de comunistas españoles de la primera hora que se le quejaron de haber sido apedreados por las masas que celebraban el 14 de abril de 1931 la proclamación de la República por no entender su consigna de ¡Abajo la República burguesa, vivan los soviets! “Ese día –les dijo Ércoli (su sobrenombre en el mundo de la Komintern) y de aquel modo habían recibido una hermosa lección de leninismo”[1].

En 1937, Togliatti apoyó que los comunistas se pusieran a la cabeza de la lucha por la defensa y la conquista de la democracia, porque la tarea urgente del momento era la confrontación entre ella y el fascismo. ¿Por qué luchar por la revolución democrática?, se preguntaba, para responderse a continuación:

“Porque el fascismo ha hecho dar al pueblo muchos pasos atrás, muchas de las conquistas más elementales de la revolución burguesa han sido anuladas, el fascismo ha hecho retroceder a la ciudadanía, ha destruido el sentido del respeto de la personalidad humana, ha puesto en el orden del día problemas históricamente superados para retornarlos de plena actualidad, como la conquista de la libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión, de asociación. Nosotros, los comunistas, debemos retomar la defensa de la personalidad humana, proporcionar esperanza a los italianos, animarles a unirse, a discutir, a combatir poniendo en valor fuertemente las tradiciones nacionales progresistas, liberales, democráticas de nuestro pueblo”[2].

En conversación con uno de los fundadores del PCI, Aladino Bibolotti, Togliatti señaló que el fascismo había anulado muchas de las conquistas políticas de la revolución democrático-burguesa. “Problemas ya resueltos han de ser resueltos de nuevo”, se lamentaba. El antídoto lo expuso una década después, en 1947, cuando en pleno proceso de redacción del proyecto constituyente de la República formuló el concepto de democracia progresiva, a la que consideraba un proceso revolucionario profundo desarrollado sin abandonar el terreno de la legalidad democrática: ”A través de la democracia, esto es, aceptando y respetando el principio de la mayoría libremente expresada, nos esforzamos en realizar modificaciones de nuestra estructura social que están maduras, ya sea en la realidad o en la conciencia de las masas trabajadoras. Por eso no hablamos de una democracia pura y simple sino de una democracia progresiva”[3].

Para Togliatti, por cierto, el marco estructural no ofrecía dudas: había en todo caso que evitar repetir la experiencia de las republiquitas o cantones “que habían condenado a muerte a la revolución democrática del siglo anterior”. La suya era una apuesta estratégica de alcance supraterritorial, a pesar de conocer y valora el rasgo diferencial de las peculiaridades nacionales subestatales. Togliatti ponía por delante la resolución de avanzar bajo el liderazgo de la clase trabajadora, por amplias que fueran las alianzas que pudieran establecerse con otros sectores. Porque, en última instancia, eran los intereses de las clases populares, y no los de las fracciones más o menos ilustradas de la burguesía, por muy aliadas que fueran coyunturalmente contra el fascismo, los que debían ser servidos prioritariamente por un gobierno progresivo.

Señores del abrazo, tomen nota.


[1] Ferrara, Marcella y Maurizio (1953): Conversando con Togliatti.

[2] Spriano, Paolo (1980): Il compagno Ercoli. Togliatti, segretario dell´Internazionale.

[3] Togliatti, Palmiro (1979): Ópere, T. IV.

1 COMENTARIO

  1. El problema es que UP (no digamos ya P) no es ni Gramsci en la oposición ni Togliatti en el gobierno.
    UP es la socialdemocracia, bastante aguada todo sea dicho, y el PSOE un socioliberalismo ‘fuerte’.

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