Que no gobierne la izquierda para hacer políticas de derechas

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Hace unos años viví una noche electoral atípica y que siempre recordaré. Y es que en casa del pobre la comida suele ser poca, y claro, cuando toca darse un festín, la alegría siempre se desborda. Por aquel entonces los comunistas veníamos de recorrer una larga travesía en el desierto y estábamos muy mal. Nos habíamos quedado sin representación en muchas administraciones autonómicas y ayuntamientos, y solo teníamos un diputado en las Cortes, que encima no era otro que Gaspar Llamazares. La derecha arrasaba  en esos momentos tras la nefasta gestión de la crisis de los socialistas, y entonces llegaron las elecciones andaluzas, prometiéndonos todas las encuestas que la derecha iba a conquistar también nuestra tierra. Pero no fue así. Porque al final los socialistas se hundieron, pero nosotros no. Y con un discurso rupturista que llamaba a la rebelión contra el sistema, la izquierda real resucitó consiguiendo multiplicar sus resultados y abriendo con ello por primera vez  la puerta de entrada al gobierno andaluz. De esa noche de fiesta en nuestra sede sevillana, recordaré por siempre las palabras de un compañero y amigo, cuando en medio de la celebración me dijo: «Todo lo que estamos riendo ahora será lo que lloraremos mañana». Y no pudo estar más acertado.

Y es que estar en minoría en un gobierno con aquellos a los que de socialistas solo les queda ya el nombre iba a tener un precio. Y más en medio de una coyuntura económica en la que Europa había decidido tutelarnos para asegurarse así que pagasen la crisis los de siempre. Porque si bien era cierto que si lo hacíamos  bien, estando en el gobierno tal vez podríamos haber minimizado los efectos de los recortes, la realidad era que el coste siempre sería altísimo, ya que una autonomía poco podría hacer para evitar esas medidas impuestas. Y al final sabíamos que los recortes se harían de todos modos. Y podía darse el caso de que después de haber pedido el voto llamando a la rebelión, pudiéramos vernos exigiendo resignación a los que nos habían votado.Y justo así fue. Porque no pasaría ni un mes desde que se formó el nuevo gobierno hasta que Diego Valderas, líder de la izquierda andaluza a la izquierda del PSOE, anunció públicamente los mayores recortes en la Historia de nuestra autonomía. La cosa fue dura. Yo mismo fui a la calle, junto a miles de docentes interinos, que nos quedamos sin trabajo con la bendición de una izquierda que con bellas palabras nos había prometido que resistiríamos, pero que con sus actos nos había traicionado.

Ayer mismo tuve un déjà vu con todo esto, pues no puedo evitar encontrar paralelismos con lo que ahora ocurre. Por eso me opuse desde un principio a que entrásemos en un gobierno que va a tener que gestionar un país al borde de otra crisis y con una extrema derecha acechando a su presa. Porque, si se piensa a medio o largo plazo y no en la inmediatez que tanto daño nos hace, la entrada en el gobierno es un error. Ya que lo vamos a hacer con un PSOE que no está dispuesto a cuestionar ninguna orden del sistema, y que nos hará cómplices necesarios de unas políticas que no son las nuestras, quedando nuestro margen de maniobra en el gobierno muy limitado por lo que ya han decidido los poderes fácticos. ¿Se podrían minimizar en algo las políticas neoliberales desde dentro? Tal vez sí. Pero en todo caso nuestros logros quedarían reducidos a muy poco, y serían eclipsados por nuestra complicidad en las políticas de austeridad que Bruselas nos seguirá imponiendo. Esto, lejos de fortalecernos, nos convertirá en lo mismo que decimos criticar, consiguiendo con ello, no sólo mermar nuestras posibilidades de crecimiento en un futuro, sino algo mucho más peligroso y que ya conocen los griegos con la experiencia Tsipras: Estaríamos lanzando un mensaje de resignación a la sociedad, advirtiendo que no es posible un cambio en la política económica. Y que no se puede hacer nada por mucho que la coalición se haga llamar Unidas Podemos.Creo firmemente que haber controlado al gobierno desde la oposición hubiese sido más sensato. Más teniendo en cuenta que de esa forma, Unidas Podemos se habría convertido así en la única alternativa de izquierdas a las políticas de un ejecutivo que va a verse obligado, por no enfrentarse al poder, a condenar a la clase trabajadora española a que pague los platos rotos de la nueva crisis.

Pero en fin. La militancia ha hablado. Y se cuestione o no la escasísima participación de las bases en los referéndums que han realizado Podemos e Izquierda Unida, la realidad es que no queda otra que respetar la decisión. Y por eso yo, mientras siga siendo afiliado, tendré que hacer de tripas corazón y aceptar que este gobierno es el mío, y hasta cuando lo critique lo haré desde esa convicción. Pero es que todavía no han empezado y ya lo están poniendo difícil. Porque ayer los nuestros fueron capaces de callar cobardemente ante el Decretazo Digital, ante hasta el que la derecha más reaccionaria planteó dudas de constitucionalidad. Y eso no es lícito. Porque una cosa es tragar sapos y culebras siendo conscientes de que se está en un gobierno con el que hay que ser leal y estás en minoría, y otra muy distinta es atacar algunos de los principios fundamentales que nos definen como izquierda y que no son otros que la defensa de la clase trabajadora y las libertades democráticas, libertades que ayer fueron violentadas por un decreto que nos pasará factura con la abstención cómplice de aquellos que se dicen herederos de la movilización y que han contribuido con su silencio a que se criminalice a quienes protesten en las calles. Si todo esto ha pasado antes de pisar moqueta no quiero imaginarme lo que está por venir. Y lo siento. Pero yo lo tengo claro. Si la izquierda va a gobernar con políticas de derechas, aquellos con los que comparto militancia dejarán de estar en mi trinchera y me tendrán enfrente. Porque aquellos que por lealtad a sus siglas son capaces de abandonar sus principios ideológicos son, en el mejor de los casos, unos necios, y en el peor, unos oportunistas de la peor calaña.

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